La vida jugada
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Jimmy Giménez-Arnau. La vida jugada
Índice
Prólogo, por Pilar Eyre
Nota del autor
Cuando me aburro, me voy
I. Primeros pasos por el mundo. INTRO. Un recuerdo
1. Dilemas de un feto en altamar
2. El hijo del diplomático
3. Si alguna vez me pierdo…
4. De Madrid al cielo inglés
5. Los Rosales
6. Segunda estancia en Uruguay
7. Las cenizas familiares
II. Licenciado por partida doble. 8. Verano en el trópico
9. Desembarco en la universidad
10. Balance de un primer año
11. Hombres con lengua de insomnio*
12. Adiós a las armas
13. De docentes y mujeres
III. De la universidad a Yo, Jimmy. 14. Ganarse la vida
15. Escribir
16. Amar
IV. Aquel Jimmy
17. Algo que nace
18. «Me enamoraré de ti algún día»
19. La tribu
20. Como Dios mandaba
21. La vida en común
22. La muerte silenciosa del amor
23. Respirar de nuevo
xxs
I. Segunda juventud. 24. Puerto Vaguedad
25. Ibiza: diez barras y un privée
26. Entre las islas, Londres
II. La fama de un personaje. 27. Las malas compañías y Neón en vena
28. Las nupcias que nunca existieron
29. Adiós, Leticia, adiós
III. La audiencia se dispara. 30. Pantallas, micrófonos y algunos libros más
31. La caja lista
32. Al otro lado de las cámaras: Sandra
Apéndice viajero. I. Viajero empedernido
II. Los otros viajes
Breve apunte histórico. Enrique Giménez-Arnau en Hendaya
ENRIQUE GIMÉNEZ-ARNAU. HENDAYA. 1. PRESENTACIÓN
2. LA ENTREVISTA DE HENDAYA
3. EL ÁNIMO DE FRANCO
4. EL MEMORÁNDUM
5. CONCLUSIÓN
Отрывок из книги
JIMMY GIMÉNEZ-ARNAU
Si preguntan por ahí, los que me conocen les dirán que vine al mundo hace 76 años en medio del océano, que fui un niño itinerante y feliz y que una juventud desenfadada no hizo otra cosa que afianzarme el desparpajo infantil, al tiempo que sembraba en mí el amor por las palabras, que siempre respeté, y por las letras en general. Creativo y audaz en grado sumo, contraje la enfermedad del matrimonio con total inconsciencia en la treintena y ello me emparentó, durante poco tiempo afortunadamente, con una tribu histórica de la que ya no guardo ni el recuerdo. Sin rastro de hipocresía, porque es vicio que desconozco, afirmo que saqué partido de espectáculos propios y ajenos cuando las circunstancias lo toleraron. Di a la imprenta 14 libros, viajé por el mundo y me empeñé también en cuanta exploración capaz de abrir la mente se me puso a tiro. Ejercí el periodismo en modalidades diversas, pero siempre con la condición de divertirme, que el humor es, sin duda, lo más notable de mi carácter.
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Y eso que la disciplina era estricta. En el comedor, por ejemplo, un par de alumnos mayores —el colegio estaba dividido en dos edificios, uno para los benjamines y otro para los de más edad— se sentaban a nuestra mesa y vigilaban nuestros modales e incluso el ángulo en que colocábamos los codos: armados con una vara de bambú, no dudaban en utilizarla si los libros que nos habían metido bajo el brazo se deslizaban mientras comíamos y caían al suelo. Allí te corregían a palo limpio, no tenían demasiados escrúpulos al respecto; las travesuras se pagaban caras y lo más llamativo de todo era que tenías que darles parte de los dos chelines y seis peniques que te asignaban semanalmente para que te castigaran, una manera un tanto enrevesada de reconocer tu culpabilidad y el gran favor que te hacían aquellos imberbes desalmados sacudiéndote sin piedad.
Para la tarea punitiva, el director, por su parte, utilizaba un hueso de ballena recubierto de cuero que habría hecho las delicias de sadomasos y que a nosotros nos dejaba las manos en carne viva si no habías tenido la precaución de untarte jabón en las palmas antes de acudir al despacho del headmaster. No me resisto a identificar al ángel benefactor que me aconsejó aquella protección tan útil, un amigo italiano, Vittorio Manunta, que tiempo después nos deleitaría con sus escarceos cinematográficos como protagonista de la película Peppino y Violeta, que narra la historia de un cristianísimo muchacho que acude con su burra enferma, Violeta, al Vaticano, para que el santo padre sane a la cuadrúpeda.
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