Una raíz para Gustavo
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Jaime Maximiliano Casas Barril. Una raíz para Gustavo
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Отрывок из книги
–Gustavo: soy tu abuelo. Ya estoy viejo y tú has cumplido dos años. Te he visto crecer, día a día, y a menudo busco en tus primeras palabras al niño que fui. Estiras tus pequeños brazos y me pides «ir en el techo». Te montas sobre mis hombros y a esas alturas gobiernas tu transporte con suaves tirones de orejas. Siento el privilegio de convertirme en un ser con dos cuerpos: uno con pies ya cansados de andar por el mundo; otro lleno de energías, empinado para ver más lejos. La paciencia de un viejo y el ímpetu de un niño deberían ser siempre una esencia de quienes ayudan a crecer a las crías de la humanidad. Pero debo decirte que de pronto desperté con una sensación extraña. No estaré vivo cuando tengas edad suficiente para leer lo que ahora escribo. No alcanzaré a tener contigo el diálogo que debiera surgir de esa lectura. Hablé con tus padres y con toda la familia, nuestra gran hermandad. Entonces decidimos que te escribiría esta historia. De esta forma abro un diálogo imposible para muchos, y te espero, siempre, con el más fraterno de los abrazos.
Te contaré un diálogo que ha cruzado los mares como los delfines, asomándose para tomar aire y volver a sumergirse: Alejandro Magno, uno de los mayores ladrones en la historia de la humanidad, a quien los escribidores del tiempo han llamado emperador, logró capturar a un pirata que asolaba el mar Egeo con un bajel tripulado por hombres feroces llamados hermanos por el capitán. Alejandro, intrigado, le preguntó por qué se dedicaba al asalto de los barcos; por qué, en definitiva, era un pirata y no un hombre honrado. El capitán, cuyo nombre jamás sabremos, respondió: «soy ladrón porque tengo un barco; si tuviera cien me llamarían conquistador como a ti». La leyenda embellece la anécdota contando que el gran Alejandro premió su inteligente respuesta dejándolo en libertad.
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Hardan fue vendido otra vez en 1607 en el puerto de Almuñécar durante una de las masivas llegadas de moros. Exhibido sobre cajón en la plaza de Bibarralba, fue comprado por un intermediario accitano, por encargo del dueño de un hato en el extremo norte de la isla La Española, en un lugar que mucho después será conocido como Port de Paix.
Los esclavos moros tenían en el mercado un precio superior a los negros. Hardan, de buen porte y excelente musculatura, prometía ser una inversión muy rentable. Podría cruzarlo con alguna negra o con una aborigen de las islas y esperar buenas crías. Tal vez el moro fuera el semental que diera inicio a una nueva raza. Sin embargo, a pesar de no haber presentado ningún problema grave en el largo viaje hacia su hato, ya libre de las cadenas, mostró una insubordinación casi suicida. Durante todo el viaje en el pañol de los esclavos se mantuvo en silencio y comió todas las basuras que le dieron. El traficante encontró raro que un hombre tan entero aceptara su condición de sometido con tal pasividad y se lo advirtió al nuevo dueño. Había vendido otros esclavos musulmanes y a ellos debía impedirles por la fuerza el rezo de sus cinco oraciones diarias. Con Hardan no fue necesario. Se comportaba como si Alá no tuviera ninguna importancia. Parecía mantener muy dentro de sí mismo alguna oscura determinación a la que estaba dedicando su vida después de la captura. Sería necesario vigilarlo y tener mucho cuidado. El amo consideró que si se trataba de eso, estaba en presencia de un poder fuera de lo común. Entonces él sabría domarlo y domesticarlo. Para ello tenía todo el tiempo del mundo.
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