Canción del ocaso
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Lewis Grassic Gibbon. Canción del ocaso
EL AUTOR
EL TRADUCTOR
EL CAMPO SIN ARAR
1. LA ARADA
2. LA SIEMBRA
3. LA GERMINACIÓN
4. LA COSECHA
EL CAMPO SIN ARAR
NOTA DEL EDITOR
Отрывок из книги
Lewis Grassic Gibbon es el seudónimo literario de James Leslie Mitchell (1901-1935), uno de los escritores más destacados de las letras escocesas. Nacido en Auchterless, en el noreste de Escocia, creció rodeado de un paisaje rural de verdes colinas y tierras fecundas. Empezó a trabajar como periodista en el Aberdeen Journal y en el Farmers Weekly; tras haber servido en la Real Fuerza Aérea británica, se instaló en Welwyn Garden City para dedicarse a la escritura a tiempo completo. A pesar de su muerte prematura, cuando tan solo tenía treinta y tres años, su obra, compuesta de novelas, relatos y ensayos, es prolífica. Grassic Gibbon combinaba en sus historias el flujo de conciencia, el realismo social y un lirismo genuinamente escocés. Su Trilogía escocesa, de la que Canción del ocaso (1932) es la primera parte, se ha erigido en una obra cumbre de la literatura escocesa del siglo xx y fue elegida como el libro favorito de los escoceses en una encuesta de la BBC.
Y así el noble normando, Cospatric, que era joven y sin tierras, valiente y con buena armadura, se montó en su caballo en la ciudad de Edimburgo, y desde esos lejanos lares del sur subió al norte atravesando el bosque de Fife, adentrándose en los pastos de Forfar y pasando por la Gran Piedra de Aberlemno, la que se erigió cuando los pictos derrotaron a los daneses; y en ella se detuvo y contempló las figuras, en su momento brillantes y entonces apenas desvaídas, de los caballos y las cargas, y la derrota aplastante de esos toscos extranjeros. Y tal vez rezara una breve oración ante esa piedra y luego siguiera hacia los Mearns, pero la historia no cuenta más de su recorrido a caballo, salvo que al final llegó a Kinraddie, un lugar atormentado, y le dijeron dónde dormía el grifo, allá abajo en la boscosa cañada de Kinraddie.
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Luego tuvieron dos hijos más, chicos los dos, y los dos el vivo retrato de Chae. Eran los que cantaban lo de la Turra Coo siempre que veían pasar a toda velocidad la bonita calesa de Ellison por el camino de Kinraddie, y vamos que si te hacían reír.
Justo enfrente de Peesie’s Knapp, al otro lado del camino de peaje, la tierra se elevaba roja y arcillosa, y por un desigual camino de piedra se llegaba a las viviendas de Blawearie. Sales del mundo y entras en Blawearie, decían en Kinraddie, y ciertamente eran unas tierras agrestes, y se estaba muy solo allí arriba en la ladera del monte, de veintiocho hectáreas, cerca del brezal que subía muy por encima de Blawearie hasta llegar a la gran cima llana del monte en la que había una laguna en la que anidaban las agachadizas a cientos; y algunos decían que la laguna no tenía fondo, y Rob el Largo, el del Molino, decía que era como el abismo de la depravación de un párroco.
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