Existe una clara diferencia entre dos tipos de enfermedades: las sobrevenidas y las adquiridas. Las primeras tienden a despertar compasión y apoyo entre la ciudadanía, los medios de comunicación e, incluso, entre los profesionales sanitarios creando un entorno favorable para que las personas diagnosticadas compartan su estado con el mundo y busquen apoyos en su proceso de curación o mejora. Las enfermedades adquiridas, aquellas que son prevenibles y por tanto evitables, no reciben la misma consideración social. El diagnóstico viene acompañado de un estigma asociado a la creencia de que necesariamente algo malo habrán tenido que hacer para haberse contagiado. Esta categorización de la salud es tan perversa e injusta como real y palpable en muchos ámbitos de la vida cotidiana. El autor, Iván Zaro, les invita a conocer los testimonios de hombres y mujeres diagnosticados de VIH que se enfrentaron a sus propios miedos y a una parte de la sociedad que les considera culpables de haber adquirido la enfermedad. El VIH se ha convertido en una excusa para rechazar a homosexuales, migrantes, pobres, drogodependientes, en definitiva, a los otros. Acompañaremos a estas personas en el duelo y en los momentos críticos a los que son sometidos y veremos cómo gracias a la resiliencia y a la superación han rehecho sus vidas para poder convivir con un virus que no solo ha condicionado su salud sino también sus relaciones laborales, personales, sexuales y amorosas. «Cuando me dijeron que había contraído este virus, me di cuenta enseguida de que había contraído además una enfermedad social.» David Wojnarowicz «Una enfermedad infecciosa cuya vía de transmisión más importante es de tipo sexual, pone en jaque, forzosamente, a quienes tienen vidas sexuales más activas; y es fácil entonces pensar en ella como un castigo.» Susan Sontag, El sida y sus metáforas
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Iván Zaro. La vida a través del espejo
Prólogo
Prefacio
Introducción. El estigma social
1. El golpe
David, un médico paciente
Pablo, un sacerdote hecho de carne y espíritu
2. El duelo
El negacionismo y sus peligrosas consecuencias
La negación de Eva
3. La resiliencia
María José Fuster: la resiliencia hecha mujer
4. La visibilidad
Miguel Caballero: la segunda salida del armario
5. El amor en tiempos del VIH
José Manuel y Pedro: una historia de amor en positivo
El amor: José Manuel tras el diagnóstico
Pedro: el amor vence al miedo
6. La sexualidad positiva
Asier se emancipó del miedo
7. El legado
Enrique, un superviviente del sida
Epílogo
Agradecimientos
Отрывок из книги
Prólogo
Prefacio
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Mi despertar sexual sería a los cuatro o cinco años, con el programa Luna de miel de Mayra Gómez Kemp. Una de las pruebas se desarrollaba con toda la familia vestida de boda en la piscina y en una barca que se iba hundiendo. Hacia el final, al novio o a la novia le ponían un estríper y debía reconocer las piernas de su pareja entre las cuatro personas que le proponían. Primero hacían la prueba con el chico, con una tía despampanante. Luego le tocaba la prueba a la novia y le ponían al típico estríper hipermusculado, guapo, alto y con un cuerpo fantástico. Yo me excitaba muchísimo y empecé a darme cuenta de que pasaba algo porque esa reacción no la tenía con las chicas, pero ahí se quedó un poco apagada la cosa. Después, a los doce o a los trece años, en el colegio también experimenté lo mismo.
En aquella época, los sábado por la noche a las tres de la mañana, después de la película tipo Regreso al futuro o Alien, venía la peli porno. Así que me quedaba a ver el porno y me daba cuenta de que me gustaban los hombres y eso inicialmente lo veía como algo malo. Pero lo que te hace verlo así es la sociedad. Porque cuando llegas a clase los niños empiezan a pegarte, te discriminan, no quieren jugar contigo. ¿Entonces cómo mataba yo el tiempo por las tardes? Me ponía a estudiar, a ver series y jugaba a los videojuegos.