Mientras haya bares
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Juan Tallón. Mientras haya bares
Nota sobre el autor y el libro
Nota del editor
Mientras haya bares. Los crímenes de la letra J
La identidad de la ropa interior
Instrucciones para dejar de leer un libro
El hombre que abrió los telediarios
La droga linda
Amor por la ferretería
Prohibido tirar libros al retrete
Yo siempre llevo la droga encima
Hegel y los negocios decadentes
Peine en el bolsillo
No empecemos
A hostias en la oscuridad
El gin-tonic es Dios
Sesión vermú
Cabeza contra puerta de armario
Mándame verbos, Ernest
El escritor debe seguir caminos de perdición
Las erratas se sigilosan
Escupir de lado
Yo soy así y soy de aquí
Matar es una cosa muy personal
Todos somos Mary Cheever
El libro es un chirimbolo yonqui
No la chupes tanto
Amago de infarto
La sorpresa fue mayúscula
Yo nunca olvido un bigote
La última batalla del bebedor
Matarratas con hielo
Bragas en el tendal
A reírte de tu madre, chaval
Una victoria de mierda
Yo salí con una traficante
Creo que me voy a morir
Permanezcan borrachos
Los típicos idiotas
Bares mugrientos
La belleza del cero profundo
Camarero, lo de siempre
Últimas tardes de fútbol y bata
El mundo se derrumba
Por qué no soy del Real Madrid
¿No me tomarás por puta?
Las atroces etiquetas de Zara
Jueves por la noche
Puntual, pero no muy puntual
Continúen durmiendo
Era poco matarlo
Un buen café siempre está asqueroso
Come pan
Mi revólver y yo
Si se mueven, mátalos
Los calzoncillos de ayer
Aquellos pelos producían desazón
La felicidad de los relojes
¿Qué fue del sifón de toda la vida?
Yo quería ser taxidermista
Directamente desde el bar
«¡Vamos a morir todos!»
Tocata y fuga en re menor
El Post-it amarillo
Kennedy contra Faulkner
Camarero, la última
Bocadillo de nocilla y chorizo
Golpe de Estado en la Academia
Chef contra camarero
Fue bonito
«Mr. Tallón, el crepúsculo»
El ostracismo hipnótico
Levántate, que son horas
Tratamiento de la calvicie
El ladrón de lápices
Pírrico huevo frito
Escribir en Nueva York
Yo me encargo
«Volveremos a vernos, cabrones»
No toques ese cajón
El despertador baldío
Me vuelvo al bar
Aquellos tiempos se fueron a la mierda
«Yo no hago nada»
Una fiesta de verdad
Los calcetines de ayer
Haga una mudanza
Pase, pase, por favor
Bah, pajas mentales
Fascinación por el váter
Cabezas cortadas
Besos para escribir
Cigarros en la mano
Míster, ¿qué?
Un libro no trata de nada
Razones para madrugar
La librería muerta
Mi guerra está en el bar
Las comas mal puestas
Lindo olor a gasolina
Adiós, editor mío
La máquina de escribir fuma
Lentísimamente
Instrucciones para tratar con un libro
Borracho ocasional
Cuándo será lunes
Diga «no»
La cabeza que no lee
El insomnio me mata
Uff, qué resaca
Huyamos de aquí
Haga una lista
Mientras haya bares
Adoro los prólogos
Gente de pocas palabras
Empezar siempre
El mejor escritor del mundo
La columna vacía
La vespa de Cortázar
«Al habla Thomas Pynchon»
Muerte de un escritor
Gafas de sol
Bares inmundos
Cocaína y prostitutas
Los malos
Cobrar una deuda
Si quieres conocer otros libros editados por
Отрывок из книги
En una época dorada de su vida, esta transcurrió entre los bares y la literatura. Leía y bebía, o bebía y escribía. Este libro es una película de esos días, y de cómo veía el mundo por entonces. Los textos son el jugo destilado de ese tiempo en el que el alcohol y los libros se mezclaban en días y en noches ininterrumpidamente. Son el rescate de esos lentos y a la vez vertiginosos días que se plasmaron a lo largo de los años en el hueco efímero de los periódicos El País, El Progreso y Jot Down, y en el océano insondable de internet, descartemoselrevolver.com. Puestos ahora uno detrás de otro, comprueba que forman algo así como las huellas de una vida. Por eso este libro.
Juan Tallón parece escribir como si respirara, con esa naturalidad que tienen los que lo han leído todo y han extractado la esencia primordial de la lectura, mezclándola con la vida que discurre con la lentitud de los que se toman la molestia de mantener vivo el asombro. Asomarse al momento en que las vidas aparentemente tranquilas comienzan a torcerse, o cómo ciertos elementos, al entrar en contacto con otros, se transforman en algo inesperado, casi siempre inquietante. Hay una heroicidad oculta en su aparente facilidad para construir historias. Relatos que se sumergen en el absurdo, en el desastre que nunca termina de llegar del todo, tal vez porque aprendimos a convivir con él, que indagan con humor y una elegante distancia acerca de la huida, el fracaso, la muerte, la incomunicación o los procesos creativos.
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Cada día entiendo menos esa obsesión por decir «yo soy así y yo soy de aquí». ¿Por qué hay que ser algo en concreto, y toda la vida, y vivir con gloria esa manifestación abstracta? Personalmente considero que el verbo ser constituye una maldición. La vida, decía Benjamin Constant, consiste en salir de las cosas. En la medida en que quedamos ensimismados dentro de ellas comienza la obsesión. Luego, solo es cosa de tiempo ponerse serios, pensar en lo que representamos, en lo que somos, en la patria... Salir de las cosas, cuando comenzamos a adoptar su forma, evita dolores de cabeza. En esencia, se trata de huir de la identidad para buscar acomodo en lo extraño, hasta que ese asiento se vuelve común, y hay que huir de nuevo a lo desconocido. Uno debería poder ser hoy un artista abstracto, opinaba Andy Warhol, y la semana siguiente figurativo, o pop. Incluso, en determinados momentos, no deberíamos ser nada. Ni tener una familia. Ni pertenecer a un país. Estar solo con tu abrigo y tu chica. O tu chico. O tu perro Tobby. El Portnoy de Philip Roth lo exponía a su estilo cuando decía que «la minga era lo único que podía considerar mío en este mundo». Todo lo demás era un hostil desierto.
Un día le oí contar a Rodrigo Fresán que Chris Shaw, ingeniero de sonido de Bob Dylan, se acercó a este después de un concierto, y refiriéndose a la interpretación que acababa de hacer de It's Alright, Ma (I'm Only Bleeding), quiso saber si alguna vez la había vuelto a tocar como en la versión original. Dylan respondió: «Bueno, ya sabes, un disco no es más que un registro de lo que estabas haciendo ese día en particular. Y a nadie le gustaría vivir el mismo día una vez y otra, ¿no?». Esta es la idea. ¿Por qué hay que ser algo concreto todo el tiempo? La identidad, que consiste en ser algo eternamente, aburre.
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