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José Solomon. Falso Subalterno
Índice
Introducción
Capítulo I. La retórica del consenso
Capítulo II. Testimonio y ficción en la narrativa de postdictadura
Capítulo III. Estudios subalternos: el falso subalterno
Capítulo IV. Poste restante de Cynthia Rimsky: la ficción del autor
Capítulo V La ficción del lector en la novela Lóbulo de Eugenia Prado
Capítulo VI. Testimonios de personaje en la narrativa y ensayística de Juan Pablo Sutherland
Palabras finales
Bibliografía. Cynthia Rimsky:
Eugenia Prado:
Bibliografía general
Отрывок из книги
La producción narrativa de los escritores chilenos Cynthia Rimsky, Eugenia Prado y Juan Pablo Sutherland se consolidó durante la década de los años noventa con obras que, desde el margen del campo literario, contraponían estéticas y estilos frente a la oficialidad cultural de la época, más cercana a los discursos y prácticas mercantiles que el sistema neoliberal impulsó mediante las políticas implementadas por los gobiernos de la Concertación. El espacio marginal de estos autores se instaló en este borde a partir de la representación de sujetos no solo poco habituales en la literatura chilena, sino más bien resistentes a los discursos tradicionales del arte y la literatura: migrante, mujer y homosexual. Por ello, en una lectura superficial se ha creído ver en estos escritores una suerte de “literatura militante”, como la propaganda reivindicatoria de los derechos de minorías específicas. Sin embargo, estos mismos autores cuestionarán la relación entre militancia y literatura, enfatizando en sus obras un ejercicio que extiende los límites del género narrativo e incorpora, como parte de la misma ficción, el testimonio de las experiencias de vida de grupos minoritarios, inaugurando formas inéditas de representación política dentro de la literatura. Junto con el término formal de la dictadura de Pinochet en 1990, el testimonio derivó en general a funciones ajenas a aquellas de la denuncia política a que estábamos acostumbrados, para ocupar un lugar al interior de la obra literaria, y narrativa en particular, adoptando los principios de la escritura de ficción en la tarea de representar la diversidad de sujetos que componen nuestra sociedad. Y ello porque la década de los noventa, que se anunciaba con grandes expectativas como el inicio de una apertura democrática, social y cultural, rápidamente se convirtió en un tiempo caracterizado por las negociaciones restrictivas, los consensos forzados, los acuerdos y la política de todo “en la medida de lo posible”. La censura adquirió ribetes de obligatoriedad para toda manifestación de disidencia que implicara desordenar el frágil equilibrio recién logrado. Así, la esperanza de una apertura cultural como correlato del proceso de democratización se enfrentó con las políticas consensuales implementadas desde el gobierno, políticas que buscaron unificar, y silenciar también, la diversidad emergente en el espacio público de la sociedad chilena. El consenso, y todo su aparato retórico, nació como dogma de comportamiento con el objetivo de conjugar las diferencias y anular la diversidad cultural en la aún dividida sociedad chilena en el período de postdictadura y, en ese sentido, las manifestaciones de lo marginal, lo alternativo y lo minoritario no contribuían al ejercicio político de unificar la sociedad, al instalar voces divergentes que, frente al consenso, oponían la presencia de sujetos disidentes en sus prácticas culturales. La aparición de reivindicaciones locales y minoritarias se contrapuso a las políticas de reencuentro ciudadano suscritas por el consenso y articuló un nuevo tejido social, un espacio de comunidades específicas organizado en torno a propuestas singulares que no tenían cabida en las políticas surgidas desde el Estado. Los movimientos sociales insistieron en formas particulares de expresión que, desde el testimonio de su experiencia cotidiana, desestabilizaron los esfuerzos concertacionistas por aquietar y silenciar lo diverso y lo heterogéneo. En este contexto, la retórica del consenso debió negociar la incorporación de nuevas reivindicaciones dentro de la dinámica social de la postdictadura, de modo de cumplir con el mandato democrático que se le había asignado, arrinconando a estas manifestaciones en el lugar excéntrico de “lo minoritario”. Desde este margen social, la adopción del testimonio en la literatura no podía sino operar bajo los criterios de la ficción para representar sujetos y mundos subalternos, como escape posible a la lógica cultural de esos años. El primer capítulo describe el dispositivo político que reordenó el campo social y permitió la aparición de la retórica del consenso, como forma discursiva propia de la postdictadura, frente a cuyas imposiciones de sentido las subjetividades en curso encontraron cabida en la narrativa de autores como Rimsky, Prado y Sutherland, cuyos proyectos escriturales aportan una ampliación de los límites del campo literario.
Lo que hoy entendemos por literatura ha cambiado en los últimos treinta años, ya no es posible excluir de ella aquellos textos que se refieren a testimonios personales, que incorporan reflexiones ensayísticas o que reivindican abiertamente el goce lector más ingenuo. En este aparente desorden, Cynthia Rimsky, Eugenia Prado y Juan Pablo Sutherland nos presentan nuevos enfoques para comprender nuestra realidad, desarticulando las certezas que fundaban nuestra seguridad para movernos en el mundo, poniendo en duda la capacidad del lenguaje para expresar la experiencia cotidiana de sujetos fuera de toda norma, que hacen del desapego social su lugar de residencia y de la indefinición su modo de vida. Sujetos en tránsito, en un itinerario que niega origen y destino y que, por lo mismo, se vuelve exclusivamente contingencia, el instante múltiple en que convergen las voces y testimonios de personajes amparados en la ficción literaria de estos autores, como rehuyendo toda posibilidad de clasificación que los encierre tras las rejas de una interpretación aislada y estrecha. Por ello, sus personajes son híbridos en sus rasgos, múltiples en sus deseos, contingentes en sus actos y migrantes en su evolución, a fin de consolidar la mirada con que los autores entienden, y expresan en su obra, el espacio social de la época.
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La continuidad entre dictadura y democracia que propone Avelar posee fuertes implicancias para el análisis de la producción literaria de postdictadura, pues supondría la destrucción del esquema de periodización literaria con que hasta ahora se ha enmarcado y comprendido el corpus literario de la época.
Un enfoque renovador para la crítica literaria de la década de los noventa fue la publicación del libro de Rodrigo Cánovas, Novela chilena. Nuevas generaciones. El abordaje de los huérfanos (1997) que, aunque adopta la estructura generacional para la periodización de la novela chilena, releva la propuesta de “imagen pública” que sustentaría cada grupo generacional en la construcción de su narrativa:
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