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El conflicto entre el capitán Woodward y el tabernero Charles Roberts es el de la visión colonial versus una noción más humanista de la expansión europea por la Micronesia y la Melanesia. «Si el hombre blanco se esforzara un poco por entender cómo funciona la mente del hombre negro, se podrían evitar la mayoría de los problemas», asegura Roberts, de mente más abierta y liberal. London, el racista, modificaba algunas de sus concepciones. En el viaje que hace entre 1907 y 1909 a bordo del Snark por Hawaii, las Islas Marquesas, Tahití, Fidji, las Islas Salomón, las Nuevas Hébridas y Australia, su concepto de la superioridad anglosajona se modifica. Está en desacuerdo con la forma como el hombre blanco ha sometido a la fuerza a los nativos, esclavizándolos o despojándolos de sus tierras. Hay una especie de crisis de conciencia que lo lleva a escribir historias donde muestra su simpatía hacia ciertos personajes, como el hawaiano Koolau, y donde da cuenta de la mano dura de los anglosajones. «Colonizar el mundo. Alguien tiene que hacerlo», parece ser la única consigna, no importando los medios para lograrlo. El relato es ambivalente: por un lado, la destreza de Saxtorph para hacerle frente a una horda de salvajes —la historia que cuenta el capitán Woodward—, y, por el otro, la velada certidumbre de que el inevitable hombre blanco es igual o peor de salvaje que los nativos.