Mis recuerdos y tú
Реклама. ООО «ЛитРес», ИНН: 7719571260.
Оглавление
Julia Rincón. Mis recuerdos y tú
Отрывок из книги
CAPÍTULO 1
Como un autómata iba conduciendo por la autovía A6, dirección a Cantabria, sumida en mis pensamientos y escuchando de fondo la música cadenciosa que salía por los altavoces del coche. Avanzando a una velocidad constante dejé atrás pueblos, puentes, peñascos… Por un momento me sentí desorientada, como si hubiera estado conduciendo desde hace miles de horas sin querer llegar a ninguna parte. Poco a poco iba acercándome a un terreno familiar, un terreno recordado en alguna parte de mi mente. El paisaje me resultaba conocido, los colores, el olor… pero no podía precisar dónde estaba. Tenía que haber puesto cualquier excusa, pero mi madre se puso muy pesada y no se me ocurrió nada, solo asentir y coger el coche. Hacía ya más de once años que no iba a Cantabria, once años en los que no había pisado mi pueblo, Talejos. Un pueblecito pequeño de espaldas a una barrera abrupta de montañas y a una extensión ilimitada de acantilados que solo se rompían por valles anchos y suntuosos ríos que acariciaban suavemente las faldas de las montañas.
.....
Seguí circulando lentamente por aquel camino arenoso que hacía las veces de carretera principal hasta llegar a la casa de mis abuelos. Esa casa grande que en verano compartíamos toda la familia: los hermanos de mi padre, mis abuelos, mis primos y niños, muchos niños. Aquello parecía una guardería, porque en cuanto las vecinas se enteraban de que alguno había llegado en cinco minutos ya las tenías revoloteando en la entrada de la casa con sus niños pegados a las faldas.
La casa de mis abuelos era vieja, tan vieja como ellos. Tenía dos plantas; la primera era antigua, con techos altísimos y paredes gordas; la segunda era la planta del miedo, donde habitaba Don Pericón. Eso decían los abuelos. Habitaciones en penumbra, techos bajos, vigas que se cruzaban, cuerdas que sujetaban utensilios de labranza y baúles antiguos que la hacían más misteriosa. A pesar de que el abuelo nos metía miedo para que no subiéramos a nosotros nos encantaba y alguna que otra tarde, a la hora de la siesta, escalábamos a hurtadillas los dieciocho peldaños que dividían las dos plantas. Era como revolver en el pasado. Cada vez que ponías un pie en el suelo las tablas crujían como si fueran a partirse en dos (ahora comprendo por qué el abuelo no quería que subiéramos, tenía miedo de que nos hiciéramos daño).
.....