Prosas y poemas a mi estilo

Prosas y poemas a mi estilo
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Prosas y poemas que nacen al desnudar mi alma, seguramente letras con vida propia, que reviven al ser leídas, que buscan despertar sentimientos, emociones, recuerdos y que, espero, transiten su propio camino y encuentren eco a su paso y tal vez, que queden en algún rincón de tu corazón.

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Horacio García. Prosas y poemas a mi estilo

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Ana quería un amor, demasiados años de soledad, un matrimonio que no funcionó, quizás por falta de experiencia o porque en su mente había idealizado al hombre que después no fue, hija única, buena familia, creyó que se iría de su casa con el príncipe azul, que en un brioso corcel blanco la llevaría a vivir felices por siempre. El tiempo, la convivencia, disolvieron esa imagen, descubrió que los cuentos de hadas solo eran fantasías y que en la vida real no era tan fácil. Que los seres humanos tienen virtudes, pero también defectos, que las necesidades individuales no siempre son prioridad para el otro, que crecer de a dos es una utopía, al contrario, es más frecuente la evolución de uno en la pareja, en lo laboral, las oportunidades o los sentimientos. Ella quería un amante, un amigo, un cómplice y él terminó no llenando sus expectativas, la tolerancia estuvo ausente y de pronto acabaron en caminos diferentes. Por un tiempo, se sintió libre, cambió su aspecto, se vistió más juvenil, hizo cursos, disfrutó con sus amigas salidas y reuniones que había olvidado, fue a bailar y experimentó algunas noches de placer con romances de ocasión, todo un cambio, pero en su interior faltaba algo, como si no sintiera satisfacción en todos sus actos, entregar su cuerpo solo implicaba pasión, buenos momentos de sexo, que se iban cuando entraba a la ducha, con la necesidad de que el agua arrastrara lejos caricias y besos no sentidos. Quizás seguía creyendo en el romanticismo, pero algo había aprendido, no necesitaba controles en su vida, nada quería compartir con alguien vulgar al hablar, tosco o quizás brusco en el trato, estaba dispuesta a ceder la belleza perfecta, la elegancia o el buen pasar, pero que viniera acompañada de amor, comprensión y compañerismo. Ana quería un amor, no que la completara, ella ya lo estaba, quería compartir con alguien que también lo estuviera, no necesitaba reparar pedazos de relaciones rotas o ayudar a madurar a quien la vida no se lo había enseñado, quería un hombre, no un hijo a quien educar. El tiempo fue pasando, descubrió que los vínculos se hacían complicados, que los compromisos se disolvían rápido, que muchos solo buscaban su cuerpo, pero no se preocupaban por ver su alma, que halagaban sus ojos, pero no su mirada, que disfrutaban su venir más que su caminar. Ana quería un amor y quizás la vida se lo dé, será en el momento en que deba ser o no, pero comprendió que si llega necesita un compañero, que la aprecie tal como es, que la quiera, sin necesidad de cambiarla, que entre los dos disfruten las virtudes y traten de tolerar y modificar los errores, que aprendan que la convivencia es un desafío cotidiano y de a dos. Ana quería un amor, quizás también los años le enseñaron que ya lo tenía, solo le faltaba mirarse al espejo.

Como todas las mañanas, Lucía daba vueltas en la cama, le gustaba disfrutar ese momento, un coqueteo con las sábanas, unos pocos minutos, suficientes para despejar su mente y juntar fuerzas para levantarse. Por la ventana de su cuarto, ya se veían los rayos del sol, anunciando el nuevo día, le gustaba mirar un árbol añoso, de verde follaje, que hacía las veces de santuario de gran cantidad de aves, un coro matutino, que la tenía como espectadora. Había que comenzar, antes de bañarse pasó frente al espejo, una confidencia, creo que uno de los mayores secretos interesantes de develar, de lo tantos encantos y misterios de la mujer, es contemplar su despertar, natural, con el cabello revuelto, sin maquillaje o prendas ajustadas, tal cual es, por cierto el privilegio de quien duerma con ellas, bueno, volviendo al relato, su imagen en pijama corto, dejaba ver en parte su cuerpo, acorde a su edad, ni demasiado joven, ni demasiado mayor, la justa, donde la mujer se siente más plena, más segura y por cierto, pensó, me veo bien, quizás un poco más de ejercicio no me vendría mal. Amaba su pueblo, casas bajas, bellos árboles, gente amable, pero no estaba conforme, su empleo en la librería, le permitía vivir y pagar sus gastos, pero necesitaba más, la monotonía, la rutina le pesaban, la sed de aventuras, emociones, algo que le diera una cuota de peligro, de audacia, la emocionaban hasta el punto de hacerla temblar. Mientras estaba bajo la ducha, solía quedarse largo rato, le gustaba sentir el agua caliente en su piel, como una caricia que recorría todo su cuerpo, cerrar los ojos, como si se transportara y estuviera en una selva, bajo una cascada, rodeada de palmeras, con grandes pájaros de colores volando en el cielo y gritando alborotados, un mar de aguas verdes, una playa virgen y el esplendor de la naturaleza frente a sus ojos, el sonido de las olas al romper, era como si escuchara una melodía que le daba calma, el sol abrazándola como un fuego sensual, quemando su piel y el roce suave y cálido de sus pies con la arena blanca, a lo lejos la visión de pescadores con sus redes, botes y veleros, mecidos por el viento, en una danza con cadencia sobre las aguas, caminar, recoger caracoles, chapotear con los pies, en esa espuma blanca que deja el mar cuando besa la orilla y encontrarse con él. Lo veía alto, robusto, con la barba a medio crecer y el mentón firme y partido, ese rasgo masculino que a ella le encantaba, que le daba personalidad, la piel curtida por la sal y el sol, marinero, ella lo imaginaba pirata y surcar los mares en su barco y en esos momentos, era feliz, pensaba que le hacía el amor en la playa y su mente febril, latía y su cuerpo se estremecía, en una mezcla de goce y alta dosis de una adrenalina, que, para ella, era tan necesaria como el oxígeno. Pero ya era tarde, Lucía, cerró el grifo de la ducha, se cambió, desayunó y salió presta a abrir su negocio, sus clientes la esperaban, su clásica sonrisa y amabilidad y la rutina de todos los días, posiblemente esa sería su vida para siempre, nadie jamás podría adivinar que ella vivía en dos mundos, la librería y el de sus aventuras, de sus viajes con él, de sus fantasías, de sus sueños despierta, un secreto bien guardado, rodeada de libros, buscaría un nuevo lugar, una travesía, quizás un país lejano o una etapa de tiempo diferente en la historia, así alimentar los personajes, la puesta en escena, una profesional de la fantasía, siempre volver a ser protagonista, para después recordar el sabor en su boca, el calor en su piel, el temblor en su cuerpo, la ansiedad y el placer de escapar de su mundo gris.

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Furtivo acecho en la noche, solo por verte dormida, ansiando estar a tu lado, que me abraces, me acaricies, sentir las pieles unidas, rozar tu cuerpo sería el éxtasis, el clímax, poesía, tu calor, nuestro mayor goce, pero frenar mi pasión solo es morir de agonía.

Te hago el amor en mi mente, entre sábanas de seda, tu cuerpo, mi refugio, mi utopía, mi quimera, tus formas me desesperan, son un camino prohibido, que recorro sin demora, explorando a cada paso, con mis labios encendidos, tu rincones, tus límites, tu frontera.

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