"Yo, que soy polvo y ceniza"
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José Edgardo Milmaniene. "Yo, que soy polvo y ceniza"
“YO, QUE SOY POLVO Y CENIZA”
Índice
Introducción
1. Mismidad y alteridad
2. La hipertrofia narcisista del yo y la muerte
3. El yo y la condición existencial sublimatoria
4. El yo y la cura psicoanalítica
5. El yo y el Eros
6. El yo y la Utopía
Bibliografía
Отрывок из книги
En este libro, José E. Milmaniene sostiene que el amor –expresado en el lenguaje de la responsabilidad– posibilita trascender la hipertrofia narcisista del yo para acceder al encuentro con la alteridad. A este decisivo tránsito que va de la mismidad a la alteridad se le concede la máxima prioridad ética, dado que cuando falta la dualidad Uno-Otro perdura la fusión letal del sujeto consigo mismo, que deriva en la retracción depresiva inherente a los goces autoeróticos sin otredad. Solo la auténtica dimensión intersubjetiva posibilita superar el aislamiento y la pasividad, efectos patológicos de infancias signadas por el abandono y el desamor.
Milmaniene plantea que la trascendencia de sí mismo que procura el proceso sublimatorio y el lenguaje poético que le es inherente permite entablar la dimensión dialógica entre Yo y Tú, merced al cual se logra romper la especularidad y abrirla al reconocimiento y al encuentro afable con el Otro. La rectificación subjetiva que plantea la cura psicoanalítica supone, pues, la disminución de todo énfasis yoico que retrae narcisísticamente al sujeto, para instituir auténticas relaciones ajenas a toda política de dominio, apropiación o sometimiento del Otro.
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Se podrá así elaborar el duelo melancólico que nos ata a la insoportable carga traumática del pasado, que se experimenta como la imposibilidad de olvidar dolorosas vivencias de un tiempo de pasividad extrema, vulnerabilidad y desamparo.
De modo que el yo del paciente, patológicamente hipertrofiado para defenderse ante el temor frente a la desmesurada angustia de castración –generada por una madre posesiva y/o abandónica avalada por un padre ausente–, se repliega sobre sí mismo y habita un mundo de goces sin otredad, dado que como efecto de tales figuras parentales se construye un mundo imaginario en el cual impera la dimensión tanática: “El otro es o bien la imagen reflejada del yo o bien el no-yo, que hay que negar. La revuelta contra la muerte, la hipertrofia del yo y la ciega negación de lo distinto se condicionan y se refuerzan mutuamente”.4
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