Gramática pura

Gramática pura
Автор книги: id книги: 1524271     Оценка: 0.0     Голосов: 0     Отзывы, комментарии: 0 842,67 руб.     (9,83$) Читать книгу Купить и скачать книгу Купить бумажную книгу Электронная книга Жанр: Языкознание Правообладатель и/или издательство: Bookwire Дата добавления в каталог КнигаЛит: ISBN: 9789585917231 Скачать фрагмент в формате   fb2   fb2.zip Возрастное ограничение: 0+ Оглавление Отрывок из книги

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"Hoy es un día difícil para mí, pero trataré de ejecutar con donaire y elegancia. Puesto que siempre es mejor apoyarse en ejemplos, tomaré como base mi vida en los últimos diez años: una visa como cualquier otra, una vida decente, una vida entregada al conocimiento, una vida colombiana. Hay gente que sostiene que una vida colombiana no puede ser decente ni puede estar entregada al conocimiento. Les demostraré a estos bausanes que están equivocados". Quien escribe esto es Emilia Restrepo Williamson, una señorita bogotana asentada en ese grupo que se refiere como cómodamente a sí mismo como gente bien. Caprichosa, espontánea, opinionada -un adjetivo que ella amaría-, en estas páginas repasa su vida, su idioma, su familia y su clase. Ante una voz como la de Emilia solo cabe acudir al contundente lugar común: la amas o la odias.

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Juan Fernando Hincapié. Gramática pura

Отрывок из книги

Por siempre tirar del carro,

este libro está dedicado a mi querida hermana,Paula Hincapié

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Ya llegará el momento de ocuparnos de las abreviaturas que antecedieron a la definición de no tener una mujer malos bigotes. Es perentorio aprender a usar de manera correcta el diccionario, les repito constantemente a mis alumnos. Lo que sí quiero consignar, antes de olvidarlo, es una breve nota sobre la palabra almuerzo, que aquí usé al estilo colombiano, es decir, la segunda comida del día, entre el desayuno y la cena. En el país mexicano, y me temo que la Academia les siguió el capricho, el almuerzo es una comida que se toma a media mañana; la comida, entonces, vendría a ser nuestro almuerzo; y la cena nuestra comida. Es confuso pero ciertamente no difícil de dilucidar. ¿Quién tendrá la razón?

Sigamos adelante. Kirsten y yo, al menos por unos días, seguimos sentándonos hombro con hombro en la asignatura de historia de su país. Me hablaba, yo le contestaba, pero no había fluidez en nuestros intercambios. Faustino me acompañaba a la siguiente clase, yo se lo permitía. Además, almorzábamos juntos. Poco a poco superaba mis traumas con respecto al campesino coahuilense. Hacía todo lo que yo le decía. Lo que dirían mis amigas bogotanas donde nos hubieran visto juntos, por Dios. Sin duda éramos material de telenovela: la hija mimada del potentado y el primogénito de la empleada del servicio. Nuestras ropas, nuestra forma de caminar (él siempre un poco atrás de mí) y relacionarnos: todo daba cuenta de ello. Pero no importaba, la verdad era que no me importaba. En más de una ocasión me invitó a conocer su casa. Siempre me negué sin herir sus sentimientos. Se lo veía verdaderamente interesado en mis cosas, en mi vida. Los días en que descansaba de su trabajo —lavaba platos en un restaurante— me invitaba a salir. Yo alegaba tener compromisos con mi familia anfitriona; él entendía. Un día me propuso que nos comunicáramos en inglés, puesto que él había caminado hasta los Estados Unidos precisamente con la finalidad de perfeccionar el idioma. Accedí pero de inmediato tuvimos que volver al arreglo previo: para decirme que no quería el almuerzo institucional sino McDonald’s se tardaba media hora, de modo que yo comenzaba a regañarlo hasta que él mismo sugirió que volviéramos al castellano. Así dijo: al castellano, güerita.

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