La lucidez del cine mexicano

La lucidez del cine mexicano
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Описание книги

La duodécima entrega del ya canónico alfabeto del cine nacional está integrada por textos analíticos, igualmente rigurosos y respaldados teórica y metodológicamente por el nutrido bagaje de uno de los investigadores y críticos con mayor reconocimiento y trayectoria en México. Integrada en su totalidad por textos inéditos, La lucidez del cine mexicano sondea aspectos inexplorados del fenómeno fílmico nacional que va de 2013 a 2014 y termina por dar cuenta de una arista del panorama cultural, en cuyo «límite, se rescatan la lucidez y los destellos de lucidez del cine mexicano actual, porque ya se ha vuelto inútil, fútil y ocioso e innecesario, demoler lo demolido».

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Jorge Ayala Blanco. La lucidez del cine mexicano

Prólogo

1. La lucidez póstuma

La lucidez relegada

La lucidez infiel

La lucidez fatídica

La lucidez light

Lado A: La lucidez light chocolatera

Lado B: La lucidez light sexoadicta

La lucidez límbica

Lado A: La lucidez límbica encamada

Lado B: La lucidez límbica acomplejada

2. La lucidez summa

La lucidez procerdeclinante

La lucidez derrotriunfalista

La lucidez embotada

La lucidez indigente

La lucidez filmohallada

La lucidez proteiforme

La lucidez descuartizadora

La lucidez anticinéfila

La lucidez envilecedora

La lucidez paradisiaca

La lucidez pulsional

3. La lucidez prima

La lucidez embrionaria

La lucidez chuscorrevolucionaria

La lucidez ultraísta

La lucidez culinaria

La lucidez neoyupiteca

La lucidez descastada

La lucidez invasiva

La lucidez monigotesca

La lucidez conyugal

La lucidez sacrificial

La lucidez pobrediablita

La lucidez terminal

La lucidez virginal

La lucidez odiosa

La lucidez yerta

La lucidez solipsista

La lucidez disfuncional

La lucidez fraterna

La lucidez espaciosa

Lado A: La lucidez espaciosa itinerante

Lado B: La lucidez espaciosa arraigada

La lucidez migrante

4. La lucidez secunda

La lucidez esperanzadora

La lucidez autista

La lucidez nunca

La lucidez contigua

La lucidez aferrada

La lucidez ganosa

La lucidez histriónica

La lucidez rockenquistada

La lucidez neodecadente

La lucidez mamarrachi

La lucidez pasajera

5. La lucidez documenta

La lucidez trans

La lucidez matancera

La lucidez ególatra

La lucidez despojadora

La lucidez sordionírica

La lucidez voladora

La lucidez rastreadora

La lucidez microurbana

La lucidez cazadora

La lucidez insular

6. La lucidez mínima

La lucidez desertora

La lucidez ojete

La lucidez desolada

La lucidez renaciente

7. La lucidez feminea

La lucidez femirresurreccional

La lucidez femisubordinada

La lucidez femizozobrante

La lucidez femigratuita

La lucidez femidecapitadora

La lucidez femifantasmal

La lucidez femianhelante

La lucidez femisucedánea

La lucidez femianómala

La lucidez femimarítima

La lucidez femigualitaria

La lucidez femisufragista

La lucidez femigeneracional

La lucidez femienclaustrada

La lucidez femiconmocionada

La lucidez femicondenada

La lucidez femisustitutiva

La lucidez feminsatisfecha

El contenido en una ojeada. Directores

Películas

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Отрывок из книги

La lucidez del cine mexicano

Miradas en la Oscuridad

.....

Ya con una panza prominente que le concede un aspecto patético y desglamurizado, el treintón clasemediero otrora aspirante a actor shakespeariano que aún vive al lado de mamita Ulises Castillo (Eugenio Bartilotti) es un caso perdido de comedor compulsivo, a quien hacer ejercicio o ir al cine sólo son pretexto para saciar su hambre instantánea ingiriendo comida chatarra, pero también es un figurante ideal en infomerciales para encarnar los papeles de gordo simpático que va a perder peso de manera prodigiosa, por lo que triunfa en todos los castings en que participa, a diferencia de su inseparable amigo también habitual de esos castings, el ocurrente barbudo enteco barriobajero aún arrimado con su familia Byron El Charal (Héctor Jiménez tan gracioso como en Besos de azúcar al dirigirse solo), que lo admira, le pide tips infructuosos y lo acompaña en sus correrías y lamentaciones, sea a restaurantes de cadena estadunidense con servicio al auto donde su cuate se desata pidiendo tragaderas aterradoras (“Dame dos combos de arrachera con papas grandes, una malteada de vainilla y dos pays de queso, ¿tú vas a querer algo?”) con un delicioso toque contradictorio (“Que los refrescos sean light”), o a fiestones de las compañías de publicidad cuyos inútiles pases sólo él puede hacer válidos por conocer al Mandril (Ángel Calderón) de la entrada, como aquella amenizada por las bandas Ruido Rosa y Agrupación Cariño compuestas por chavas para chavas, en cuyo transcurso, mientras El Charal intenta ligarse a una guapa empleadita dándole baje con las llaves de su carcacha a Ulises, éste se fascina con su excompañera de infancia hoy atareada y frustradísima asistente de imagen de un político Carolina (Adriana Louvier), que lo reconoce como el gallardo Peter Pan (niño Rogelio Frausto) de una inolvidable representación escénica escolar donde ella interpretaba el papel de Wendy (niña Scarlett Bavo), tan llena de alborozo nostálgico que le da su teléfono y le manifiesta su instantáneo interés por volver a verlo, cosa que el hombre se atreve a hacerlo efectivo al día siguiente, en un sofisticado café donde El Charal se apersona intentando caerle bien sin éxito con manidos chascarrillos (“Un viejo amigo” / “Viejos los cerros y aún reverdecen”) a Judith (Alejandra Adam), una despampanante rubia compañera de trabajo de Carolina, quien apenas pela al entusiasta Ulises que ridículamente se ha enamorado de ella, admitiendo que desde la infancia la amaba, pese a que su antigua actuación como Peter Pan ya hubiese premonitoriamente acabado en una catástrofe sólo por su culpa.

Sin embargo, aunque la chica lo haya invitado a cenar en cierta ocasión a su elegante depto y él haya quedado inmejorablemente bien preparando manjares de emergencia y aceptando de buena gana ser relevado por una emergencia del jefe en demagogo ascenso César Reynoso (Raúl Méndez), el tenaz varón aspirante a galán no se desanima, insiste e insiste sin dignidad ni pudor alguno ante los evidentes desinterés y rechazo femeninos, toma inspiración de su shakespeariano ídolo infantil hoy en decadencia Don Claudio Mancera (Edgar Vivar el televisivo Señor Botija en persona) que pronto perecerá en plena grabación de un anuncio publicitario y, mientras El Charal consigue radiante su primer rol en otro comercial (“¡No lo puedo creer! Estoy en un foro, el templo del infomercial”), conseguirá acostarse con la asediada Carolina, aprovechándose casi involuntariamente de un borrachazo, pero de inmediato se decepciona de ella, al verla demasiado absorta en la atención de su examante el político de incontenibles lances pedófilos con chavitas, a quien cree todavía interesado en esa desechable empleada.

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