La vistosa
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Jacinto Octavio Picón Bouchet. La vistosa
Jacinto Octavia Picon. La Vistosa
LA VISTOSA
LAS CORONAS
DIVORCIO MORAL
Отрывок из книги
Conocí a Enriqueta, por mal nombre «la Vistosa», cuando estaba en relaciones con mi amigo Perico, hombre tan celoso que se le antojaban los dedos huéspedes, lo cual unido a ser la muchacha demasiado comunicativa me hizo tratarla con exquisita precaución, deseoso de que por ningún pretexto se me pudiese acusar de un delito que yo era incapaz de cometer.
Los negocios para que estábamos asociados, hacían necesario que Perico y yo nos viésemos a menudo; algunos días iba a comer con él, es decir, con ellos, pues vivía maritalmente en compañía de Enriqueta. Pocas mujeres tan agradables he conocido; sobre todo, tan listas. Pronto se dio cuenta de la extremada prudencia con que yo le dirigía la palabra, de mi empeño en esquivar todo exceso de confianza y del exquisito cuidado que ponía para que nunca nos quedásemos solos. Mortificada sin duda por suponer que en mi excesiva cautela había un fondo de mal disimulado desprecio, procuró desvanecer la prevención de que yo pudiera estar animado contra ella.
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Se puso muy seria y hablando con una mezcla de lealtad y desvergüenza que daba pena, siguió diciendo:
– No he conocido a mi madre. Mi padre era comerciante; se retiró de los negocios con una renta de cuatro mil duros. Tenía un amigo de alguna más edad que él y muchísimo más rico, don Ulpiano García Pignorado, el banquero de quien habrá Vd. oído hablar. Papá le nombró, al morir, tutor mío; yo tenía entonces quince años. Mi padre creía que don Ulpiano era honrado y de superior entendimiento… en su honradez, pudo creer, porque mientras él vivió aquel señor no sufrió reveses de fortuna, que son los que ponen a prueba la verdadera hombría de bien: lo de considerarle como inteligencia superior no me lo explico más que por una cosa: mi padre era débil de puro bondadoso; uno de esos hombres que ni desconfian de nadie ni saben decir que no; y don Ulpiano era de carácter duro, áspero: papá confundiendo la dureza con la energía, creyó de buena fe admirar, y hasta puede que envidiase, la cualidad opuesta a la que formaba la base de su carácter. Para que pueda Vd. darse cuenta de la condición de aquel tío, de don Ulpiano, bastará un rasgo. Tenía un hijo único, muy jovencito, de no mucho entendimiento, que por culpa de malas compañías, de tacañería, descuido y desamor de su padre comenzó a malearse; contrajo deudas y firmó un pagaré de cuatro mil reales. Don Ulpiano en vez de atarle corto por otros medios y a pesar de no tener más que aquel hijo, le largó a Londres empleado en una casa de banca, con un sueldo mezquino y encargo de que le tuvieran bien sujeto… Al quedar yo huérfana, don Ulpiano en vez de llevarme a su casa, me confió a una hermana de mi padre que hasta entonces había vivido sola, con una pequeña viudedad que tenía y con lo que papá de cuando en cuando le daba. Dispuso, además, que se entregasen a esta señora mensualmente dos mil reales para mis gastos, acumulando el resto de mi renta para engrosar el capital. Transcurrieron cuatro años, durante los cuales fue pagada puntualmente aquella suma. Luego, de pronto, un mes no nos dio más que la mitad, y al siguiente nada. Yo acababa de cumplir veinte años, y hacía uno que tenía novio. Íbamos a casarnos, estaba preparando mi equipo para el cual se habían destinado cuatro mil pesetas con anuencia de mi tutor… De mi novio no quiero hablar… Cuando pienso en lo engañada que me tuvo, en lo ciega que estuve, comprendo que salgan mal tantos matrimonios. Créame Vd., el noviazgo es en muchos casos un periodo de mentira, de hipocresía, de fingimiento; unas veces el falso es él otras ella, con frecuencia los dos se caen de tontos. Entonces la tonta fui yo… Un día cuando aún no sospechaba cual fuera la causa del retraso en el pago de la renta, me encontré leyendo un periódico, con la noticia de que había quebrado una de las casas más fuertes de Madrid; el nombre y apellidos del banquero estaban indicados por iniciales; U. G. P., es decir, Ulpiano García Pignorado. Corrí a su casa con mi tía. El pájaro había volado. Pocos días después un abogado, al cual consulté, amigo de mi padre, me quitó toda esperanza. En primer lugar mi padre, al otorgar testamento, había relevado a Pignorado de prestar fianza; y además mi pequeña fortuna estaba en papel del Estado y títulos al portador… Quedé completamente arruinada. Pero, vamos a mi novio. El mozo echó sus cuentas: yo le convenía con mis tres mil y pico de duros de renta; los perdí… pues ¡abur, amor mío! Buscó un pretexto, celos sin causa, y me dejó. Hágase usted cargo de mi situación. Yo estaba acostumbrada a vivir bien, sin pensar en mañana, y de pronto… nada, lo que se llama nada. Empeñando y malvendiendo cuanto había en casa, ayudadas solamente por la viudedad de mi tía, pasamos algunos meses. Luego la miseria y ¡con qué circunstancias, con qué detalles! Mas vale no acordarse. Dicen que soy bonita; ¡entonces si que lo era! Yo le enseñaré a Vd. un retrato de aquel tiempo y comprenderá Vd. que ciertas cosas no pueden menos de suceder. Porque, una de dos: o tiene la mujer valor para tirarse por el balcón o no lo tiene… A mí me faltó coraje. No quiero confesarme con Vd. de… cómo… de lo que me pasó… en fin, de cómo conocí a mí primer amante. Si llego a caer con un hombre bueno… le aseguro a usted que aquel hubiera sido el único.
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