Discursos I-V

Discursos I-V
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La apasionante figura del emperador Juliano, el Apóstata, con su amor por la literatura clásica y el paganismo en la era cristiana, ha sido evocada literariamente por autores contemporáneos como Ibsen, Kazantzakis, Anatole France y Gore Vidal. El emperador Juliano (332-363 d.C.), a quien los cristianos llamaron el Apóstata por su rechazo de la fe cristiana, es un llamativo personaje de las postrimerías del mundo pagano, en un tiempo en que el gran legado cultural helénico se resiste por última vez a ceder la hegemonía cultural al cristianismo. Juliano, formado en la literatura clásica y las concepciones paganas, abandonó con pesar sus estudios cuando se le proclamó César y después Augusto. En el poder, profesó sin disimulo su paganismo, instauró la tolerancia religiosa y recuperó templos y cultos helenos. Defensor de una causa perdida, entre el Edicto de Milán de 313 sobre libertad de culto y el de Teodosio (380) que instaura el cristianismo como religión única del Imperio, su intento de restaurar las viejas creencias en los dioses del Panteón pagano aparece como un patético error histórico. Juliano fue un gran escritor. Su obra, compuesta en las urgencias de la vida política, forzada a veces al disimulo y al enmascaramiento cortesano, en un ambiente de odios e hipocresías, deja entrever sin embargo su espíritu intenso y su idiosincrásica personalidad. Este volumen contiene los cinco primeros grandes discursos de Juliano que conservamos: Elogio del emperador Constancio (panegírico escrito a la muerte de éste, en el que recuerda sus virtudes y las de su antecesor Constantino) Elogio de la emperatriz Eusebia, Sobre las acciones del emperador o Sobre la realeza, Consolación a sí mismo por la marcha del excelente Salustio, Al Senado y al pueblo de Atena.

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Juliano. Discursos I-V

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BIBLIOTECA CLÁSICA GREDOS, 17

Juliano (331-363) vive en el tercio central del siglo IV . Siglo decisivo en la polémica ideológica entre paganismo y cristianismo y que queda realmente enmarcado por dos fechas que simbolizan el gran cambio: 313 y 392, rescripto de Milán y prohibición oficial del paganismo por Teodosio, respectivamente. Todavía al principio de este siglo los cristianos habrán de sufrir las duras persecuciones de Diocleciano y Galerio; al final del mismo, y aun antes, ese papel les tocará a los paganos. A lo largo de todo el siglo se suceden emperadores cristianos y un progresivo deterioro del paganismo, con la única excepción del breve reinado de Juliano, que se convierte así en el último defensor de la religión politeísta y del helenismo, conceptos que en él son idénticos.

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No era posible la retirada por el mismo camino que habían traído, porque habían incendiado las cosechas a su paso, de modo que se decidió continuar remontando el curso del Tigris en espera del encuentro con los refuerzos de Procopio. La dificultad de remontar la flota que les había acompañado en el descenso del Éufrates obligó a Juliano a tomar la drástica decisión de incendiar los mil barcos que la componían, para poder disponer de todos los brazos útiles e impedir que cayeran en manos del enemigo. Unos falsos guías hicieron que el ejército se extraviara; los persas acosaban incesantemente sin presentar batalla abierta e iban quemando todas las cosechas en torno al ejército romano, mientras el enorme calor de la zona en esta época acababa por convertir en un calvario la marcha de Juliano, que comenzó a perder hombres, víctimas de diversas enfermedades y de agotamiento.

El día 26 de junio, ante una repentina escaramuza, Juliano se precipita en ella sin coraza, y una lanza de origen desconocido atraviesa su costado 110 . Pese a los cuidados de su médico Oribasio, Juliano fallece al anochecer de ese mismo día sin haber querido nombrar sucesor 111 . Procopio, que llegará poco después, será el encargado de trasladar sus restos e inhumarlos en Tarso. Joviano, el nuevo emperador, se verá obligado, para evitar el desastre total, a comprar la retirada a Sapor a cambio de la entrega de cinco provincias transtigritanas y quince plazas fuertes de Mesopotamia 112 .

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