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Un ensordecedor zumbido se quedó inserto en los oídos del padre Facundo después de la detonación, como si un insecto se hubiera atorado en cada uno de ellos y sólo pudiera escuchar su desesperado aleteo. La nariz se le constipó con el olor a pólvora quemada. Su rostro y ropa, salpicados de sangre. No lo vio venir. Cada segundo comenzó a transcurrir ante sus ojos en cámara lenta, sintiéndose ajeno al paisaje. Incluso creyó estar en la pesadilla de otro, mientras escuchaba un eco burlándose de él… – Si es usted tan chingón, resucítelo otra vez