Integrismo e intolerancia en la Iglesia
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Juan María Laboa. Integrismo e intolerancia en la Iglesia
PRÓLOGO
EL FUNDAMENTALISMO EN LA HISTORIA DEL CRISTIANISMO
INTEGRISMO Y RELIGIOSIDAD EN LA ESPAÑA CONTEMPORÁNEA
TIEMPOS DE CONFLICTOS
INTEGRISMO POLÍTICO
CONSECUENCIAS DE UNA ACTITUD
EL MODERNISMO EN ESPAÑA
PAZ, AMOR E INTOLERANCIA
REFLEXIÓN FINAL SOBRE LA INTOLERANCIA Y LOS FUNDAMENTALISMOS
Notas
Contenido
Отрывок из книги
El cristianismo nace con la predicación de Jesús a sus discípulos, un pequeño grupo que irá extendiéndose poco a poco, con dificultades y persecuciones, en los primeros siglos y que irá imponiéndose a partir del siglo IV en diversos países. La vida fraterna fue modulándose y adquiriendo matices propios de sociedades más numerosas y menos armonizadas. No era lo mismo, obviamente, ser perseguidos y martirizados que dominar, gobernar e influir en la cultura y en la sociedad, de forma que el poder y la autoridad en las comunidades cristianas fue expresándose con talantes más impositivos y personales, a pesar de que el mandato de Jesús de «amar a los demás como queremos ser amados» no admite excepciones. Desde los primeros momentos, el tema de la tolerancia y del integrismo tiene mucho que ver con la coherencia, el respeto por el otro, el mandamiento del amor y el lavatorio de los pies.
El pluralismo sociocultural existente en la sociedad y sus métodos de presencia influyen necesariamente sobre la identidad unitaria o el pluralismo en el cristianismo y en la Iglesia. En una sociedad homogénea, como en los largos siglos de la época de cristiandad, resultaba más fácil enseñar, formar, influir, determinar, imponer. Más complicado se hace enseñar, actuar, gobernar y convivir en una sociedad tan plural. ¿Cómo reacciona la Iglesia ante una sociedad plural, libre, no sometida a sus mandatos, y ante una comunidad creyente más autónoma y más consciente de la libertad de conciencia y de sus derechos dentro de la Iglesia? ¿Cómo debe actuar sin renunciar a sus aspiraciones de universalidad?
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Se trata de un fenómeno que se inició fundamentalmente en el siglo XIX, siglo traumático y desconcertante para las Iglesias. No se trataba de las persecuciones tradicionales, de la nacionalización de sus bienes, sino de algo más sutil e inquietante, del cambio de mentalidad dominante durante siglos en nuestras sociedades, de la manifestación de actitudes diversas ante el fenómeno religioso, de la necesidad de adaptarse a un pluralismo de ideas manifiestamente contrarias a los que se consideraban fundamentos intelectuales de los dogmas. Puede resultar desconcertante que el fundamentalismo se multiplique en la edad de los derechos humanos, de la tolerancia y del relativismo, aunque, tal vez, precisamente debido a estos logros de las libertades individuales haya aumentado de manera considerable el talante fundamentalista.
En 1831, Lamennais comenzó a publicar un periódico, L’Avenir, cuyo lema, «Dios y Libertad», sintetizaba su programa: compaginar la fe en Dios y la defensa de las libertades. Se trataba de una defensa que englobaba la libertad de conciencia, de cultos, de prensa, de enseñanza; libertad de los pueblos frente a la tiranía y la opresión; libertad de la Iglesia en y frente al Estado. Y esto suponía unos obispos libremente elegidos, pero también una Iglesia sin ayuda económica estatal. Se trataba, ciertamente, de un nuevo enfoque y de una manera diversa de situar la Iglesia en el Estado y en la sociedad democrática. Esto disgustó a muchos obispos y a buena parte del clero maduro. Se sintieron de repente débiles al no contar con el apoyo del Estado. Llovieron las acusaciones a Roma, exigiendo la clausura del periódico. La encíclica Mirari vos condenó los principios liberales y, al mismo tiempo, los intentos de relacionar y compaginar los principios religiosos y eclesiásticos con las libertades, al tiempo que se impedía que una Iglesia más autónoma se situase con comodidad en una sociedad más democrática.
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