El poder infinito de los cuerpos

El poder infinito de los cuerpos
Автор книги: id книги: 2101794     Оценка: 0.0     Голосов: 0     Отзывы, комментарии: 0 197,1 руб.     (1,94$) Читать книгу Купить и скачать книгу Электронная книга Жанр: Языкознание Правообладатель и/или издательство: Bookwire Дата добавления в каталог КнигаЛит: ISBN: 9789878622088 Скачать фрагмент в формате   fb2   fb2.zip Возрастное ограничение: 0+ Оглавление Отрывок из книги

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Описание книги

Furiosos rituales de iniciación que suceden una vez por mes en una esquina del conurbano, entre nebulosas de vidrio, niños que se despiertan en la madrugada para ver lo que jamás vieron, atraídos por el magnetismo de una tormenta, motociclistas que avanzan a toda velocidad por una ciudad que se expande más allá de sus límites, raperos que sueltan rimas esenciales ante un público devoto. Todo lo que sucede en los relatos que forman parte de El poder infinito de los cuerpos – tercer premio del Fondo Nacional de las Artes 2017 – se imprime en el interior de pequeñas cofradías deseantes: familias que se trasladan de un lugar a otro, grupos de amigos, tribus urbanas, parejas o jóvenes adeptos a formas muy específicas de la violencia, el frenesí o el amor. Especialmente sensible a la textura y la materialidad de la vida en pleno siglo XXI, y a los flujos de energía que dominan a sus personajes, las inolvidables historias de Jonás Gómez revelan el lado B de nuestra cultura. Pero hay algo más: un desplazamiento hacia la periferia de las grandes ciudades en busca de oportunidades, trabajo u olvido. En estos relatos son centrales los suburbios, el conurbano y los paisajes desiertos que dejan los traslados migratorios o la expansión urbana de las megalópolis. Ahí, en las ruinas encantadas del futuro que vendrá, Gómez – uno de los poetas más importantes de su generación – encuentra la lava imprescindible para su literatura. Una usina que genera un encantamiento extraño y extremadamente vital, fabricado a partir de los elementos esenciales de nuestro lenguaje. ¿Qué es lo que queda en pie ante el desastre? Para Gómez solo sobreviven impulsos pequeños que generan ecos inimaginables, el furor de una experiencia existencial con las palabras y acciones que en este nuevo sistema de mistificación podríamos catalogar como sagradas. Y el movimiento, siempre el movimiento, impulsado por la energía corporal de la juventud.

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Jonás Gómez. El poder infinito de los cuerpos

EL PODER INFINITO DE LOS CUERPOS. Jonás Gómez

Furiosos rituales de iniciación que suceden una vez por mes en una esquina del conurbano, entre nebulosas de vidrio, niños que se despiertan en la madrugada para ver lo que jamás vieron, atraídos por el magnetismo de una tormenta, motociclistas que avanzan a toda velocidad por una ciudad que se expande más allá de sus límites, raperos que sueltan rimas esenciales ante un público devoto. Todo lo que sucede en los relatos que forman parte de El poder infinito de los cuerpos – tercer premio del Fondo Nacional de las Artes 2017 – se imprime en el interior de pequeñas cofradías deseantes: familias que se trasladan de un lugar a otro, grupos de amigos, tribus urbanas, parejas o jóvenes adeptos a formas muy específicas de la violencia, el frenesí o el amor

Jonás Gómez nació en Buenos Aires en 1977. Estudió dibujo y pintura en el Centro de Artes y Oficios CEAVAO. Editó los libros “Equilibrio en las tablas” (Mansalva, 2010), primer premio Indio Rico en el género poesía, “El dios de los esquimales” (Ediciones Diatriba, Santa Fe, 2011), “No hubo un mejor tiempo que este” (plaqueta de Difusión Alterna Ediciones, 2013), “Calendario de siembra” (Barba de abejas, 2014), “Venga a nosotros el reino de las estrellas” (El ojo del mármol, 2015), “Economías hídricas” (El ojo del mármol, 2016), “El uso correcto de las manos” (Taller Perronautas, 2018) y “Una percepción binaria del color” (EMR, 2018), que obtuvo mención en el concurso 2017 de poesía de la Editorial Municipal de Rosario

Juventud, filoso tesoro

Nunca pregunté cómo empezó. Pudo haber sido después de una pelea o algo que pasó una noche en la que estaban todos borrachos, elevados por la espuma de la cerveza. Lo que sé es que después de esa noche el acto se repitió. Si alguien quiere sumarse al grupo tiene que pasar la prueba. Hoy es el turno de Marcos. Tiene 22, está rapado, usa una campera de cuero gastada, se lo ve demasiado flaco para plantarse frente a una correntada fuerte. Y adelante va su dentadura. Es ambiciosa, intenta ganar espacio en la boca y salir, exponerse entre un par de labios finos. Ahora se ajusta los cordones de las zapatillas blancas de lona, porque sabe que si se cae, si se engancha con los cordones, todo puede terminar mal. Así que se frena en la última baldosa y se asegura de que todo esté en orden

Respiración tibia

Se despertó cubierto del todo. En algún momento de la noche se había acurrucado en el centro del colchón y su cuerpo había pasado a ser el núcleo de una montaña blanca. La habitación, la casa, todo estaba en silencio. Era domingo. Se movió hasta sacar los brazos y la cabeza fuera del abrigo. El vaso de agua que le dejaban siempre en la mesa de luz estaba lleno. Lo tomó de un trago. ¿Cuánta agua iba a tener que tomar para estar bien? ¿Cuánta agua necesitaba para ser fuerte? En el futuro iba a visitar el recuerdo de esa mañana, iba a imaginar una mesa llena de vasos, ocupando la superficie hasta los bordes. Iba imaginar esa escena y el efecto de la luz en el agua, dentro de esos vasos

Vestido de escamas verdes

1. Cuando llegaron la casa estaba parcialmente vacía. Los dueños anteriores se habían llevado casi todo, en el único espacio donde que había cosas era en la habitación de Sergio. Ahí, en un rincón, encontraron una alfombra enrollada, una caja con discos de vinilo y el torso de un maniquí de mujer. El padre de Sergio quiso sacar todo a la calle, pero cuando estaba por llevarse el maniquí Daniela le pidió que lo dejara. El padre la miró con desconfianza. El torso de plástico no tenía cabeza ni brazos y ofrecía un par de senos en punta. Por un momento dudó. Finalmente apoyó el maniquí en el suelo para que su hija se lo llevara. En las semanas siguientes fue su juguete preferido, le ponía ropa, collares de plástico, lo llevaba al comedor, a la hora de la cena a veces quedaba cerca de la mesa. Pasados esos días de entusiasmo la novedad cayó en desuso. El maniquí aparecía en el baño, debajo de la ducha, o cubierto por diarios y papeles en el comedor. Una noche, después de jornadas de rotación, la madre dejó la figura frente a la puerta de Daniela. Por unos minutos no hubo movimiento en el ambiente, hasta que la puerta de Sergio se abrió y volvió a cerrarse rápido. Se escuchó el ruido de pasos sobre la madera y el cuerpo de mujer ya no estuvo ahí. 2. Era de noche. Sergio estaba en la terraza con la vista en el barrio nuevo. Era distinto al lugar en el que vivían antes, ahí había casas, pocos edificios, pasto. En el nuevo barrio era normal encontrar perros sueltos mordidos por el hambre. A la noche se escuchaban gritos y disparos del otro lado de la cancha. La constante era el ruido, siempre había ruido en el aire

3. El maniquí quedó ubicado en una esquina de la habitación, orientado a la cama. Era lo primero que Sergio veía cuando despertaba y lo último antes de dormir. Mantenía cierta distancia, nunca tocaba el cuerpo. Y cuando miraba las curvas, el color que simulaba ser piel, algo cambiaba en sus ojos

4. De a poco empezó a salir. No podía pasar el día encerrado frente a la tele, así que buscó la manera de caminar por el barrio, siempre intentando mantenerse lejos de la cancha. Después de moverse en distintas direcciones encontró una calle de edificios antiguos, ahí todo era ocre y oxidado. Había algo en esas estructuras que le llamaba la atención. A veces se sentaba en la vereda opuesta, simplemente para ver el movimiento de la gente que salía o para intentar espiar algo de lo que pasaba cuando se abrían las ventanas. Desde esas aberturas alguien podía sacudir un mantel, otro podía asomarse para corroborar el clima o arrojar algo a la vereda. Una tarde, en una de esas ofrendas al paso, algo descendió con lentitud desde el tercer piso. Sergio se levantó rápido para cruzar la calle, aunque a medida que se acercaba fue aminorando la velocidad de sus pasos. Era una ristra de flores de papel. La levantó y la sostuvo a la altura de los ojos. Eran de un tono lila gastado, parecía un regalo antiguo, algo guardado por muchos años. No sabía cómo protegerlas durante el traslado, así que apoyó la ristra en el vientre y la envolvió con la remera. Las flores estaban tibias. 5. Frente al espejo probó un lápiz labial morado. Estaba un poco usado, Sergio pensó que debía ser de su hermana. Ensayó besos al aire, y aunque la puerta del baño estaba cerrada, cuando escuchó ruidos en el pasillo se apuró para limpiarse la boca con papel higiénico

6. Cuando le tocaba pasar cerca de la cancha le gritaban. A veces algún chiste, a veces un insulto, pero la mayoría de las veces le silbaban como se le silba a una mujer. Sergio bajaba la vista. Aunque vivían todos en el mismo barrio a él le había tocado ser la rareza local

7. El sueño recurrente era vívido. Viajaba en avión, con toda su familia, y el avión se estrellaba en el océano. Pero había un lapso de continuidad entre el accidente y la escena que seguía. No había imágenes del impacto, no había gritos, o tragedia. Estaba en el avión y después caminaba por el fondo del mar. En esa zona la luminosidad era medida, para alcanzar el fondo, la luz del sol tenía que atravesar una capa gruesa de agua. Y ahí estaba él, descalzo, y podía sentir las algas adheridas a los pies, veía las algas que se transportaban en la corriente para terminar enrolladas en las piernas. No había nadie a la vista, toda su familia había desaparecido de la escena, aunque de todas maneras estaba en paz

8. Escuchó gritos y se acercó a la ventana. En la cancha había corridas, el equipo del Gallo peleaba con otra gente, chicos a los que Sergio no había visto nunca. Uno cayó al piso y el capitán del equipo del Gallo le quiso seguir pegando. El Gallo lo agarró de los hombros y lo alejó de ahí. Sergio no podía escuchar lo que decían, los dos gritaban en simultáneo. Se miraron fijo y por un momento pareció que la pelea iba a seguir entre ellos. En esa situación Sergio entendió:

9. El padre de Sergio tomaba el mismo de vino desde hacía años. Sabía que había otros mejores, pero se había acostumbrado a ese sabor. Prefería el tinto pero los domingos subía a la terraza con un vaso de vino blanco y miraba el barrio desde la altura

10. El Gallo mantenía la pelota en el aire. Cabeceaba, la recibía con el hombro, la rodilla, la dejaba caer hasta los pies y volvía a subir. Sergio estaba afuera, tomando aire y lo vio. Se acercó hasta el alambrado. No había nadie alrededor. Sonrió y le dedicó un silbido largo. El Gallo perdió la concentración y la pelota cayó. Lo miró a los ojos y pateó contra el alambrado. Sergio retrocedió un paso, pero cuando la pelota rebotó en el suelo volvió al lugar que ocupaba antes. El Gallo se sintió ridículo, levantó la pelota y caminó en paralelo al alambrado. Sergio lo siguió, primero se movió despacio, hasta que se puso a la par

11. El padre de Sergio salía de su habitación. Le guiñó el ojo. Las cosas habían mejorado entre ellos, de alguna manera, después de la borrachera en la cocina, todo estaba más tranquilo en la casa. De todas maneras Sergio entró a la habitación con desconfianza. Lo que encontró fue la guirnalda alrededor de la ventana, los clavos estaban puestos de tal manera que quedaban cubiertos por las flores lilas. 12. No había comido nada en todo el día y tuvo la sensación de que el hambre se había retirado para darle lugar a un problema más urgente. A esa hora la cancha estaba vacía. No había gritos ni movimiento, no se veía la vibración del alambrado cuando la pelota golpeaba y sacudía el cerco. Pensó en El Gallo. ¿Qué hacía cuando estaba fuera de la cancha? No sabía demasiado de él. Lo veía jugar y correr, a veces lo veía en la calle y el Gallo cruzaba de vereda, y bajaba la mirada

13. En la sobremesa se escuchó la palabra “operación”. La madre dejó los cubiertos en el plato, la hermana miró con curiosidad, quería ver cómo reaccionaban. A la tarde lo habían hablado, ella le había dicho “yo te ayudo”, pero la situación la superaba y había elegido observar en silencio en vez de interceder

14. La sala de operaciones era más chica de lo que había imaginado. Aunque estaba boca arriba podía adivinar los bordes de las cosas que lo rodeaban. Ahí no había mucho por hacer, así que se dedicó a escuchar parte de la conversación entre el cirujano y sus asistentes. Hablaban de generalidades, probablemente para ellos el cambio que estaba por hacerse en el cuerpo de Sergio era una cuestión de mecánica, de elementos a ser modificados. En esa modalidad interventiva de la ciencia no había misterio, la carne se cortaba y se cocía. Pero para Sergio todo iba a ser distinto una vez que terminara el procedimiento. Estaba el cuerpo con el que había nacido, pero su identidad excedía al cuerpo

15. Frente al espejo encontró un cuerpo nuevo. Todavía faltaba ocuparse de algunos detalles, pero incluso en esa fase intermedia podía ser una mujer atractiva

16. En los últimos meses había pasado poco tiempo afuera, las salidas se habían restringido a las caminatas por la zona de edificios antiguos, para ver algo del movimiento que se daba ahí. Intentaba salir cuando el barrio se había vaciado, pero ese día no: el sol estaba alto, el frío había quedado atrás y el tiempo de salidas se percibía en la calle

Tazas

Tenía la vista fija en la tierra. Después de arrancar yuyos, mover piedras a los lados y sacar a la calle dos sillas oxidadas, el espacio parecía más amplio. Toda la vida había ocupado habitaciones en departamentos, con balcones cortos y terrazas sin macetas, así que el suelo orgánico era una novedad que asimilaba de a poco

Asunto de tres

1. Andrés abrió la canilla y esperó. El agua fría caía con fuerza contra la pileta y antes de perderse, antes de irse por la cañería, formaba un remolino ajustado. En los nudillos tenía sangre seca de la noche anterior y marcas, cicatrices de otras peleas. Por algunos segundos divagó pensando en lo que había pasado. Finalmente acercó las manos al chorro, las mantuvo ahí, firmes, hasta que el agua hizo su parte

2. La puerta de la habitación de su hermana estaba entreabierta. Greta dormía boca abajo. Desde la nuca se asomaban mechones más claros, que se arqueaban hasta llegar a la almohada. Andrés se había acercado para ver si precisaba algo de afuera, al ver que todavía dormía cerró con cuidado

3. Cuando Andrés volvió Greta estaba frente a la mesa de la cocina. Todavía tenía los ojos entrecerrados y saludó con un buen día dirigido al aire. Andrés sonrió y dejó la bolsa en la mesa. Puso al fuego un jarro con agua y se sentó antes de abrir el pan lactal. Greta le miró las manos

4. José tenía un brazo fuera del auto. El cigarrillo se le consumía despacio entre los dedos mientras esperaba a que saliera un viaje. Siempre había preferido esperar fuera de la remisería y desde la pelea era más obvio. Se sentía incómodo adentro. Sabía que hacían comentarios, algún chiste entre dientes porque un pendejo lo había cagado a trompadas. Y aunque habían pasado varias semanas los dedos todavía le dolían, las marcas rojas seguían en la cara

5. Estaban sentados en el sofá. Los ojos de Greta se enfocaron, como muchas otras veces, en las fotos del estante. Había una selección de tres imágenes: en una estaban ellos dos, cuando eran chicos, en otra estaba su mamá, con un peinado que ya nadie usaba, en la última su papá, con el uniforme azul y la mirada intimidante

6. José caminaba distraído por la avenida. El dolor en la cara ya se había ido, lo único que persistía era una molestia al respirar: el aire se atascaba en la nariz y lo que salía de ahí era un silbido de cañerías tapadas. Escurrió su cuerpo encorvado entre la gente que avanzaba y siguió, mirando vidrieras, viendo pasar a los otros

7. Andrés se acostó en el banco. Inspiró, exhaló y apoyó las manos en la barra de la pesa. La levantó y, antes de empezar la serie de repeticiones, la sostuvo en el aire unos segundos. Quería preparar el cuerpo. En simultáneo sintió la tensión en los brazos y el crujido leve de las articulaciones, por debajo de la carne. Conocía ese esfuerzo y lo buscaba, sabía que no había otra manera de acceder a la energía

8. Greta tomó un trago largo de su vaso rojo mientras veía titilar el monitor. Aunque había una llamada entrante estaba con poco ánimo para atender a clientes desorientados o rabiosos por haber recibido un servicio que consideraban injusto. Sabía que no iba a poder retrasar demasiado la respuesta, así que finalmente apoyó el vaso y atendió:

9. Su reflejo en la vidriera de la armería lo sorprendió. En los últimos meses había perdido peso. Ahora el torso era chico para la remera. Los pómulos, casi morados, sobresalían. Y para completar la configuración de espantapájaros los brazos colgaban casi sueltos

10. Iban caminando por la calle. Andrés había guardado la bolsa de las compras en la mochila. Greta le contaba el día en el trabajo, mientras él escuchaba con una cuota variable de atención. Por momentos tenía que hacer un esfuerzo por no dispersarse. Sabía que en algún momento se iba a ir de la casa. Iba a encontrar pareja, después se mudaría, después tendría hijos. Ese era el futuro cercano que imaginaba para ella

11. Más tarde paró en el bar de la estación. Estuvo ahí, tomando cerveza, con la vista clavada en el vaso. Un compañero de la remisería lo saludó con un gesto, pero José estaba ocupado desenrollando el fardo de alambre que se había formado dentro de su cabeza

12. Los días anteriores pasó poco tiempo en la remisería. Ni siquiera toleraba estar afuera, esperando en el coche. La idea de que el rapado y su novia caminaban sueltos por la calle le consumía las últimas reservas de tranquilidad. No podía pensar en otra cosa, la idea volvía y volvía y volvía, estaba ahí a la mañana y estaba ahí a la noche, siempre presente, ejerciendo una presión insoportable

13. Por largo rato estuvo con la vista en el cielo oscuro. No podía llorar ni gritar. Estaba anclada al descampado. Y ahí se quedó

14. El bar estaba casi vacío. Uno de los tubos de luz no funcionaba del todo, así que al fondo del lugar había una oscuridad a medias. José estaba ahí, acumulando botellas en la mesa, desde temprano a la tarde. El mozo del bar le servía con desgano. Como José no molestaba a nadie no tenía argumentos para dejar de llevarle cerveza. En otra de las mesas un hombre de pelo blanco y nariz rota tomaba de un vaso de plástico. Hablaba solo y gesticulaba. En el pico de entusiasmo o euforia se levantó de su silla y dijo: “yo fui el campeón sudamericano de boxeo”, pero nadie le prestó demasiada atención, incluso cuando soltó golpes al aire

15. Después de salir del hospital Greta pasó mucho tiempo en la casa. Sus amigas del Callcenter la llamaron. Ella se limitaba a ver los nombres titilando en el celular. Nunca respondía. No llamó para renunciar, simplemente dejó de ir. Si volvía iba a tener que hablar y no había manera de explicar lo que había pasado. Entonces repartía su tiempo entre el sofá y la cama. Cuando estaba en el comedor sostenía la taza de café y miraba el piso, se enfocaba en las uniones grises de las baldozas. Cuando estaba en la cama giraba sobre el colchón con las persianas bajas. Pasaba horas ahí, cubierta con el acolchado. De tanto en tanto Andrés entreabría la puerta y desde afuera preguntaba si necesitaba algo, si tenía hambre, si quería algo de la calle. Greta daba la misma respuesta a todos los ofrecimientos “no, gracias” 16. Ese lunes Andrés se despertó temprano, era un momento importante y quería estar preparado antes de salir. Después de bañarse y afeitarse buscó ropa distinta a la que usaba todos los días. Se puso una camisa blanca, pantalones pinzados y zapatos. Se movió en silencio por el comedor, no quería despertar a su hermana

17. Trabajó duro. Lo primero que hacía cuando llegaba era acomodar el taller. A él le tocaba descargar los tablones que llegaban en un camión cada lunes. Barría y juntaba el aserrín, que parecía reproducirse a sí mismo, para soltarlo dentro de bolsas de consorcio

18. Con el tiempo Greta volvió a salir. Los primeros días se sentaba en la entrada de la casa y veía pasar a las pocas personas y autos que circulaban por ahí. Antes de incorporarse al ruido necesitaba recuperar el silencio, o necesitaba que el ingreso al ruido fuera gradual, de un paso a la vez

19. José apoyó la cabeza contra la puerta. Le había costado llegar. En el suelo, entre sus pies, había una bolsa de papel madera. Desde ahí se asomaba una criatura de lana color rosa. José pensó que ya era hora de cambiar el oso panda que le había regalado el año anterior. Tocó timbre y escuchó el sonido que se propagaba en la casa. Esperó y volvió a tocar el timbre. Aunque tenía el aliento caliente y acidez le parecía importante esa visita. Se alejó de la puerta y encendió un cigarrillo. Pensó en que tenía que volver a la remisería, pedir disculpas y volver al trabajo, ya no podía seguir así. Casi no pensaba en el rapado y su novia. La culpa que había sentido en algún momento estaba extinta. Incluso las sensaciones y el recuerdo del momento se habían apagado. Sentía que todo eso lo había hecho otro hombre, no él. Él tenía una hija a la que le había llevado un juguete azul. 20. Un sábado, después de algunos meses de vida social limitada, consiguió que saliera después de cenar

21. Greta se dio vuelta y bajó la vista. Andrés se dio cuenta que algo la había molestado. Miró a la barra

22. Greta caminó rápido. Aunque le preocupaba lo que podía hacer su hermano necesitaba llegar lo más pronto posible a su casa. Cuando entró fue directo a la cocina. Abrió la canilla. Dejó correr el agua mientras buscaba un vaso, que tragó rápido y de una vez. Se secó la boca con el revés de la mano. No sabía cómo seguir ¿Tenía que llamar a la policía? ¿Tenía que dejar que Andrés lo lastimara? Buscó una campera y volvió a calle, pero no avanzó demasiado. Mientras caminaba otra vez para el bar vio el auto que estacionaba frente al descampado. El alumbrado le mostró lo que pasaba. El hombre que la había violado se movió en el asiento, intentó sacar algo de la guantera, pero Andrés le pasó el brazo alrededor del cuello y lo ahorcó. El hombre forcejeó un poco, no tuvo posibilidad de safarse. Andrés bajó del auto, abrió la puerta del asiento del acompañante, Greta vio que guardaba algo en el bolsillo del buzo. Después pasó alrededor del auto y sacó al hombre de ahí. Lo cargó en brazos como si fuera un chico. Parecía que estaba intentando protegerlo. Cuando llegó al pasto lo dejó caer. El hombre recuperó la conciencia y se movió con lentitud. Greta veía todo apoyada en un poste de luz. Sentía que si se acercaba la situación podía arrastrarla y ahogarla en el fondo del descampado. Andrés estuvo un rato en esa posición, respirando con la boca abierta y la espalda encorvada. El hombre pedía perdón y sollozaba, Andrés se acercó y le pegó. Primero una bofetada, en voz baja dijo “callate”. El hombre seguía pidiendo perdón y Andrés volvió a pegarle, esta vez con la mano entrecerrada. El golpe que siguió fue con el puño cerrado, que se estrelló contra la nariz y extrajo un manchón de sangre. El hombre soltó un ruido, un gorjeo de pájaro que se ahogaba, pero Andrés no contuvo los golpes. Fue una descarga de fuerza contra una cara roja que perdía definición

Día de práctica

Guille toma envión desde bien atrás, junta velocidad y da el salto. Cuando cruza la tabla por la baranda se escucha un ruido metálico, como si le estuviera sacando filo a un cuchillo, o algo así. Pasa rápido mientras los pibes le gritan. Y después el suelo. Aterriza bien. Cuando cae suena distinto, las ruedas de plástico y la madera tienen un sonido menos duro

Todo lo que es puro hace daño

Antes de bajar los escalones se cubrió con la capucha. No era una noche fría, pero el viento arqueaba y volaba lo que estaba suelto. Con movimientos precisos bajó la escalera. Necesitaba eso, dar cada paso sintiendo las articulaciones de las piernas, su propio torso recto mientras se trasladaba. Se alejó del monoblock. Tenía que cruzar el pasto para después cruzar el puente de hierro. Todo ese recorrido también era parte de la preparación previa para salir de la zona y estallar en la rima

Esa noche había ido con mi novio. Yo voy de tanto en tanto, él va siempre. La música fue buena y el faso rico. Alguien había llevado de sus plantas crecidas en jardín. Entonces humo y más humo. Y el bajo sonaba divino, no sé quién estaba en las bandejas, el tracklist fue glorioso. Mi novio estaba contento, bailaba, se movía, hablaba con todos. En un momento el DJ bajó el sonido. Era noche de competencia, yo no estaba muy enterada. Había visto el cartel blanco y negro en la entrada, aunque no le había prestado demasiada atención. Lo miré de pasada mientras hacíamos la fila. Y bueno, en un momento la música paró. Subió Daniel, él siempre presenta a los que compiten. En el escenario había dos flacos, a veces hay tres, o más, y van pasando de a uno. La votación se hace con aplausos, así se elige al ganador. Ese sábado estaba MC Kaos y otro flaco, no lo conocía. Kaos estaba con su gorra blanca. Creo que tiene varias. El otro tenía un buzo rojo con capucha. No lo conocía, creo que era la primera vez que subía a rimar. Daniel los presentó y largaron. Primero salió Kaos, como tiene muchos amigos desde abajo le tiraban la mano para saludarlo, gritaban su nombre. Se lo veía relajado, conocía el lugar y no era la primera vez que competía. Cuando terminó fue el turno del otro. Fue raro, porque no estábamos lejos, pero no se le veía bien la cara. No sé si se movía lejos de las luces. Los rasgos se veían medio difusos. Empezó rimando suave, parecía que estaba hablando solo, apenas movía las manos. Se encorvó y siguió así por un momento, como si estuviera rezando. Después empezó a rimar con más fuerza, elevó la voz y dejó el verso bien arriba. Kaos se sorprendió, vi que daba un paso atrás, como si se hubiera asustado. Daniel tomó el micrófono, se reía, pidió un aplauso fuerte para los competidores. Esa era la primera ronda, faltaban otras dos

El último movimiento fue acercarse al micrófono y recitar palabras cortas fuertes. Sueltas podían sonar inconexas, agrupadas en la rima se asentaban para formar un verso de alcance mayor

Yo sentí algo en las orejas. No sé, es raro de explicar, no me había pasado nunca. Era un zumbido agudo y grave, como si me hubiera acercado a dos campanas que sonaban a la vez

No se quedó a ver qué había soltado. Después de bajar del escenario salió a la calle

Muñeco

Lucas apoyó la cabeza contra la ventanilla. El vidrio estaba frío. Una vez que se cubrió con la capucha todo mejoró. Ya no sentía el zumbido en los oídos. La música del antro tecno había quedado atrás, con el humo propio y ajeno que ocupaba los pulmones, con los colores encapsulados y el ascenso de líneas blancas vía las fosas nasales

La bruja blanca

1. Mirna miraba la ventana desde su asiento. No veía el paisaje, se concentraba en la vibración del vidrio, en la oscilación que se producía por el traslado del micro en la ruta. No quería estar ahí, aunque quedarse sola, en su casa, no era una opción. Y todavía faltaban horas para llegar

2. Mirna había llegado al mundo en un parto natural. Ese día el obstetra dijo “los felicito, es una nena sana”, y después de entregarla a los brazos de la madre agregó “tiene tus ojos”

3. Bajaron del micro con la garganta seca y las piernas entumecidas. El padre le regateó la propina al muchacho que descargaba los bolsos del micro y la madre se mostró fastidiada por la situación. Mirna entrecerró los ojos para ver los alrededores. Había algunas montañas dispersas y, aunque el clima era seco, en el perímetro crecía una variedad de arbustos y distintas clases de cactus. Caminó por la zona en la que estacionaban los micros. El suelo era gris, algunas piedras mínimas se metieron entre las plantas de los pies y las sandalias

4. Caminaban por la avenida principal. Ahí se daba la circulación de autos con música estallando a través de las ventanas, se escuchaban risas, se percibía la circulación de cuerpos en exposición

5. La puerta de la habitación estaba entreabierta, desde adentro salía un olor fuerte, parecido al olor a pis de gato. Aunque el aspecto general del ambiente era desagradable lo que veía le daba curiosidad. Había adornos de animales, frascos, piedras, cristales y trozos de madera colocados en los estantes. En el fondo de la habitación se abrió una puerta. La mujer que salió la miró con desagrado, quizás percibía una invasión a su privacidad. Encendió un cigarrillo del paquete que estaba en la mesa redonda y caminó distraída

6. Sentada en el suelo, con los lápices al alcance, Mirna no sabía qué dibujar. Los bocetos no se definían del todo, quedaban a mitad de estructura entre una figura y la siguiente. Revolviendo entre las cosas encontró el lápiz que Julia le había regalado el día anterior. Marcó algunas líneas doradas en la hoja, que había apoyado sobre la carpeta para tener una base firme. Dibujó y dibujó, sin estar del todo consciente de lo que hacía. Tenía la vista fija en el papel y a la vez fuera de foco. Cuando terminó la hoja estaba cubierta de bloques de piedra grandes que formaban una muralla. Mirna tuvo la sensación de que era la pared de una estructura antigua, quizás de un castillo. 7. Caminó cerca de la base de las montañas. En lo alto se veía el verde más intenso, aunque en lo bajo también se respiraba una cuota del ánimo agreste de la zona. Hacía calor, sintió que la piel se enrojecía y decidió volver antes de tiempo. A pocas cuadras del hotel había locales de vasijas de cerámica, ahí vio abrigos de lana colgando de perchas y frascos de dulce. Le llamó la atención una vasija grande, de forma curva, que estaba apoyada en la vereda de uno de los negocios. No sabía si era un adorno o en algún momento se había usado para contener agua. Imaginó que debía guardar un sonido grave y profundo. Siguió caminando, dejó atrás los locales y llegó a un tramo del camino en el que crecía el pasto y las parcelas estaban loteadas. A la vista no había ningún tipo de construcción. Los árboles oscuros se inclinaban hacia un lado, guiados por las correntadas de aire. Aunque estaba lejos Mirna se detuvo para ver el color de las hojas. Y en ese momento la vio. La mujer bajó desde la copa de uno de los árboles. Estaba vestida con un género de tela blanco. Era rústico, la cubría como un vestido antiguo, algo que podría haberse usado cientos de años atrás. La mujer se abrazaba al tronco, descendía de un tramo a la vez, con movimientos precisos. Había un nivel intimidante de concentración en sus movimientos. Cuando llegó a tierra se mantuvo en posición, frente al árbol, por unos segundos, para después orientar su cuerpo hacia el camino. Tenía el pelo oscuro y la cara de un tono más claro que la tela con la que cubría el cuerpo

8. Mirna caminó descalza hasta la pileta. Las baldosas del patio del hotel eran de un tono gastado y se habían entibiado por el sol. El agua, en cambio, estaba fría, así que se movió de a poco, avanzando escalón por escalón. El fondo y los lados laterales estaban pintados de un tono verde que parecía inspirado en la década del 50. El momento era el intermedio entre la tarde y la noche y ella estaba sola. Caminó por la parte baja. Cuando ya no pudo hacer pie sumergió parte del cuerpo, no se quería mojar el pelo, aunque, de todas formas, nadó hasta la parte profunda. Respiró con lentitud. Desde la calle no llegaban ruidos. Apoyó los codos en el borde y se elevó un poco. Sintió un hormigueo en el vientre y después el dolor. Esa mañana se había despertado con malestar y pensó que el agua podía aliviarla. El dolor se concentró en el vientre. A través de la malla se filtraron algunas gotas de sangre. Sabía que el día iba a llegar, era parte del crecimiento, pero la imagen de su propia sangre diluyéndose en el agua la ubicó en el rol de espectadora. Se quedó inmóvil frente a la disolución del rojo. El color descendió más, no llegó a alcanzar los tobillos, se hizo más claro y pasó a ser una mancha rosa. 9. Salieron a cenar. El padre pidió carne, la madre pollo, Mirna ensalada. Se sentaron en torno a una mesa redonda. Aunque el lugar estaba lleno de gente el padre y la madre estaban contentos de estar ahí. Entre el exceso de trabajo y las preocupaciones no tenían mucha dispersión. El padre sonreía y la madre sonreía más. Mirna seguía pensando en todo lo que había pasado en los últimos días. No había dicho nada de la mujer blanca, tampoco había hablado del sangrado. No sabía qué decir y si hablaba iba a tener que responder preguntas. Lo mejor era guardar silencio. Levantó la vista de su plato y vio el momento en que el padre apoyaba la mano abierta en la mejilla de su mamá. Mirna sonrió y bajó la vista rápido, de vuelta a su comida. 10. El clima afuera de la habitación era agradable, así que se instaló en una de las mesas de plástico. Tenía varios bocetos y hojas cubiertas con bloques dorados. Si los unificaba podía formar una pared de papel simulando una muralla. El ruido de zapatos la sobresaltó. Era una chica con uniforme de enfermera, delgada y de pelo castaño, con algunos mechones más claros en la frente. Entró a una habitación, se escucharon algunos ruidos y salió. En una mano tenía un paquete de papel y en la otra una botella de cerveza y un vaso. Se sentó en la mesa de al lado de Mirna y abrió el paquete, había empanadas. Masticó rápido mientras llenaba el vaso de cerveza. Tomó un trago largo y exhaló. La chica la miró a los ojos

11. Los tres bajaron por el camino de tierra que salía del hotel. Era poco transitado, serpenteaba por lo bajo y después subía hasta llegar a una zona más agreste. Mientras avanzaban vieron a una liebre que se escondía entre el pasto. Aunque los suyos estaban ahí desde antes que se construyera el hotel muchos cuadrúpedos habían migrado a otras zonas. Mirna intentó memorizar los movimientos, los giros y los saltos. Sabía que no iba a volver a ver al animal

12. Caminó descalza por las baldosas hasta llegar a la pileta. Otra vez estaba sola. Se sentó en el borde de la parte profunda y entró al agua, sin pensar demasiado en la temperatura. Estaba tibia. Imaginó que a esa hora iba a estar fría, pero el sol debía haber hecho lo suyo durante la tarde. Sumergida tocó el fondo con las manos abiertas, también estaba áspero como las baldosas. El contacto le dio una sensación de límite que era estimulante. Se dejó ir un poco y movió los brazos hasta ubicarse entre el fondo y la superficie. Ahí se agarró los tobillos y se mantuvo inmóvil, en el movimiento mínimo del agua, formando la figura de un óvalo. Era una semilla, una posibilidad. 13. Afuera, en el patio, los padres conversaban con otra pareja de veraneantes. A través del vidrio, a través de las cortinas, las siluetas se distorsionaban en dimensión y extensión. Ella seguía sin decir nada, del primer sangrado y de la bruja. La había visto dos veces, estaba segura de que iba a volver. Del otro lado de la ventana, mientras los padres se alejaban, las voces disminuyeron. Ella se acostó boca abajo. Hundió la cara en la alfombra y le llegó el olor a productos químicos de limpieza. Estiró los brazos para simular brazadas, quería sumergirse en el piso, en el entramado sintético de la alfombra

14. Era de noche, el cielo había acaparado un tono que pasaba del gris al violeta. No había relámpagos a la vista, pero desde las montañas llegó un trueno que hizo temblar los vidrios del hotel. Le quedaban pocos días ahí, quería aprovechar todo lo que fuera posible. Abrió la puerta de la habitación y se quedó en la entrada, recostada contra el marco. El patio estaba a oscuras. Por seguridad los empleados del hotel habían apilado las sillas y las mesas contra la pared. Mirna no sabía qué tan intensa podía ser una tormenta en la zona. Imaginó que el viento llegaba desde lo alto y desparramaba los muebles

15. El color del cielo se volvió sólido y la fuerza de gravedad se concentró en el patio para aplastar todo lo que se le pudiera oponer. Mirna se arrastró empapada por las gotas que caían con fuerza, aunque era el color del cielo lo que la asustaba más. Avanzó gateando. Soltó un murmullo a boca cerrada. Era un sonido femenino y primitivo. Quería erguirse, pero la consistencia de los huesos había sido puesta en duda. La bruja blanca caminaba alrededor de la pileta y elevaba los brazos. La caída de la chica la impulsaba, le transmitía su energía vital. Mirna la percibía como una mancha blanca y turbia alrededor, que contribuía al malestar y al dolor que estaba sintiendo. Se acercó al borde de la pileta. Quiso vomitar, pero lo que había tragado se adhería a los órganos y no quería ser expulsado de la cueva en la que había encontrado refugio. Se vio reflejada en el agua. Ahí era donde había tenido el primer sangrado y en ese espacio se había sentido, también, llena de potencial. La solución a todo quizás fuera sumergirse, reencontrarse con el agua. En el fondo, tocando la base de la pileta con las palmas abiertas, vio una versión de sí misma más decidida, con mayor fortaleza. Quiso unificarse con ella. Se dejó caer y el cuerpo descendió con lentitud, hasta quedar rodeado por el agua oscura. 16. Se despertó en una habitación blanca. Le llevó algunos minutos entender que estaba en un hospital. Le dolía la garganta y sentía que la cabeza crecía sobre la almohada. No recordaba lo que había pasado. Los padres estaban del otro lado de la ventana de la habitación, en el pasillo, tomando café en vasos de plástico y hablando con Ivana. Tenía frío, así que se cubrió con la manta. Quería esconderse, formar un capullo, respirar protegida debajo del abrigo. Cerró los ojos. Por un momento se le aparecieron las facciones de la bruja. Era como si se hubiera proyectado la materia blanca con la que se cubría el rostro, sólo eso, el resto, su cuerpo, había quedado atrás

Vientos divinos

1. En el sueño caminaba en puntas de pie por una parcela angosta. El pasto punzaba los dedos, pero avanzaba, iba entre paredes de bloques grises. Desde uno y otro lado, detrás de las paredes, llegaba el ruido. Eran golpes y aunque primero fueron desorganizados, sin musicalidad, de modo paulatino se ordenaron para formar un ritmo repetitivo y hostil. Catarina pudo reconocer los tambores de metal. Eran parte del instrumental de la música japonesa. Eran tambores taiko

2. La moto estaba en el garaje, que Catarina mantenía limpio, ordenado y con una cantidad mínima de objetos. Era una moto baja, aerodinámica, de color blanco. Había sido diseñada para entrar en el cauce de la velocidad en pocos segundos. A cada lado tenía pintada una bandera de Japón, pero en el lado derecho había ganado un raspón extendido y crudo, que exponía el color de material con el que había sido construida

3. Dio vueltas en la cama. Esteban dormía. Pensó en los sueños que había tenido los últimos días. Las imágenes eran cada vez más intensas, más violentas que antes. No le había hablado de eso. No sabía si era lo mejor y tampoco sabía cómo describir lo que pasaba en las escenas. Además, sabía que él iba a sugerir retomar terapia y pastillas y eso era algo en lo que ella no estaba dispuesta a ceder. Ni terapias ni pastillas. Ya había pasado por eso

4. Se movió despacio por la avenida. Los semáforos y el tránsito forzaban el ritmo pausado y, por un momento, tuvo que aceptarlo. Soltó un gruñido que se encapsuló dentro del casco. A un lado de la camioneta que transportaba maderas escuchó un comentario sobre su cuerpo. Aunque intentó ignorarlo el sonido de la voz quedó circulando alrededor del oído

5. Una cortina de varillas de plástico delgadas filtraba la luz. Era casi celeste y fresca en la habitación individual del hospital. Se despertó con un sabor pastoso en la boca. Sentía la consistencia de la papilla seca o de pastillas masticadas con poca saliva. Intentó abrir los ojos, pero pudo abrir sólo uno. Con lentitud acercó la mano a la cara y tocó las vendas que cubrían parte de la cara. Aunque le dolía la cabeza asumió que le habían dado sedantes. Supo que esa sensación era la anticipación de un dolor mayor que iba a recorrer todo el cráneo

6. Al segundo día de estar internada se encontró a sí misma escuchando a un médico hablar de rehabilitación y cirugía plástica reconstructiva. Quería cooperar y a la vez quería seguir con su vida como si no hubiera pasado nada. De todas formas sabía que por las fracturas el proceso de recuperación iba a llevar tiempo

7. Antes y después de ir a rehabilitación se bañaba. El brazo y la pierna dolían, así que todo se hacía con mayor lentitud. Esteban le había ofrecido ayuda más de una vez, pero ella prefería hacerlo sola. Incluso con el dolor y los sedantes la idea de volver a caminar sin arrastrar la pierna, o alcanzar a extender el brazo del todo, no le resultaba estimulante. Aunque había aceptado las lesiones, como si fueran parte de su nueva condición, iba a todas las sesiones. Podía ir con desgano, pero evitar la clínica hubiera generado gritos y pedidos de explicaciones

8. El patio de la casa en la que vivían no era amplio, aunque tenía reservada una cuota de verde. Catarina llevó la silla blanca de plástico hasta la medianera y se sentó del lado de la sombra. Habían pasado algunos meses desde el accidente. Ya no tenía la cara cubierta y la sensación de presión dentro de la cabeza. De todas maneras le tocaba tragar pastillas por los días venideros

9. En el sueño iba parada, con los brazos extendidos, sobre el asiento de la moto. Sentía el viento frío dentro de los oídos y estimulando las facciones. Había una luz concentrada en torno a ella, como si hubiera un reflector. Por un momento pudo tomar distancia de su cuerpo y verse a sí misma. Estaba maquillada y las mejillas le brillaban por la purpurina. El vestido era rojo, de lentejuelas. Iba por la avenida despejada. No había peatones en movimiento, no había otra actividad que la suya. El único vehículo a la vista era el auto blanco, que estaba detenido a mitad de la calle. Cuando se acercaba el momento del impacto pudo sentir el cuerpo rígido, tenso, preparado para el choque. Un metro antes de impactar dio un salto por encima del auto y giró en el aire para caer de pie

10. Aunque el predio en el que depositaban los vehículos chocados estaba cerca de su casa era la primera vez que estaban ahí. En la entrada había una reja alta y carteles gastados de color verde con los horarios de atención. Catarina pensó que muchos de los implicados en esos choques habían tenido heridas más graves que las suyas. Pensó en mutilaciones y muertes instantáneas

11. Caminaban tomados de la mano. Esteban hacía chistes y ella respondía sonriendo. Observó cómo se movía, su manera de hablar y gesticular. Había momentos en los que sentía que eran de civilizaciones diferentes. Podían hablar, comunicarse, pero en el futuro no sabía si eso iba a ser posible. Se imaginó intercambiando señas y sonidos guturales para llegar a un acuerdo por algo simple y cotidiano

12. Había rechazado los ofrecimientos del cirujano. Su respuesta era que todavía no estaba lista para volver al hospital, que podía lidiar con las marcas. Esteban buscaba la manera de convencerla, cuando hablaban se esforzaba por mencionar el tema de un modo que pareciera casual. Ella lo conocía y desviaba la conversación, o simplemente decía “más adelante vemos”

13. Mientras Esteban preparaba la mesa Catarina cortaba verduras. Habían comprado cerveza negra y vino, el padre de Catarina iba a cenar, así que querían que hubiera opciones. Catarina dio un trago largo de cerveza y apoyo el vaso en la mesada. Había muchos colores dispersos en la tabla de madera, muchos cortes en cubos para cocinar en la sartén. Encendió las hornallas, por un lado las verduras, por otro lado la cacerola con agua para el hervor de los fideos. Había hongos secos, tallos verdes picados en un cuenco y una botellita, que podía ser cubierta con la mano, de salsa picante para echar al final

14. Necesitaba tomar aire, salir, así que se alejó por la calle con el impulso de la mañana. En la vereda sintió algo del olor de los árboles en floración y eso la despejó. La pierna golpeada ya casi no dolía, aunque se movía a un ritmo diferente que la otra. Tenía su propia velocidad y Catarina tenía que aprender a respetarla. Con eso en mente caminó, quería acercarse a una zona del barrio que casi no conocía. En todo el tiempo que llevaba viviendo ahí apenas había pasado algunas veces con la moto. Por donde iba las casas habían sido construidas con otra lógica. Eran casas de menos habitaciones, no tenían rejas altas y parcelas de pasto al frente, ahí los techos eran bajos, había hombres arreglando autos en la calle y perros sueltos recorriendo la vereda. Y se escuchaban ruidos que atravesaban los portones de los depósitos, de las tornerías y las fábricas. Catarina pensó que su moto había sido creada en un lugar con ese rango de sonidos, una zona de máquinas operando para crear otras máquinas

Отрывок из книги

Especialmente sensible a la textura y la materialidad de la vida en pleno siglo XXI, y a los flujos de energía que dominan a sus personajes, las inolvidables historias de Jonás Gómez revelan el lado B de nuestra cultura. Pero hay algo más: un desplazamiento hacia la periferia de las grandes ciudades en busca de oportunidades, trabajo u olvido. En estos relatos son centrales los suburbios, el conurbano y los paisajes desiertos que dejan los traslados migratorios o la expansión urbana de las megalópolis. Ahí, en las ruinas encantadas del futuro que vendrá, Gómez – uno de los poetas más importantes de su generación – encuentra la lava imprescindible para su literatura. Una usina que genera un encantamiento extraño y extremadamente vital, fabricado a partir de los elementos esenciales de nuestro lenguaje.

¿Qué es lo que queda en pie ante el desastre? Para Gómez solo sobreviven impulsos pequeños que generan ecos inimaginables, el furor de una experiencia existencial con las palabras y acciones que en este nuevo sistema de mistificación podríamos catalogar como sagradas. Y el movimiento, siempre el movimiento, impulsado por la energía corporal de la juventud.

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Hoy la noche está despejada, así que Marcos puede ver todo, se ven los pedazos de vidrio en el suelo, que forman una línea recta y brillante, alimentada por decenas de botellazos. Los que están en la fila se ven borroneados por la oscuridad, los rasgos difusos, algún diente más blanco por la calcificación, un anillo o cadena alrededor del cuello. Y se escucha un murmullo, es un sonido entrecortado, que crece mientras las bocas se abren para formar una canción.

Marcos ya estuvo en otra noche de admisión, vio lo que pasaba y pensó que eso podía servirle para anticiparse. Sabe que el Chino tira las botellas formando una curva, sabe que Isabel apunta bajo, sabe que otros cierran los ojos antes de tirar, concentrados en el momento, como si fuera arquería zen. La primera vez que vino fue una noche de neblina, era el turno a Ana, que renguea desde su bautismo. Ella corrió hasta la mitad del paredón sin parar a ver cómo llegaban las botellas. Corrió rápido y con la espalda recta hasta que Isabel, eso creía Marcos, soltó una bendición. Por un momento Ana se quedó torcida, pero retomó el movimiento y siguió avanzando, hasta llegar al final. Nadie sabe si la lesión es definitiva o pasajera. Lo que se puede ver es que todavía camina raro. Marcos estaba en la esquina cuando pasó. Vio cómo rodeaban a Ana cuando terminó todo. Vio cómo la abrazaban y le daban la bienvenida. Y aunque estaba borracho entendió que lo que acababa de pasar era importante, pese a que no encontraba las palabras para describirlo. Se acercó despacio, sosteniendo su propia botella y se quedó ahí, esperando una explicación o una invitación, lo que llegara primero. Isabel fue la primera en verlo. Marcos tomaba del pico. Los demás fueron notando que estaba ahí, que era parte de la escena, aunque fuera un espectador casual. Se miraron entre ellos.

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