Rebobinando
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Hilario González. Rebobinando
El imán
Límite de fluencia
Hospital Fernández
Arroyo de los Huesos
Nononó
Planta permanente
Rebobinando
Agradecimientos
Índice
Отрывок из книги
Hilario González
Rebobinando
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Me ponía bastante nervioso cuando descubría que su recorrido tenía un cierto patrón, un patrón complicado pero definido. Cuando llegaba del trabajo y veía a la Chicha yendo y viniendo y necesitaba tener un pedazo de madera en el bolsillo. A veces la perra se chocaba con mis piernas y sentía que me sacaba energía, a veces incluso me mareaba. Me conseguí una astilla grande del tamaño de un lápiz grueso. Un pedazo de quebracho colorado que había encontrado cerca de las vías. Cada vez que la Chicha me tocaba, me tenía que hundir la astilla de quebracho en el dedo gordo, pero sin llegar a lastimarme. Como si estuviera prendiendo un encendedor.
Élida se lo tomaba a mal cuando me descubría. Decía que tenía que hacerme ver esa manía de andar buscando amuletos para sobreponerme a las incomodidades que me inventaba. Yo le decía que no eran amuletos. Y suponiendo que fuera una manía, ¿cómo me hago ver una manía en el hospital? Nunca me entendió ella. El imán lo necesito cuando hay metal en el aire; la piedra negra, cuando siento tierra. Esos son objetos que me dan equilibrio. Los otros son más como protección: la astilla de quebracho, por la perrita ciega que me ponía nervioso; el llavero de pelo de vicuña funcionaba cuando se enfermaba alguien cercano. No para curarlo sino para que se definiera la situación, para bien o para mal; el pedacito de coral, para cuando íbamos a visitar a alguien de la familia de Élida y yo sentía que me sentía incómodo; y la moneda china, cuando había dinero en el medio y necesitaba tomar una decisión.
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