La disolvencia del cine mexicano
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Jorge Ayala Blanco. La disolvencia del cine mexicano
Prólogo
Primera parte │La nueva generación de cómicos│
El gesto brujeril
El ranchero autoirrisorio
El machismo travestido. Primo tempo: Los límites preparatorios
Secondo tempo: Los límites desechados
La comicidad decrépita
La chacota alcohólica
La risa protuberante
La comicidad folicular
El exceso sexocómico
El humor ojete
La carcajada escatológica
Segunda parte │El aplauso rosa│
La vida ensoñada
El aliviane roquero
La andanza pre-naíf
La existencia canora
Primo tempo: El castísimo patriarca del burdel
Secondo tempo: Las devastaciones al ídolo cancionero
El horror chafito
La pobreza millonaria
Tercera parte │Elogio a la violencia│
La inmigración jodidista
Los mariguaneros
Los chavos banda
La pudrición proletaria
El narcotráfico institucionalizado
El narcisismo espástico
La moda hiperviolenta
La acción hipertrofiada
Cuarta parte │Un punto de vista de autor popular│
Francisco Guerrero
Trágico terremoto en México o la memoria de la solidaridad
Bancazo en Los Mochis o el docu-thriller de la zozobra
Alfredo Gurrola
La revancha o los narcopistoleros a la hora señalada
Cabalgando con la muerte o las involuciones del chili-western
Gabriel Retes
Mujeres salvajes o las fantasías inconscientes de la serie B
La ciudad al desnudo o las excrecencias del rencor social
Valentín Trujillo
Ratas de la ciudad o el acoso del inframundo
Violación o la violencia ultrajante
Ismael Rodríguez hijo
Masacre en el río Tula o lo elemental descompuesto
Olor a muerte o el impulso filicida
Quinta parte │La ambición documental│
Una pastoral con pulso
El indigenismo explotador
El reduccionismo picatodo
La sensible ciencia
Sexta parte │Lo exquisito propositivo│
El horror caligráfico
El megalopadrotismo humanista
El azar caprichoso
Los chinacos chinacates
Primo tempo: Los churros contrabandistas
Secondo tempo: La reciedumbre guiñol
La renovación inmoral
La nostalgia maniática. Primo tempo: El tiempo de la disolución
Secondo tempo: El tiempo cercado
La prepotencia berreante
El esperpento regenerativo
La miseria humana
Escolios: Texto probatorio de la defensa de Jorge Ayala Blanco entregado al juzgado
El burocratismo beato
La denuncia oficial
Primo tempo: Las escorias determinantes
Secondo tempo: Las escorias determinadas
La rapiña estéril
El alarmismo clasemediero
La agonía onanista
La historia acústica
Séptima parte │Un punto de vista de autor exquisito│
Rafael Corkidi
Relatos o la Historia como inmediatez proteica
Querida Benita o los límites del irrealismo socialista
Nicolás Echevarría
Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe, una estructura para la limpidez
Óscar Blancarte
Que me maten de una vez o lo grotesco fantástico a la sinaloense
El jinete de la Divina Providencia o el magnicidio canonizable
Mitl Valdez
Tras el horizonte o la genealogía del rencor
Los confines o la eternidad de la culpa
Federico Chao
Mal de piedra o el material infilmable
Alberto Cortés
Amor a la vuelta de la esquina o el arte de contemplar a la mujer
Diego López Rivera
Crónica de familia o la prisión de clase
Goitia, un dios para sí mismo o los trances de otra Muerte sin fin
Ramón Cervantes
Fragmentos de un cuerpo o la atomización de la vida cotidiana
Alguien se acerca o la cárcel de los apagados corazones
Gerardo Lara
Lilí o el viaje al fondo de la ignominia
Octava parte │La mirada femenina│
La feminidad fantoche
La erofantasía feminista
La feminidad ardida
La feminidad odiahombres
El feminismo militante
La otra misoginia
La feminidad ñoña
María Novaro
Azul celeste o cuando era feliz e indocumentada
Lola o la dificultad de ser a la deriva
Maryse Sistach
Los pasos de Ana o las maldiciones de la cruda feminista
Adriana Contreras
La Nube de Magallanes o una estructura galáctica
Rebeca Becerril
La autodevaluación como una de las bellas artes
Sonia Riquer
Entreaguas o la edénica fábula cool
Ximena Cuevas
Noche de paz o el espejo los devoró
Conclusión
El contenido en una ojeada. a. Actores-fenómeno
b. Cómicos
c. Directores
d. Películas
Aviso legal
Отрывок из книги
A la sección cultural de El Financiero.
Pueblo por el mal sueño roto
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Las movidas del Mofles se destina a consagrar escapadas gloriosas. Pero, más que escapadas, son escapedas, pues la oquedad narrativa de la serie se atasca siempre en el mismo punto, donde se retaca de celebraciones chacoteras y hazañas alcohólicas. Pero vayamos por etapas. En El Mofles y los mecánicos nuestro inconstante coscolino el Mofles todavía se llamaba Luis, vivía como perro en busca de dueña en una vecindad de Tlalpan, sólo se acompañaba por su perro Solovino y, por azar, yendo a depositar al banco unos billetes del patrón del taller (el Güero Castro), se apoderaba del botín de un asalto ineptamente perpetrado por torvos expresidiarios con máscaras disneyanas (Pedro Weber Chatanuga, Polo Ortín y el Cavernario Galindo); perseguido sin cuartel por los maleantes que acabarían presos, nuestro escamado pero suertudo héroe exultaba de gusto millonario ante su perro (“Ya puedo comprarte hasta el hueso que nunca has tenido: una curul”) y olvidaba sus aventurachas parranderas para matrimoniarse con su asediante novia Lupe (la Pelangocha).
En Las movidas del Mofles nuestro simpático personaje anda arrastrando la cobija briaga por toda la película, sin lograr reponerse de la separación amorosa; por su nerviosismo de abandonado conyugal e irascible macho llorón, se bronquea con sus cuates del taller e intenta congratularse con ellos invadiendo en bola orgiástica la mansión con piscina de un generalazo (Víctor Junco) que los correrá encuerados y a balazos, es degradado de capataz a “mecánico raso” y se encula en un cabaret por la vedette Rebeca del Mar (Merle Uribe), choca con el carro de un diputado mamila (Alejandro Ciangherotti hijo) que le baja la tipa y lo manda al reclusorio; allí lo esperaban los asaltantes fallidos de la película anterior para cobrar venganza, pero los amigos del Mofles hacen coperacha y consiguen ponerlo en libertad a tiempo, hasta la celebratoria reconciliación final del grupo. En El Mofles en Acapulco, guardando poca relación con las movidas aventuras precedentes, el hastiado Mofles se autoexilia al paraíso más naco del Pacífico, en compañía de un contlapache carita (Pedro Infante hijo), para dar rienda suelta a sus frustraciones erotómanas y asumir el sometimiento a una organización criminal que le endosa un seudoamigo apodado el Caguamo (el Flaco Guzmán), entre hurtos en sus narices, extorsiones y cocteles “vuelve a la vida” en cantidades industriales para reponerse de sus incursiones como lanchero llevando rubias a playas desiertas con dobles intenciones narcogenitales.
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