Escultura
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Johann Gottfried Herder. Escultura
Отрывок из книги
Algunas observaciones
sobre la forma y la figura
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Ahora bien: podemos mirar la cosa con otros ojos. Por una parte, es bueno recordar que las ideas de Herder sobre el tacto no pasaron desapercibidas a los historiadores del arte. Baste citar un par de ejemplos. Uno, sin duda el más eminente, es el de Aloïs Riegl de la Spätrömische Kunstindustrie (1901),61 en donde, en el marco de su sutil reivindicación del barroco, se valía de dos categorías fundamentales, la de lo táctil (o háptico) y la de lo óptico. En las obras determinadas por la primera, lo que dominaría sería todo aquello relacionado con la experiencia del espacio, de su ocupación, de la profundidad; en suma, de lo irreductible a la mera visión de una imagen, de aquello que Herder llamaba una «tabla plana» de la naturaleza. El otro historiador en donde hallamos claros ecos de lo mismo es en Heinrich Wölfflin, aunque en este caso en unos términos más secos y abstractos, por ejemplo, en el primer capítulo de sus Conceptos fundamentales de la historia del arte (1915), donde formula su distinción entre «imagen táctil» e «imagen visual».62
Por otra parte, si bien se mira, estas categorizaciones no dejan de mantener puntos de contacto con bastante de lo que ha venido sucediendo en la escultura moderna y postmoderna. Obviamente, no es éste el lugar de proceder a un análisis de lo que significó, como punto límite, la escultura de Rodin. Pero sí podemos recordar que tanto la escultura de signo constructivista, en cuanto que modelo ejemplar de registro de vanguardia, como el minimalismo y el postminimalismo, a título de opciones postvanguardistas, resultan poco menos que incomprensibles sin una apelación a una aguda conciencia de los valores táctiles de la obra plástica.63 De hecho, y a pesar de su patente heterogeneidad, en muchas obras inspiradas en tales orientaciones reconocemos un interés particular, ya que no por la figura en cuanto que objeto susceptible de ser tocado, sí por la relaciones espaciales, por la manera en que el espectador no sólo ve la obra, sino la siente de modos diversos, confrontándola como objeto físico, experimentando el carácter y las propiedades de sus materiales, abordándola como objeto en el espacio, en ocasiones experimentando su infinita distancia, y a veces adentrándose en ella, dejándose envolver por ella y, por así decir, habitándola.64 Herder no podía haberlo imaginado, pero acaso esta clase de cosas habría sido imposible sin su reivindicación del tacto –y del cuerpo– como agente insoslayable de las artes plásticas.
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