Diario de una temporada en el quinto piso
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Juan Carlos Torre. Diario de una temporada en el quinto piso
Índice
Prólogo
4 de mayo de 1982
28 de junio de 1982
26 de julio de 1982
1 de diciembre de 1982
5 de junio de 1983
5 de noviembre de 1983
13 de noviembre de 1983
20 de noviembre de 1983
25 de diciembre de 1983
1984. Breve nota sobre el perfil del equipo económico
14 de marzo
23 de marzo
Abril del 84
27 de abril
30 de abril
2 de mayo
4 de mayo
11 de mayo
22 de mayo
30 de mayo de 1984
19 de julio
20 de julio
25 de julio
8 de agosto
24 de agosto
2 de setiembre
20 de setiembre
3 de octubre
31 de octubre
1 de noviembre
7 de diciembre
7 de diciembre
12 de diciembre
15 de diciembre
1985. 5 de enero
3 de marzo
22 de marzo
25 de marzo
1 de abril
5 de mayo
13 de mayo
14 de mayo
9 de julio
11 de julio
18 de julio
1 de agosto
2 de agosto
6 de agosto
9 de agosto
31 de agosto
1 de setiembre
5 de noviembre
25 de noviembre
27 de noviembre
1 de diciembre
10 de diciembre
14 de diciembre
19 de diciembre
1986. 1 de enero
5 de enero
23 de enero
25 de enero
5 de febrero
7 de febrero
8 de febrero
3 de marzo
11 de marzo
16 de marzo
17 de marzo
28 de marzo
6 de abril
8 de abril
9 de abril
27 de abril
20 de mayo
24 de mayo
1 de junio
2 de junio
16 de junio
18 de junio
20 de julio
11 de agosto
23 de agosto
26 de agosto
31 de agosto
8 de setiembre
9 de setiembre
12 de setiembre
2 de octubre
25 de octubre
28 de octubre
13 de noviembre
30 de noviembre
1987. 18 de enero
23 de enero
1 de febrero
14 de febrero
25 de febrero
5 de abril
15 de abril
2 de mayo
14 de mayo
21 de mayo
1 de julio
14 de julio
16 de julio
19 de julio
20 de julio
23 de julio
24 de julio
27 de julio
28 de julio
5 de agosto
6 de agosto
8 de agosto
15 de agosto
22 de agosto
27 de agosto
6 de setiembre
13 de setiembre
16 de setiembre
17 de setiembre
25 de setiembre
1 de octubre
6 de octubre
8 de octubre
14 de octubre
17 de octubre
21 de octubre
30 de octubre
8 de noviembre
30 de noviembre
2 de diciembre
3 de diciembre
5 de diciembre
7 de diciembre
9 de diciembre
13 de diciembre
14 de diciembre
22 de diciembre
24 de diciembre
1988. 11 de enero
19 de enero
27 de enero
19 de febrero
24 de febrero
9 y 10 de marzo
11 de marzo
13 de marzo
20 de marzo
31 de marzo
18 de abril
20 de abril
23 de abril
26 de abril
29 de abril
30 de abril
1 de mayo
6 de mayo
13 de mayo
15 de mayo
25 de mayo
5 de junio
6 de junio
7 de junio
8 de junio
9 de junio
10 de junio
13 de junio
3 de julio
8 de julio
10 de julio
11 de julio
14 de julio
18 de julio
19 de julio
21 de julio
23 de julio
31 de julio
1 de agosto
3 de agosto
4 de agosto
10 de agosto
11 de agosto
12 de agosto
13 de agosto
15 de agosto
20 de agosto
26 de agosto
2 de setiembre
12 de setiembre
19 de setiembre
23 de setiembre
2 de octubre
8 de octubre
23 de octubre
24 de octubre
1 de noviembre
15 de noviembre
29 de noviembre
2 de diciembre
1989. 25 de enero
4 de febrero
8 de febrero
9 de febrero
16-18 de febrero
21 de febrero
27 de febrero
3 de marzo
8 de marzo
10 de marzo
11 de marzo
13 de marzo
17 de marzo
18 de marzo
22 de marzo
23 de marzo
31 de marzo
3 de abril
Apéndice I. Con respecto a los “Lineamientos para una estrategia de crecimiento”
1) La naturaleza del documento
2) Las metas de la estrategia. Dos cuestiones en debate: el sometimiento y la modestia
Apéndice II. Sobre la idea de Tercer Movimiento Histórico
Apéndice III. El mundo de la política democrática y el mundo de la producción
Apéndice IV. La crisis y la reforma del Estado
Apéndice V. Sourrouille habla a la cúpula del radicalismo al comienzo del año electoral de 1987
Apéndice VI. Sobre la crisis del viejo modelo de desarrollo
Apéndice VII. La negociación de la deuda externa. Una propuesta argentina
Bancos comerciales
Gobiernos de los países acreedores
Organismos internacionales
Apéndice VIII. Adolfo Canitrot: A propósito de la integración de la economía argentina al mundo
Apéndice IX. El Banco Mundial suspende el envío de fondos
Apéndice X. Los muertos del FMI no votan
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Juan Carlos Torre
DIARIO DE UNA TEMPORADA EN EL QUINTO PISO
.....
Para escribirte debería estar más sereno. Y no lo estoy. Quizás tendría que haber llevado un diario de estos días increíbles. No lo hice y tengo acumuladas emociones, en fin, un estado de ánimo que se me viene encima al momento de escribir. El resultado tiene que ser el desorden. Hoy escuché el informativo de la una de la tarde y empezó mencionando un accidente de tránsito: hemos vuelto a los fait divers en medio de una crisis que se proclama la más honda, como si no hubiésemos calificado de igual modo otros momentos de la historia de este país absurdo. Estoy por comprarme un departamento y esa decisión –con lo que implica de raíces– no deja de parecerme también ella absurda. Porque no entreveo una salida: escucho a quienes sostienen que desde algún recóndito lugar de esta sociedad habrá de resurgir la sensatez y no puedo acompañarlos. A fines de marzo te hice una suscripción de la edición internacional de Clarín y debo confesar que mi motivación fue egoísta: con ella quise que compartieras conmigo estos momentos de hoy, acercándote la información sobre las vicisitudes de la patria. No sé por cuánto tiempo tendrá vigencia la suscripción: hace varias semanas se revocó la licencia de varias compañías áreas europeas –Air France entre ellas– para operar en el país y he leído que desde el 30 de junio la resolución se hará efectiva. Me apresuro, pues, a escribirte, antes que se clausure esta vía de contacto, antes de quedar yo también atrapado en la trama de esta sociedad agónica. Después de la rendición en la guerra de Malvinas, Galtieri convocó a la Plaza de Mayo. Estaba mirando por TV un partido del mundial de fútbol cuando supe del anuncio y me largué hacia la plaza con la morbosa expectativa de verlo en la derrota. La plaza comenzó a llenarse de gente histérica, unos pidiendo la continuación de la guerra, otros clamando por haber sido engañados, y familiares de los soldados puteando por sus muertos. Me limité a merodear en torno de la plaza, escuchando la explosión de las bombas de gases y viendo las corridas. Después habría de enterarme que todo había sido sólo una jugada personal de Galtieri, lo que le costaría el cargo. La perplejidad de la gente al conocer la derrota no tuvo límites. Se le había dicho hasta tres días antes que estábamos ganando; ahora se sabía que en verdad estábamos perdiendo. Como no podría ser de otro modo debido a la desigualdad de los ejércitos en pugna. De los relatos de los exprisioneros llegados al país emerge, incontestablemente, la magnitud de la aventura delirante. Con excepción de los aviadores –y a un alto precio en su caso–, el resto de las fuerzas estaban malamente equipadas para la campaña en las islas australes y no pudieron competir con el equipo bélico que traían los ingleses. Ha quedado sólo la exaltación del heroísmo de nuestros soldados. No dudo que heroísmo hubo en muchos de ellos, porque no se puede calificar de otro modo la actitud de quienes hicieron frente con un remedo de “las ollas de aceite hirviendo” de 1807 a la moderna tecnología militar de un país de la OTAN. Una mayoría de los soldados, me refiero a los conscriptos, sólo padecieron, llevados en andas directamente a su suicidio por la fanfarria militar y la propaganda televisiva. Luego de la reacción airada de quienes acudieron a la Plaza de Mayo, la otra reacción es la que recorre a las propias fuerzas armadas: se afirma que los mandos intermedios están pidiendo la cabeza de los jefes. Ya ha aparecido algún militar retirado que, rompiendo el silencio de la corporación, ha dicho que la guerra de Malvinas fue el producto de una decisión política que las fuerzas armadas debieron secundar sin tener tiempo para prepararse en forma. La caída de Galtieri –un magro sacrificio a la vista de la corresponsabilidad de tantos altos mandos en esta aventura– no ha puesto fin a los cambios que se reclaman. Resta saber si todo este clima deliberativo es apenas un reflejo corporativo, es decir, resta saber si los críticos de hoy no serán los que, bien pronto, demanden un nuevo esfuerzo armamentista para intentar repetir la aventura y cobrarse la derrota. Los trabajos de la Comisión Nacional de Energía Atómica recibirán seguramente nuevos estímulos. Lo cierto es que si los militares no prepararon, en su triunfalismo, a la población para el día de la derrota, tampoco ellos parecen estar bien preparados. De allí la crisis en las alturas a la que asistimos hoy. La Junta Militar se ha disuelto, el Ejército se ha hecho cargo de la situación, mientras que la Armada y la Aviación se han explícitamente desvinculado de la gestión del gobierno. El desenlace es fruto de los celos profesionales de las armas: los aéreos y los marinos resistieron a que fuera un hombre del ejército el nuevo presidente. El Ejército se mantuvo irreductible y sacó del arcón de los jefes retirados a uno de los suyos, sin otro antecedente que ser amigo del nuevo comandante en jefe, un tal Nicolaides, que ganó publicidad hace unos años al proclamar que la lucha contra la subversión se remontaba a quinientos años antes de Cristo: quizás su origen griego lo colocaba en mejor posición que el resto de sus compatriotas para reconocer el potencial subversivo de las enseñanzas de Platón. El monólogo de los militares, que se prolongó por tres días, al cabo de los cuales se disolvió la Junta, se realizó ante la vista de una sociedad atónita, a la que hacía poco se había catequizado con el eslogan “Unidos Es Más Fácil”. La aventura bélica no pudo tener un final más lamentable. Y aquí estamos, con las fuerzas armadas enfrentadas entre sí, y el país deslizándose hacia una nueva pendiente: la “ansiada” institucionalización. Porque saben que remover el avispero político puede ser contraproducente para su retorno a los halagos del poder institucional, los partidos se cuidan de enjuiciar severamente la Operación de Malvinas. Aferrados a la promesa de la convocatoria a elecciones en 1984 hacen sólo retóricas y pasajeras reconvenciones de los responsables de la debacle militar. Y el corso sigue andando. En su momento se juzgó sabio no abrir “el dossier” de los desaparecidos en nombre de la reconciliación nacional. En la actualidad la misma prudencia se extiende para este nuevo crimen en las islas australes porque no ayuda a la búsqueda de una salida institucional. Sobre las espaldas de este pobre país siguen pues ejecutándose los dislates del arbitrio militar; siempre hay un cálculo inmediato que garantiza la impunidad de los señores de la guerra. Yo veo a los políticos con la ñata contra el vidrio detrás del cual se hallan las urnas electorales y ese espectáculo me saca de las casillas. De todos modos, la situación está muy fluida y falta mucho hasta 1984. La pregunta que me hago: ¿hemos tocado ya fondo?, ¿nos falta todavía un nuevo desastre que padecer? Mirando retrospectivamente las últimas semanas me digo cuán difícil es mantener la cordura en medio del clima de patriotismo interno y de prepotencia externa. Hoy empiezan a surgir las voces acalladas y sostienen que todo fue un disparate. Lo cierto es que fueron contadas las excepciones que supieron tomar distancia de la aventura militar. Si algo reveló este infausto episodio fue cuán difícil resulta ir contra la corriente, cuán difícil es tener una opinión pública capaz de sobreponerse a las emociones y de razonar cuerdamente. Yo mismo –y esta es la comprobación más penosa– no pude sustraerme del todo a la atmósfera reinante, y mientras hablaba de la pesadilla que tenía por delante buscaba ubicarme dentro de los términos en los que se jugaba la confrontación. Claro que lo hice haciendo un rodeo cuasi populista destacando que era una movilización popular la que daba sustento a la empresa de Malvinas. En tu carta de respuesta justamente me llamaste al orden. Y preguntaste desde cuándo los humores del pueblo figuran entre los principios a partir de los cuales hay que tomar posición y definirse en la vida pública. Admito: no tengo justificación o no tengo otra que no sea mi propia flaqueza frente a las comuniones colectivas, esa flaqueza que me hace perder la sobriedad ante la puesta en escena de la solidaridad de masas y que me viene no sé de dónde: espero que sea de mis ancestros sicilianos y no de mi mala conciencia, porque por lo que puedo saber mala conciencia frente a los entusiasmos populares no tengo ninguna. El hecho es que la claridad que siempre tuve con relación a la inconciencia política de la operación militar algunas veces se me nubló cuando percibí que la rodeaba un eco popular, como si este pudiese redimirla. Y bien, esa gente a la que yo acompañaba desde lejos fue llevaba a una catástrofe sin que alguna voz se alzara y anticipara ese trágico desenlace. Hoy ocurre que aquellos que pretenden revisar lo sucedido son rápidamente encasillados en el bando de “los derrotistas” tanto por los que sostienen que no hay que dar ventaja a nuestro enemigo inglés como por los que afirman que no es tiempo de mirar al pasado y sí de apurar la vuelta a las instituciones de la democracia. He aquí que ya estamos ante el cambio de los decorados de la escena, el reajuste del libro, el “casting” de los nuevos personajes: los argentinos nos aprestamos a vivir un nuevo episodio en la saga del país que nos ha tocado en suerte. No obstante la obstinación por el olvido que hoy reina soberana, los detritus de la tragedia de los derechos humanos están entre nosotros, muy a la mano y gravitando, como habrá de gravitar esta otra tragedia en las Islas Malvinas. Por dieciocho años, la presencia de Perón estuvo incorporada a la historia argentina como una suerte de variable de ajuste a la que debían remitirse todas las ecuaciones políticas. Por dieciocho años la presencia de Perón introdujo una cuota de incertidumbre sobre los cálculos de las fuerzas sociales y políticas. Muerto Perón, hemos encontrado otras dos terribles compañías –la violación de los derechos humanos y las secuelas de la derrota militar– en nuestro tránsito por este valle de lágrimas. Con respecto a Malvinas: hace unos días leí un editorial de Clarín donde se sostenía: “la empresa de Malvinas habrá de pesar sobre el país seguramente, años y décadas”. Ver escrito este vaticinio no pudo no deprimirme más aún: ¿te imaginás los días por venir bajo la sombra de esta aventura inconclusa? Porque la versión oficial así lo quiere: se ha perdido sólo una batalla, la guerra continúa... ¿Cómo mantener la calma ante esta visión alucinante? ¿Cómo no concluir que este país no tiene remedio, en fin, cómo vivir aquí, y pensar desde aquí? Entre tanto, desde el coro que está poblando la escena pública se escucha el llamado de la consigna “borrón y cuenta nueva”, y, como en el cuento de la buena pipa, todo parece recomenzar: las promesas de buenos propósitos, las convocatorias a la madurez cívica, la prédica de soluciones económicas para las que no existen dilemas. Hay una monotonía insoportable en esta historia nuestra. Primero, las dictaduras militares, lanzadas periódicamente a regenerar el país blandiendo la espada de San Jorge para luego derrumbarse estrepitosamente, con la espada mellada por esta sociedad dura y resistente. Luego tenemos la hora civil, como esta que parece haber llegado y que lo ha hecho a los piques, como otras veces en el pasado. Todavía no se ha encontrado una fórmula para hacer la transición desde el autoritarismo a la democracia: de allí la sensación de estar en el aire que respiran todos los tinglados que se montan. ¿Dónde está el origen de la patología argentina? Seguramente la respuesta no es simple, el origen no es uno solo. La experiencia por la que acabamos de pasar ha puesto de relieve por lo menos una de las claves del enigma: la ubicación equívoca del país en el mundo. Quienes dirigieron la aventura militar y los que la secundaron no han dejado de repetir con inocultable satisfacción: ahora el mundo sabe dónde queda la Argentina, quiénes somos nosotros, nadie podrá ignorarnos en adelante, el país todo se ha erguido y hecho escuchar su voz, el país se ha atrevido... (y se agrega: los grandes no han perdonado ese atrevimiento). Esta tentación por hacer bulla, ¿de dónde puede provenir sino de un país que vive mal su geografía, perdido en un extremo del mapa, y que por su población y sus afinidades se siente incómodo en la América mestiza y busca un lugar al lado de los países grandes aun a costa de hacer un zafarrancho rompiendo los platos al sentarse a la mesa? Si en la gente del pueblo esta actitud está cargada de un vago nacionalismo, entre las clases medias y altas es la expresión de un insoportable complejo de inferioridad, que a veces se resuelve en el mimetismo y a veces, como hoy, en el resentimiento. Así hemos visto, a través de los diarios, a los comensales del restaurante de la Sociedad Rural perder la compostura y rivalizar en “epítetos irreproducibles” contra los mismos ingleses con los que acostumbraban a fraternizar en su peregrinaje anual a la compra de toros en las ferias de Perth y Aberdeen. Si reparamos por un instante en la arrogancia inglesa, en su tradicional desprecio hacia los colonials, comprenderemos cuán sincero es el rencor de esos señores “paquetes” entregados a las puteadas, esos señores a los que años de abrigos Burberrys y de good manners no han suprimido del todo la conciencia íntima de ser todavía unos “rastacueros” para la mirada de un inglés. Pero lo más patético de los días que acabamos de vivir ha sido la recaída en el solipsismo, la facilidad con la que se creía en lo que nos decíamos sin reparar en el papelón: “toda la América Latina vibra con nosotros”, “las grandes capitales saben ahora de la verticalidad de la Argentina”. Ciertamente, en materia de papelones las fuerzas armadas se han llevado las palmas porque desde un punto de vista profesional han demostrado la incompetencia que les conocíamos en su gestión de los asuntos de Estado. Y al final, por toda excusa, han destacado “la superioridad tecnológica” del enemigo... Todo ha sido muy triste, las rencillas entre las armas, la desprotección de los soldados en el frente, la bandera blanca levantada por oficiales que habían jurado dar su vida en la empresa (mientras que el jefe de los paracaidistas ingleses que comandó el desembarco perdió la vida, no se registra una sola baja entre los oficiales argentinos, que estuvieron bien lejos de la batalla). Para rematar tanta incompetencia hoy tenemos una nueva lista de “desaparecidos”. A la lista de los desaparecidos en “la guerra sucia” se han sumado la de muchos soldados de los que los jefes militares no pueden decir a sus familiares qué fue de ellos... y los padres y madres se pasean de cuartel en cuartel, como otros antes lo hicieron por las comisarías procurando conocer la suerte de los suyos. Estimo que fueron más de “diez días” los que conmovieron a la Argentina. Imagínate una semana en la que el viernes y sábado está el papa, el domingo se inaugura el mundial de fútbol (con la derrota de la selección argentina frente a Bélgica) y el lunes se rinden las tropas en Malvinas. ¡Qué país en el mundo –y ese fue nuestro “raro privilegio”– pudo haber montado un show semejante! El papa se fue, y no alcanzó el tiempo para digerir su presencia carismática y ya estábamos contemplando el debut de los campeones del mundo: a su derrota inesperada le sucedió otra para la que tampoco estábamos preparados. De entonces para acá la selección de Menotti se ha rehabilitado a la vez que los militares se trenzaron en riña, culpándose unos a los otros, hasta que aparece un general desconocido que pasa a ser conocido bajo la nueva figura institucional de “presidente designado” y con él se relanza el tiempo político. Una imagen se sucede a otra, mientras que los que presumen saber hacen correr la voz de que se aproxima el momento de decisiones heroicas en materia económica: en una nota personal, todo ello no hace más que aumentar mi desasosiego de propietario inmobiliario en ciernes ya que nadie quiere vender ante la inminencia de un nuevo brinco inflacionario junto con la devaluación inevitable. Repito: ¿cómo se puede vivir y pensar en paz en un país como este? Pues bien, no se vive, o, al menos, yo no vivo: mis trabajos para terminar mi tesis de doctorado se han interrumpido. Maldigo mi aciaga estrella, me acuerdo con nostalgia de la vida en el monasterio de Oxford y me prometo que este país no se saldrá con la suya conmigo y no logrará anularme, como lo hizo y los hace con otros. Me resisto todavía a la idea de que para mí todo ya pasó –allá por los años sesenta– y que sólo me queda a los 42 años el refugio de ese recuerdo para sobrevivir. Para utilizar tus palabras, esta carta no pasa de ser, como otras mías, una lista de “exclamaciones sarcásticas sobre la imposibilidad del país”. Ocurre que el físico no me da para otra cosa. En cuanto a la democracia: y bien, ahora vamos a entrar en ella, veremos qué nos depara.
Querida hermana:
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