La guerra de España: reconciliar a los vivos y los muertos
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Jean-Pierre Barou. La guerra de España: reconciliar a los vivos y los muertos
SUMARIO
PREFACIO A LA EDICIÓN ESPAÑOLA. LA LOCURA DE LA INMORTALIDAD
PREÁMBULO
I. CASAS VIEJAS. «LAS REIVINDICACIONES DE LA CONCIENCIA»
II. LA SUMA DE LOS TERRORES. «¿PERO ES QUE EL MUNDO NO SE DA CUENTA?»
III. LA BATALLA DEL EBRO. «UNA TRAICIÓN Y UN PAGO»
IV. FEDERICO GARCÍA LORCA. «LO ESPIRITUAL CONSIDERADO DESDE EL PUNTO DE VISTA POLÍTICO Y SOCIAL»
THOMAS MANN. TEXTO «ESPAÑA»
AGRADECIMIENTOS
BIBLIOGRAFÍA
Отрывок из книги
Jean-Pierre Barou es un reconocido editor y escritor francés. En los años sesenta dio sus primeros pasos en el sector cultural como redactor en el periódico francés La Cause du peuple, convirtiéndose más tarde en uno de los creadores de Libération, el mítico diario fundado por el filósofo Jean-Paul Sartre. Entre sus iniciativas como editor destaca la publicación del célebre panfleto ¡Indignaos!, de S. Hessel. Además, ha trabajado con los filósofos Michel Foucault (El ojo del poder) y Vladimir Jankélévitch (Estás en el origen de mi renacimiento), con el Premio Nobel de la Paz Andrei Sajarov y con Simone de Beauvoir.
Su relación con la Guerra Civil española comienza a los quince años, cuando el vasco Xavier Landaburu —un compañero de clase exiliado en Francia—, le confía un libro sobre el drama de Guernica.
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Los nombres de otros escritores, Dos Passos, Hemingway, Malraux..., también están ligados a la Guerra Civil, en la mayoría de los casos porque estuvieron en ella y combatieron en las filas republicanas, hicieron suya la causa de una u otra facción, fueran comunistas o anarquistas. Aunque participaron en la guerra, e incluso en esa guerra dentro de la guerra, ninguno fue capaz de discernir lo que tanto inquietaba a esas conciencias libres. A Hemingway se le reprochó, y con razón, haber contribuido a la causa comunista en su novela Por quién doblan las campanas. Dos Passos, a su modo rival de Hemingway, se basó en falsos rumores difundidos por el Gobierno republicano de Madrid para relatar la guerra, y habló de los sucesos de Casas Viejas de una manera totalmente impropia de un escritor, como veremos más adelante. Malraux, ataviado de aviador, es como un guerrero en busca de argumento para una novela. Estos célebres autores están en la historia. Gide, Mann, Bernanos y Camus, no: ellos la amenazan.
Bernanos avanza en su reflexión mediante observaciones personales, al igual que Gide: «Si he sacado algún provecho de mis experiencias en España, es que creo haberlas abordado sin tomar partido por ningún bando». Imposible dudar de ello. Le indigna que un simple puño en alto al paso de los aviones republicanos sobre la isla baste para morir en el paredón a manos de los falangistas o de sus aliados italianos. Que se impida que las familias lleven el duelo por esos muertos. Mientras tanto, los convoyes se multiplican. Los italianos asesinan con un disparo en la cabeza a doscientos habitantes de Manacor que creían sospechosos y queman sus cuerpos por la noche. «Bajan, se ponen en fila, besan una medalla, a veces solo la uña del pulgar. ¡Pam, pam, pam!». ¿Actos de venganza? «Afirmo, y afirmo por mi honor, que en los meses anteriores a la guerra santa no se cometió en la isla ningún atentado contra las personas o los bienes». No, es rabia, un crimen, crímenes en nombre de una indigna cruzada de purificación espiritual. El obispo de la isla apoya todo aquello, señala a los culpables y a los héroes. Es entonces cuando Bernanos deserta de su bando en nombre del espíritu, ¡el espíritu ante todo! Para este católico no cabe duda de que «el hombre de buena voluntad», el del Nuevo Testamento, «el hombre que tiene la intención del alma», agoniza. El propio Mann podría haberlo dicho: en España, en la tierra de los Reyes Católicos, tiene lugar el «preludio de la tragedia universal». Bernanos añadirá más tarde: «El frente de la cristiandad se ha roto», el dique ha cedido. Como ya hicieron Mann y Gide, y como pronto hará Camus, Bernanos está sufriendo un cambio político: «El hombre de buena voluntad no es más que un subproducto inservible en esta sociedad moderna que se empeña en eliminarlo poco a poco. Ya no hay bandos, y me pregunto si quedará mañana una patria». Denuncia a las democracias que lo permiten con la pseudopolítica de no intervención «en nombre de un pacifismo utilitario»: «Francia se limpia a diario los escupitajos de los dictadores». Para este cristiano todo ser que nace, nace «refractario», y en consecuencia puede o corre el riesgo de «volverse poeta o más bien anarquista stricto sensu, es decir, incapaz de ejecutar en verso una petición de los servicios de propaganda del Estado». Podría haberlo dicho Camus.
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