Lo que el 20 se llevó
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Jorge Carrión. Lo que el 20 se llevó
Lo que el 20 se llevó
Desde la mazmorra
Lo viral
Geles Hermanos
Una “manzanita”
Mi noche oscura del alma
Es cosa de cabello
Niños, stereos y perros ajenos
Estrés crónico leve
Vecinos
Permanencia involuntaria
Hume y la pandemia
Jarabe y pez espada
History Reboot
De guerras, enemigos y dos confinamientos
Otros nosotros
El futuro estaba en el pasado
Exilio, desastre y derrota
Se(x)pidemic
Tres tristes tigres
¿En qué estábamos...?
Bailamos juntos o morimos solos
Отрывок из книги
La realidad la escribe un guionista malaleche de Hollywood. Los dosmiles nos han puesto cada vapuleada. Donald Trump ganó la presidencia, un terremoto cimbró a la Ciudad de México y la trama de Doce monos se materializó. Un virus, el Covid-19 que ha diezmado la población mundial más rápido que las plagas de la diabetes, la hipertensión, el vih y la guerra contra el narco. Sólo en nuestro país han muerto más de 600 mil personas.
El ideal romántico de un futuro de bienestar auspiciado por los avances tecnológicos se fue a la basura por culpa de la pandemia. Nos obligó a enfrentarnos a nuestras peores pesadillas. Aquellas que teníamos soterradas en lo más profundo de nosotros mismos, las que habitaban, como en una película de terror, en una casa embrujada que nos rehusamos a visitar. Aquellas que no convocamos ni siquiera por diversión una noche frente al tablero de una ouija. Nuestros peores temores despertaron por culpa del confinamiento.
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Había rasgos de totalitarismo en todas partes. Quienes obedecían al pie de la letra las indicaciones del gobierno se creían moralmente superiores y llamaban a la policía si veían que alguien saltaba las rejas de un parque cerrado por pandemia o si escuchaban alguna música de fiesta en las cercanías.
Verme con Sandra me alivió del estrés de las últimas semanas del año. Junto a su cuerpo grande de más de un metro ochenta me sentía protegida. Nos dijimos hola sin tocarnos y nos adentramos en el bosque frío. No se quitó el cubrebocas de estampado de jirafas ni yo me quité el mío porque resguardaba mi calor. Después de un rato de avanzar entre los árboles, maravilladas con la libertad de movernos al aire libre, Sandra propuso que saliéramos del camino. Trepamos una gran piedra recubierta de líquenes para fumarnos un toque. La novedad fue que sacó dos churros de su cajita de metal, uno para mí y uno para ella. Me aclaró que se había lavado las manos antes de forjarlos. Le hice notar que debió traer dos encendedores. No se dejó vencer por este error de planeación y colocó una botellita de gel antibacterial entre las dos, para sanitizarnos después de compartir el fuego.
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