La Señora de todos los Pueblos
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Irene Laura di Palma. La Señora de todos los Pueblos
Отрывок из книги
Dios elige a los más humildes para que sean canales de su gracia. Es imposible entender cuáles son sus motivos desde la lógica humana, pero la historia nos confirma una y otra vez que las personas más sencillas son las predilectas para esta tarea. Es el caso de Ida Peederman, una joven holandesa de Ámsterdam, que entre 1945 y 1959 estuvo encargada de transmitir los mensajes que la Virgen le reveló durante 56 apariciones. En ellos, María le manifestó su deseo de ser conocida y amada por los hombres como “la Señora de todos los Pueblos” y nos pidió que recuperemos lo que se ha perdido: la verdad, la fe y el amor, para poder evitar la corrupción, las calamidades y las guerras.
La vidente, en diversas visiones proféticas, describió el plan a través del cual Dios quiere salvar al mundo por medio de María. Para recibir esta bienaventuranza, la Virgen le enseña una oración para difundir y promete que la catástrofe mundial se evitará si los pueblos la rezan. Nuestra Señora insiste en que el valor y la fuerza de esta plegaria reside en el pedido del derramamiento universal del Espíritu Santo y anima a Ida al decir: “Que todos recen esta sencilla oración cada día. Esta oración se ha dado así, pequeña y sencilla, para que todos puedan rezarla en este mundo moderno. Ha sido dada para pedir que el verdadero Espíritu venga al mundo” (Mensaje del 20-09-1951).
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A medida que fue creciendo, Ida se convirtió en una mujer simple, a quien apreciaban por su amabilidad y modestia, y a los 19 años empezó a trabajar en la oficina de una fábrica de perfumes en Ámsterdam.
Durante largos períodos de su vida soportó grandes pruebas espirituales e instigaciones del demonio. A veces Ida era cruelmente atormentada y su familia participaba de sus sufrimientos. Por ejemplo, cuando el Padre Frehe se preparaba para ir a visitar a la familia Peerdeman, en ese momento, en su casa, Ida empezaba a gritar y a maldecir. De pronto cobraba una fuerza física tan grande que podía levantar hasta un sillón pesado sobre la cabeza y su voz cambiaba de tono completamente.
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