La muralla rusa

La muralla rusa
Автор книги: id книги: 1991816     Оценка: 0.0     Голосов: 0     Отзывы, комментарии: 0 1128,66 руб.     (10,53$) Читать книгу Купить и скачать книгу Купить бумажную книгу Электронная книга Жанр: Документальная литература Правообладатель и/или издательство: Bookwire Дата добавления в каталог КнигаЛит: ISBN: 9788432153532 Скачать фрагмент в формате   fb2   fb2.zip Возрастное ограничение: 0+ Оглавление Отрывок из книги

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La relación entre Rusia y Francia abarca tres largos siglos de atracción y unión, pero también de oposición y rechazo. Rusia, un estado-continente que se extiende por Europa y Asia, siempre ha afirmado ser una potencia europea. Y Europa, para Rusia, se encarna siempre en Francia: la de Luis XIV, la de la Ilustración, la Revolución o el Imperio, la de las ideas, la lengua, la cultura, la libertad y el poder. Durante tres siglos, Francia fascinó a los soberanos Romanov, deseosos de ser reconocidos, aceptados y amados, y de gozar de un estatus comparable al de Francia.
Por su parte, Francia se opuso a esta asimilación, mirando a Rusia como a un país atrasado, bárbaro, ajeno a Europa y peligroso, hasta que tuvo que aliarse para hacer frente al poderoso Imperio alemán. Esa tensión es parte esencial de la historia europea, previa el cataclismo de la Primera Guerra Mundial.
La autora reconstruye esta larga relación, para tratar de arrojar luz sobre un presente inquietante y difícil.

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Hèlène Carrere D'Encausse. La muralla rusa

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HÉLÈNE CARRÈRE D’ENCAUSSE

La muralla rusa

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Para los rusos, esto debía ser el fin de la dominación alemana, y en primer lugar el de Biren, a quien el pueblo llamaba «maldito alemán». Biren, consciente del odio que suscitaba, había anticipado el evento. A petición suya, la emperatriz le había nombrado regente del pequeño príncipe Iván de Brunswick[1]. Ella estaba entonces muy enferma e influenciable, pero lo decidió la víspera de su muerte, firmando este nombramiento que, en cuanto fue conocido, levantó la indignación de todo el país. ¿Cómo aceptar una decisión que tendría como consecuencia perennizar el reinado de los alemanes y que el país fuese así entregado a un extranjero, además herético, despreciado por todos y al que relaciones inconfesables unían a la difunta emperatriz? Enseguida aparecieron nombres de los herederos que podían reivindicar una legitimidad. Isabel, ante todo, a la que se mencionaba por todas partes. Pero también, si se quería terminar con los reinados femeninos poco conformes con la tradición nacional, el nieto de Pedro el Grande, Pedro de Holstein. Por esto, la solución querida por la emperatriz difunta no la sobrevivió apenas. Un complot, en el que los jefes de fila eran además alemanes, con Osterman y Münnich en cabeza, estalló el 17 de noviembre. Biren, que no sospechaba nada, fue arrancado de su sueño, detenido y exiliado a Siberia. El testamento de la emperatriz Ana fue rasgado, y la gran duquesa Ana Leopoldovna se vio confiar la regencia. El príncipe de Brunswick era nombrado generalísimo, Münnich devino Primer Ministro y Osterman conservó su título de vicecanciller. Al conocer el golpe de fuerza, tres regimientos creyeron que se habría dado para llevar a Isabel al trono y se precipitaron hacia su palacio. Constatando su error, se volvieron a sus cuarteles, muy decepcionados, pero el episodio no fue sin consecuencias. La idea de una sucesión reglada en beneficio de Isabel estaba lanzada, siguió su camino, y Francia iba a tomar en esto una gran parte.

Antes hay que considerar un acontecimiento que conmovió Europa y cambió una vez más el orden de las prioridades. Ocho días antes de que la emperatriz entregara el alma, el emperador se apagaba en Viena. Y un problema de sucesión se planteaba también allí. Por la Pragmática Sanción, el soberano había intentado garantizar los derechos de su hija, pero apenas desaparecido sus disposiciones fueron contestadas. El elector de Baviera reivindicaba la corona imperial y la totalidad de los Estados austriacos, el rey de Sajonia quería Bohemia y Federico de Prusia, no contento con exponer sus ambiciones, invadió Silesia sin declaración de guerra. El equilibrio de Europa, tal como había sido establecido por los tratados de Westfalia y Utrecht, se derrumbaría, salvo si las potencias intervenían, y estas potencias no eran otras que Francia y Rusia, garantes de la Pragmática Sanción. ¿Iban ellas a volar en socorro de María Teresa que acababa de tomar el título de reina de Hungría? ¿Iban a unirse para apoyar a María Teresa y salvar Austria? O, por el contrario, ¿se inclinarían ante las ambiciones de Federico II sacrificando así Austria? ¿Francia y Rusia no irían a darse la espalda y favorecer una a Viena y la otra a Berlín?

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