Sólo se muere una vez

Sólo se muere una vez
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A la protagonista de esta historia le diagnostican una enfermedad extrañísima y le dan 20% de posibilidades de sobrevivir. ¿Qué decide hacer con los últimos seis meses que le quedan? Escribir una novela. Empieza a planificarla y entiende que para tener material para escribirla necesita vivir nuevas experiencias: probar MDMA, robar, tirarse en parapente y tener sexo sadomasoquista. Pero no todo es tan sencillo. Entre desoladores mails a su ex, delirantes reacciones de su familia, una prima que le pide un favor inesperado y reflexiones sobre el feminismo, la trama estalla en un arco narrativo imposible de prever. Sólo se muere una vez es una lección de humor negro cargada de imprevistos, absurdos y especulaciones desopilantes: una joya tan brillante como atípica dentro de la narrativa contemporánea argentina. Bianca se atreve a todo y explora los intersticios incómodos que la gran mayoría de las autoras esquivan, y lo hace con acidez, honestidad y desparpajo, porque, como dice la narradora, a veces vivir es infinitamente más difícil que morir.

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Leticia Bianca. Sólo se muere una vez

A la protagonista de esta historia le diagnostican una enfermedad extrañísima y le dan 20% de posibilidades de sobrevivir. ¿Qué decide hacer con los últimos seis meses que le quedan? Escribir una novela. Empieza a planificarla y entiende que para tener material para escribirla necesita vivir nuevas experiencias: probar MDMA, robar, tirarse en parapente y tener sexo sadomasoquista. Pero no todo es tan sencillo. Entre desoladores mails a su ex, delirantes reacciones de su familia, una prima que le pide un favor inesperado y reflexiones sobre el feminismo, la trama estalla en un arco narrativo imposible de prever

Sólo se muere una vez es una lección de humor negro cargada de imprevistos, absurdos y especulaciones desopilantes: una joya tan brillante como atípica dentro de la narrativa contemporánea argentina. Bianca se atreve a todo y explora los intersticios incómodos que la gran mayoría de las autoras esquivan, y lo hace con acidez, honestidad y desparpajo, porque, como dice la narradora, a veces vivir es infinitamente más difícil que morir

SÓLO SE MUERE UNA VEZ. Leticia Bianca

I. - Qué paja, pensé cuando me dijeron que estaría muerta en seis meses. Como si no hubiera tenido suficiente estrés con la vida, ahora también tengo que resolver la no vida. Paja

II. - Hay que decirlo con todas las letras, mi mamá, aunque no parezca ahora, fue gorda. Y eso se nota. Se nota en las formas, en las cadencias, en las relaciones que tiene con las cosas, con la gente, con el adentro y el afuera, con la digestión. Los chicos gordos siempre tienen más problemas, consigo mismos, con sus amigos, con sus padres. Desde muy pequeños su imagen no se condice con la que impone la publicidad, el mundo occidental y todas las santas normas del buen niño argentino y eso les genera complicaciones que arrastran por siempre. Con esto no quiero decir que los gordos sean peores personas, ni mucho menos. Solo que han logrado sobrevivir al infierno desde muy pequeños y eso los hace distintos. Rápidamente entendieron que se sentía decepcionar, que se sentía ser menos, o ser demasiado más

III. - Mi papá consumió demasiada cocaína durante demasiados años. Es artista plástico, por eso. En algún momento dejó de consumir, pero no tenemos precisiones. Nadie nunca me lo dijo, aparte, tuve que descubrirlo por mi cuenta porque sus chistes al respecto eran por demás elocuentes. Él siempre hacía muchos chistes, hablaba todo el tiempo como en modo spinetteano, una mezcla entre el lunfardo tanguero y metáforas tipo cadáver exquisito. Se expresaba como con máximas, mi papá, no era alguien con quien pudieras tener una conversación muy sensata, la verdad. Siempre tuvo una velocidad mental admirable que la cocaína no había menguado. Quizás hasta debería agradecer que se hubiera drogado tanto tiempo porque eso redujo un poco su asombrosa capacidad de cazar al vuelo lo que se le decía, darle cien vueltas y devolverlo masticado, digerido, vomitado e inentendible. Ejemplos: cuando estaba a punto de recibirme y no sabía qué hacer con mi vida me dijo “Hija, tranquilizate, vos ahora sos la que mandas las Cartas Documento y ya no te van a llegar”. What. Otra vez fue aún más lejos: le dije que me había separado pero que le estaba poniendo muchas fichas a mi profesión y me dijo tajante “Pijas ahora no, ya vendrán las épocas de pijas”. AllRight. En algunos casos también se disfrazaba de gurú espiritual y frente a mis disquisiciones adolescentes decía cosas que pretendían guiarme de manera surrealista: “Hay que tener todas las bombachas en el mismo lugar”, o “Los zapatos negros con los negros y los marrones con los marrones”. Ok

IV. - Frente a la inminencia de la muerte, mucha gente se trastorna. Mejor dicho, toda la gente se trastorna, en un sentido literal, porque la muerte es la cosa menos natural del mundo. Si bien todos sabemos que vamos a morir, no pensamos en eso todo el tiempo, y aunque hemos visto morir a gente a nuestro alrededor, no pensamos que la gente que está actualmente a nuestro alrededor va a morir. En general eso es bueno, pero podría ser leído como una desnaturalización quizás demasiado peligrosa de la realidad. La muerte, como la vida, es algo natural, pero la muerte irrumpe con un nivel de violencia tal en la cotidianidad de la gente que logra trastornarla como si nunca hubiera imaginado que fuera posible morir

V. - Lo que hice fue aún más kamikaze que morirme: junté a mi mamá y a mi papá en una cena para contárselos. No podía soportar el hecho de verlos juntos, pero tampoco podía soportar dos conversaciones así por separado. Hacía cinco años que no se veían y no sabía cómo podía terminar esa reunión, pero era el mal menor. Imaginaba que mi mamá exageraría todo, pondría el grito en el cielo, dejaría hasta los floreros sin agua de lo que bebería, mientras que mi papá se concentraría en enojarse con ella y me dejaría a mí y a mi decisión en paz. Era una apuesta arriesgada pero la única posible

VI. - PARA: esteban_78@yahoo.com.ar. ASUNTO: Vendrá la muerte y tendrá tus ojos. CARPETA: Borradores

Soy mi propia muralla china. De un lado están mis sentimientos y del otro lado está la realidad. En el medio, nada. No puedo sentir. No quiero sentir

VII.- Todos los hombres de mi familia han cometido el mismo y único error: ser hombres. La lista era larga pero no por eso menos sabrosa. El podio arrancaba con mi bisabuelo materno, que había matado a golpes a mi bisabuela, un secreto a voces imposible de olvidar. Al mismo tiempo y sin saber de la existencia del otro, mi bisabuelo paterno abandonaba a su mujer y sus dos hijos tras ganar el Premio Gordo de Navidad. Un escalón más abajo encontrábamos a mis abuelos: un mujeriego incansable y jugador empedernido del lado de mi mamá y un depresivo suicida sin éxito por parte de papá. Finalmente los tíos, de todos los colores: uno alcohólico, otro cleptómano y hasta un bígamo, que había nombrado a la hija del matrimonio Nº1 Ana María y a la del matrimonio Nº2 María Ana, dijo, antes de morir, para no confundirse. Mi progenitor, en ese esquema, con sus vicios y problemas, venía a rematar una saga donde lo único bueno que le podía pasar a un hombre en mi familia era o bien volverse trans o bien morirse

VIII.- Una vez que me saqué de encima los pormenores más melodramáticos de morirme, léase, contarle a mi familia que solo me quedaban seis meses de vida, pude dedicarme de lleno al proyecto de la novela. Para empezar, armé una lista de cosas que tendría que hacer para que la historia tuviera algún tipo de contenido aventuresco, es decir, cosas que “dan para una novela”. De cualquier forma, si el libro resultaba un aburrimiento abominable, solo sería la ignota escritora que se tomaba la muerte con humor muy posmo y ya. Era un plan tan genial que el éxito no me estaba asegurado por la calidad del material sino por la propia desgracia que daba lugar al libro en sí. ¿Quién no iba a querer leer los últimos pensamientos de una joven al borde del abismo? Mucho morbo ahí, mucho morbo

IX.- La noticia había circulado como reguero de pólvora entre mi familia. Me iba a morir. Sí señoras y señores, Dios es así de hijo de puta. A todo esto, no sé a quién se le ocurrió que Dios fuera una criatura misericordiosa. Había un ser superior, sí, existía una inteligencia por encima de nosotros, claro, pero eso no quería decir que hubiera bondad allí. Eran dos razonamientos distintos y para nada deductibles el uno del otro. Iba a morirme con menos de treinta años en seis meses y no había nada que la religión ni la ciencia pudieran hacer al respecto. Amén

X.- PARA: esteban_78@yahoo.com.ar. ASUNTO: Lado B. CARPETA: Borradores

Entonces te escribo otro mail que nunca te voy a mandar porque estoy sola, borracha, triste y me acuerdo de que en algún momento entre mis órganos algo latió más fuerte que de costumbre y resulta que vos estabas ahí. Quisiera no unir esos dos elementos: vos y mi corazón. Quisiera no tener corazón, como mi mamá

XI.- Fue extraño que mi prima Natalia me hubiera llamado luego de diez años sin contacto para contarme “algunas cosas” sobre su vida. En general la gente que me llamaba se dedicaba a mi inminente muerte y no perdía tiempo en actualizarme sobre su no inminente muerte. Me sorprendió un poco ese exceso de protagonismo por su parte pero se lo atribuí a una actitud narcisista y ya. Una vez que me reuní con ella no solo mi vida cambió para siempre sino que también lo hizo mi muerte. Fue Natalia, mi alter ego antagonista en un todo su esplendor —casada, con hijos, viva— la que me mostró la cara más caleidoscópica de la muerte, la que me explicó que por cada muerte hay un sinnúmero de muertes distintas, porque el que muere no muere de igual manera para todos. Fue ella también la que me reveló que me quedaba demasiado por vivir

XII.- Entonces no solamente tenía una novela, también tenía una misión: mi prima me había pedido que asesine a su marido. Así nomás, en un café de menos de una hora, había pasado por alto que me quedaban seis meses de vida, o peor, se había aprovechado de la situación con un pragmatismo total y me había convertido en la sicaria más inesperada de la historia, que por la poca información que poseía sobre cómo matar a alguien deberían haber tenido un sindicato que pudiera acercarnos a las novatas como yo a las primeras mieles del oficio

XIII.- ¿Cómo se asesina a alguien? escribí en mi cuaderno de notas luego de la reunión con Natalia, bastante ansiosa. Recordé todas las novelas de misterio que había leído desde niña, las cientos de horas perdidas frente al televisor mirando series de detectives y las miles de películas del género “Thriller” con las que había gastado las tardes de domingo en mi adolescencia. Entendí que, como nunca me habían asaltado ni nada por el estilo, lo más cerca que había estado de un arma era a través de una pantalla o cuando había compartido transporte público con un policía

XIV.- Mientras mi prima había tenido una actitud muy pro activa con respecto a mi muerte y las implicancias prácticas del asunto y me pidió que asesinara a su marido porque “total” me iba a morir, el resto de mis relaciones siguió el esperable camino de la desazón y el desconcierto con respecto ya no solo a mi deceso sino también a mi negativa a curarme. La gente con la muerte se trastorna, ya lo sabemos

XV.- PARA: esteban_78@yahoo.com.ar. ASUNTO: Chernobyl. CARPETA: Borradores

Este tendría que ser el capítulo del mail. El capítulo del mail tendría que contener los elementos para que el lector entienda que:

XVI.- Mi prima organizó la cena para que pudiera conocer a Javier. El objetivo era claro: tenía que odiarlo y darle mi propio sentido moral al asesinato. No hay acción sin voluntad, decía algún pensador famoso, pero tampoco hay voluntad sin acción, se contradecía

XVII.- Renuncié al trabajo a la semana de enterarme de mi muerte. Fue rápido y limpio, no di ni la más mínima explicación y simplemente dije que necesitaba tiempo para otros proyectos. La editorial donde trabajaba era como una pequeña familia, pero los jefes sabían respetar la privacidad de sus empleados. No así mis colegas que, curiosos, quisieron saber en qué consistían mis nuevos rumbos y para averiguarlo me hicieron una mini fiesta de despedida en el bar de siempre

XVIII.- Los dos primeros métodos para asesinar a alguien que figuraban en mi lista tenían que ver con un agente externo que hiciera lo que yo no podía hacer: un auto, un tren, un colectivo. Algo por fuera de mi fuerza física que aniquilara a Javier y dejara a mi prima libre de su tortuosa relación de sexo, violencia y amor tóxico, a mí libre de la pesada carga que me había encomendado y al mundo libre de un golpeador. Como no manejaba y no podía atropellarlo con un auto, la forma de hacerlo dependía sobre todo de la sorpresa, de que nadie se imaginara que alguien lo iba a empujar bajo un tren o un colectivo en la vía pública, mucho menos una mujer de mi contextura, que encima no quería robarle. Había pensado la opción del robo pero, dado que Javier me ganaba en altura y me superaba por unos veinte kilos en peso, sumado a la musculatura trabajada en el gimnasio y mi absoluta ignorancia de las técnicas delincuenciales, no me quedaba más opción que empujarlo bajo algo en movimiento e irme corriendo. Poniéndolo en su justa medida, los accidentes de tránsito en Argentina eran una de las principales causas de muerte entre hombres de su edad, así que si nadie me veía, hasta podía, genuinamente, parecer un accidente

XIX.- Tras mi primer intento fallido de asesinato, el ridículo total que había hecho tratando de empujar a Javier debajo de un ente en movimiento y las sucesivas pesadillas que tuve vinculadas al suceso, me reuní con mi prima para poner blanco sobre negro en relación a LaMisión. Quedó pasmosamente claro que la única opción era invertir dinero en un sicario, pensaba decirle, pero lo que sucedió en nuestro encuentro me hizo entender que la muerte de Javier tenía muy poco que ver con la verdadera muerte de Javier y volvió a posicionarme en la carrera homicida, porque lo que no te mata, en realidad, hace más fuerte a tu asesino, o algo así

XX.- PARA: esteban_78@yahoo.com.ar. ASUNTO: Ok. CARPETA: Borradores

Tengo que asesinar a una persona

XXI.- Había fracasado de forma estrepitosa en mi Misión Homicida Nº1 pero también había renovado mi compromiso con mi prima y estaba más decidida que nunca a matar a Javier aunque fuera lo último que hiciera en mi vida. Ese hijo de puta golpeaba a Natalia y cada minuto que siguiera vivo ella corría peligro. Y por raro que parezca, me preocupaba más su posible muerte que la confirmadísima mía, pero había motivos de sobra para eso. En los cincuenta días que habían pasado desde que me habían diagnosticado una enfermedad casi incurable contra la que no quería luchar, a juzgar por las estadísticas se habían muerto asesinadas por hombres cuarenta mujeres en todo el país. Para mi asombro, muchas de ellas estaban separadas de sus agresores e incluso eran más las ex parejas asesinadas que las parejas. En esas noticias de los diarios descubrí la encerrona fatal: no era necesario seguir viviendo con tu agresor para que pudiera agredirte, no era suficiente con denunciarlo, con mudarte ni con pedir una orden de restricción. El peligro siempre estaba ahí, acechándote. En el preciso momento en el que un hombre te decía que te amaba se convertía en tu potencial asesino. Y si lograbas dejarlo, peor. Los números estaban a favor de mi prima y en mi contra: ella no ganaba nada separándose de Javier si él seguía vivo, casi todo lo contrario

XXII.- Pensé que esta vez iba a lograrlo. Era matemático: Javier tomaría su batido proteico diario, consumiría el veneno de ratas más potente que había en el mercado, le daría un ataque generalizado y moriría en la misma cocina donde había querido matar a su mujer tantas veces. Era redondo, perfecto, casi poético. El golpeador golpeado, el cazador cazado, el que quiere inflarse completamente desinflado convertido en una minúscula rata que las mujeres matamos en equipo, empoderadas en nuestra libertad contra el patriarcado opresor. Era hermoso, era hermoso e infalible

XXIII.- Nunca terminé de entender si mi dealer era sexy por ser dealer o por ser él. Lucho era una bomba de relojería: todo tatuado, con un rodete en la cabeza que escondía su pelo largo de hippie romántico que vivía en pleno campo para cuidar sus plantas de marihuana, siempre vestido con remeras de heavy metal y borcegos, siempre oliendo a pobre con esos perfumes rancios y varoniles, varios aritos, los ojos más lindos del mundo y una tristeza por detrás de ese humor de niño rebelde que no puede no volverte loca con solo mirarlo. Lo conocía desde hacía años y cada vez que nos encontrábamos sucedía lo mismo, nos tomábamos una cerveza cuando venía a casa a entregarme el pedido mensual de flores que necesitaba para sobrevivir, nos reíamos de algún chiste, nos contemplábamos un rato, nos quedábamos en silencio y cada uno dejaba de mirar al otro con un gesto casi púdico, tímido, virginal. Esas historias que podrían ser “en una de esas”. Esos unicornios que guardamos en el corazón para creer que todavía tenemos corazón, esos “sí pero no” que todos escondemos en el placard, ese era mi dealer

XXIV.- Entre las personas que sabían que estaba escribiendo esta novela al ritmo que me iba muriendo, muchas no se habían enterado por mí. Florencia era la novia de un compañero del secundario a quien no veía hacía años pero que conoció mi fatal destino por un grupo de chat que compartía con algunos de mis amigos. Anónima, me escribió un mail preguntándome si podía enviarle los primeros capítulos del borrador porque Ramiro, mi ex compañero y su novio, le había contado mi triste historia y estaba interesada en leer el texto. Para seducirme me explicó que trabajaba en una editorial independiente que solía publicar autores nóveles y tenía predilección por las plumas femeninas, así que cuando Ramiro le contó el experimento de la novela de la moribunda no pudo evitar contactarme. Luego de leer los primeros capítulos me citó en un cafecito hipster de San Telmo, cerca de donde estaba su editorial

XXV.- PARA: esteban_78@yahoo.com.ar. ASUNTO: Y soñaré las cosas que se sueñan. CARPETA: Enviados

Hola Esteban, tanto tiempo

XXVI.- Ni bien supe que teníamos la posibilidad de huir a Montevideo se lo propuse a Natalia. Le expliqué que no había manera de deshacernos de su marido, que en realidad lo que tenía que suceder era que nos dehiciéramos de la versión de ella que vivía con su marido. Le conté la propuesta de Lucho, sus primos y el trabajo en el restaurant, le informé también los precios de los pasajes en barco y le mostré algunas opciones de departamentos para alquilar. Un nuevo comienzo, una nueva vida, un nuevo despertar, le ofrecí entusiasmada. Ella se negó rotundamente, dijo que si hubiera querido huir lo hubiera hecho mucho tiempo atrás, que la solución final del asesinato que me había ofrecido era eso, la final, la última de todas las opciones que tenía y la única que veía como posible

XXVII.- La novela comenzó a publicarse por fragmentos en las redes sociales de la editorial antes de estar terminada y generó muchísimo revuelo, lo que le dio un buen termómetro a Florencia para que verificara su teoría. La sangre vende, y si es de mujer, más

XXVIII.- Escribo esto en Montevideo. Vine a ayudar a Natalia y sus hijos a instalarse en su nueva casa y presentarles a los primos de mi dealer, que le van a dar trabajo en su restaurant acá. Tras varias semanas de silencio ella accedió a mi propuesta y Javier murió, sí, aunque no realmente. No sabemos qué fue de él y dejó de importarnos tras el viaje. Con el dinero que pensábamos gastar en aniquilarlo compramos pasajes para nosotras y los chicos y alquilamos un departamento con vistas al mar. No fue barato, pero además del capital que teníamos destinado al asesinato usamos un préstamo de la madre de Natalia y otro de sus amigas. Nunca estás todo lo sola que creés que estás, aún cuando te sentís sola. El plan fue ejecutado con precisión quirúrgica. Primero hicimos la denuncia para que él no pudiera reclamar la custodia de los chicos, después alquilamos el departamento por internet, sacamos los pasajes, armamos las valijas, partimos y concluimos: mejor que tomar las armas es tomar un avión. Y chau

XXVIX.- Entonces empecé el bendito tratamiento

Agradecimientos. Imposible haber escrito esta novela sin la lectura atenta de Isabel, desde esas febriles madrugadas del 2012 hasta hoy

Отрывок из книги

Para Franco

Lo único que escribí fue: “He ido al colegio, he hecho los deberes”.

.....

Con o sin tu amor.

Con o sin vos.

.....

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