Francisco Ferrer Guardia
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Juan Avilés Farré. Francisco Ferrer Guardia
Отрывок из книги
Francisco Ferrer Guardia
Anticlericalismo, pedagogía y revolución
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Por extravagante que pueda parecer al lector actual, la propuesta tuvo según Ferrer algún adepto, entre ellos “un joven periodista de porvenir”, director de “un querido periódico revolucionario”, quien escribió también una proclama que Ferrer se llevó consigo a París para imprimirla junto a la anterior. Dirigida “a los revolucionarios de corazón”, esta segunda proclama expresaba la convicción de que “en un pueblo tan noble como el español, y en un partido tan heroico como el revolucionario”, no iban a faltar 300 hombres de buena voluntad dispuestos a sacrificarse, si era preciso, y “a poner en práctica todos los medios que conduzcan a la victoria; que en las luchas de principios, el triunfo lo justifica todo.” Concluía con los siguientes lemas, estrictamente republicanos: “Ni realeza, ni clerigalla; ni la autoridad impuesta, ni la religión forzada; voluntad y corazón libres; soberanía popular. ¡Mueran los traidores! ¡Viva la República! ¡Viva la revolución! ¡Vivan los valientes!”.
La identificación del joven periodista que escribió esta proclama no resulta difícil, con toda probabilidad se trataba de Alejandro Lerroux, quien poco después de aquel congreso se convirtió en director de El País.83 En una carta que le escribió años después, Ferrer recordaba complacido que cuando regresó a París y dio cuenta a Ruiz Zorrilla de aquel viaje a Madrid en 1892, una de las cosas que destacó fue “que había en El País un redactor llamado Lerroux que valía un imperio y que llegaría a ser una de las primeras figuras del partido revolucionario”.84 Y el propio Lerroux confirmó en sus memorias que conoció a Ferrer en aquel congreso, que simpatizó mucho con él, que asistieron siempre juntos a las sesiones del congreso, junto a Rispa Perpiñá –un viejo revolucionario republicano– y que a raíz de ello Ferrer le puso en relación con Ruiz Zorrilla, con quien mantuvo correspondencia. “Ferrer callaba siempre –recordaría Lerroux–, porque era un taciturno”.85
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