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José Luis Comellas García-Lera. La primera vuelta al mundo
POR QUÉ Y PARA QUÉ
EL MOMENTO DEL VIAJE
Un nuevo y deslumbrante mapa del mundo
Las navegaciones portuguesas
Dos caminos
Las exploraciones españolas
UN NAVEGANTE PORTUGUÉS Y UNA RUTA ESPAÑOLA
La figura y la idea de Fernando de Magallanes
Lo que nos cuentan
Los preparativos
Barcos, pertrechos y hombres
LA PARTIDA Y LA NAVEGACIÓN ENTRE DOS MUNDOS
La travesía del Atlántico
El reconocimiento de América del Sur
Más allá de lo conocido
INVERNADA Y VIOLENCIAS
La rebelión
Los gigantes patagones
El Puerto de Santa Cruz y la pérdida de la Santiago
LA EMOCIÓN SUPREMA: ENTRE DOS OCÉANOS
La travesía de Magallanes
La defección de la San Antonio
La odisea final del Estrecho
Las Nubes de Magallanes
LA INTERMINABLE TRAVESÍA DEL OCÉANO
Las travesuras de El Niño
Cuestiones de rumbo
Islas infortunadas
Penuria extrema y muerte
¿Por qué al Norte?
Los ladrones
DIEZ MESES PERDIDOS EN ASIA
Gloria y muerte de Magallanes
Cinco meses sin rumbo
Los esplendores de Borneo
Elcano toma el mando
LAS MOLUCAS
Los tesoros y los temores
La avaricia rompe el saco
La odisea de la Trinidad
ELCANO Y LA VICTORIA
La travesía del Índico por mares desconocidos
De Tidore a Timor
El descubrimiento del Índico Sur
Mar hostil e isla inabordable
El Cabo: Buena Esperanza y Desesperanza
LA TRAVESÍA DEL ATLÁNTICO
La corriente de Benguela
De los peligros de la naturaleza a los peligros de los hombres
El bucle de las Azores
DÍAS DE GLORIA
Vuelta al mundo
Un aparte: ¿qué fue de la Victoria?
La gloria final
CONCLUSIÓN: DESPUÉS DEL FINAL
La atracción irresistible de la mar
La segunda aventura
La expediciones de socorro
Legazpi y Urdaneta: la conquista y la Vuelta de Poniente
Por los mares del sur
El lago español
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Debo una explicación sobre la causa por la que he decidido comenzar un libro que jamás había pensado escribir. El motivo es tan anecdótico como impensado: la portada de la Feria de Sevilla. Me topé con ella de improviso un día de finales de abril de 2011. La enorme obra de arquitectura efímera que cambia de tema cada año, pero refleja siempre un motivo sevillano, representaba esta vez una serie de figuras referentes a la navegación de otros tiempos, una brújula, un cuadrante, una esfera armilar, un mapamundi, una nao navegando a toda vela. Nada que recordara un monumento histórico lleno de simbolismo o de actualidad, como es costumbre todas las primaveras. Hasta que reconocí las fechas que campeaban en la base del plinto, 1519-1522. Todo quedó claro de pronto: la portada conmemoraba la primera vuelta al mundo, que comenzó en Sevilla y terminó tres años más treinta días después en Sevilla. El motivo quedó claro de manera fulgurante: la aventura que convirtió a la ciudad en el broche del primer abrazo que recibió el planeta. El único punto que no comprendí del todo, y sigo sin comprender porque nadie me lo ha explicado, es por qué ganó el concurso de 2011 un símbolo que hubiera resultado apropiado como ninguno ocho años más tarde.
Esta extrañeza carece en absoluto de importancia, y no me esforcé en averiguar la causa de tal monumento, ni su posible relación con una exposición celebrada unos meses antes, o una fundación dedicada a preparar el evento. Sin embargo, aquella portada me sugirió la idea de dedicar a la historia de la vuelta al mundo la misma técnica que apliqué en 1991 a la historia del descubrimiento de América y que cuajó en un libro todavía vivo y demandado, El Cielo de Colón. Un método consistente en añadir a lo ya conocido por los historiadores aquello que puede aportarnos el estudio de la astronomía, la cartografía, la oceanografía, la meteorología, el régimen de vientos y de corrientes, el flujo de la convergencia intertropical y su oscilación anual, las técnicas de navegación y de la determinación de rumbos válidas en la época, el cálculo de posiciones, los riesgos, a veces mortales, provocados por la conjunción de los elementos naturales, y hasta la intervención de un factor por mucho tiempo desconocido, el fenómeno de «El Niño» (ENSO), que según los estudios de los paleoclimatólogos tuvo una de sus incidencias en los años 1519-1520: y precisamente ésta fue particularmente notable. Sin su concurso, el viaje de Magallanes-Elcano hubiera tenido altas probabilidades de fracasar en la travesía del Pacífico, o cuando menos se hubiera desarrollado en condiciones muy distintas, de suerte que la historia hubiera sido otra.
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La tercera gran aventura la corrió en 1505 Francisco de Almeida, primer virrey de la India, con otra poderosa flota. El viaje resultaba cada vez más fácil, por el conocimiento de las rutas y de los monzones, y por la fundación de establecimientos portugueses en la costa de África (Guinea, Angola, zona de El Cabo, Madagascar, Mozambique). Almeida estableció nuevas colonias en la India y envió a Antonio de Abreu para la conquista de la lejana Malaca, en cuya empresa participó un militar valeroso y de fuerte carácter, llamado Fernando de Magallanes. Almeida derrotó a los musulmanes en la mayor batalla naval registrada en aquellas aguas, frente a Diu. Ya no había enemigos de peligro. El imperio lusitano regido entonces por la figura de don Manuel el Afortunado, se extendía por las costas de África —de Ceuta a Mozambique— y por las del sur de Asia. No era un imperio territorial, sino marítimo y comercial, jalonado de pequeñas colonias y fortalezas que aseguraban el dominio. La hazaña de los navegantes portugueses, que habían llegado más lejos que ningún otro, después de correr las más extraordinarias aventuras, mereció uno de los poemas épicos más sonoros de los tiempos modernos, Os Lusiadas de Luis de Camoens.
La verdad: la India no era el país riquísimo que contaban las leyendas, sin que dejaran de existir riquezas. Los portugueses comerciaban también con los malayos, los annamitas —digamos vietnamitas— e indirectamente con los mismos chinos: China, otro país inmenso, regido entonces por la dinastía Ming, contenía innumerables riquezas, pero había prohibido rigurosamente la entrada a extranjeros. Los portugueses, a través de intermediarios, lograron sin embargo comprar porcelanas, seda, tapices, que se vendían espléndidamente en Europa. Desde Malaca empezaron a tener noticias del origen de otra mercancía de valor fabuloso en aquellos tiempos: las especias —la canela, el clavo, la nuez moscada—, que crecían en unas islas aún no descubiertas, las Molucas, o islas del Maluco, pero que algunos mercaderes transportaban hasta Malaca. Uno de los que soñaban con la conquista de las Molucas era Fernando de Magallanes. Nunca lo conseguiría, pero pasaría a la historia.
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