El cerebro puede recibir consejos, pero no el corazón, y el amor, que no tiene geografía, no conoce fronteras. Truman Capote
Truman García Capote, que en realidad se llamaba Truman Streckfus Persons (1924-1984), quería ser bailarín de tap o cantante de club nocturno, pero se convirtió en un escritor prolífico y desconcertante.
Atento, pero también temible, amigo fiel y observador implacable, generoso y egoísta, excelente deportista y bailarín, pero destruido por sus adicciones, Truman Capote fue todo eso y más. Sus obras capturan el espíritu de la época en la que brilló y a la que hizo brillar, obligando a la sociedad contemporánea a hacerse preguntas que conservan su actualidad. Su particular talento quedó demostrado tanto a través de obras de ficción, como Desayuno en Tiffany's, como de no ficción, género en el que fue pionero con la hoy clásica A sangre fría, que produjo una revolución en el mundo del periodismo. También tuvo una rica relación con el mundo del cine, ya que varias de sus obras fueron llevadas a la pantalla grande y él mismo fue actor en una ocasión.
Esta amena biografía, a semejanza de su protagonista, es profunda en su análisis del hombre y en el conocimiento de su legado como escritor, a la vez que retrata los Estados Unidos de su época.
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Liliane Kerjan. Truman Capote
Una firma
“El Pequeño T.” Los primeros años
Alabama blues
El aleteo del cóndor
El arpa del camaleón
El niño prodigio en The New Yorker
“Truman Kaputt”
El falansterio de Yaddo
El gótico del Sur
Travesía transatlántica
Encuentros parisinos
“La Rosa Blanca” de Colette*
Los lugares cosmopolitas
En estado puro: las fiestas y los crímenes
El atlas personal
Cuando el dandy neoyorkino se volvió mediterráneo
Relatos de colores y de noche
En Brooklyn
1958, Desayuno en Tiffany’s
Comer con amigos
Del reportaje a la novela-testimonio. El nuevo periodismo
Gershwin en Leningrado
Brando en Kioto
A sangre fría
El después
La ruta del año 66
La casa de Sagaponack
La vivienda de United Nations Plaza
Las musas de la alta sociedad
En negro y blanco: el baile de máscaras del siglo
Capote en panorámica: el mundo del espectáculo. y de las imágenes
Pruebas de cámara en “Hollywood sobre el Tíber”
“Imagen sin edad”
Cuando Desayuno en Tiffany’s se convirtió en un film
Representante frustrado, actor y guionista
El agitador de las artes y las letras
Afinidades sureñas
La pasión por lo excéntrico
Las querellas asesinas
De la ambición proustiana. a la vivisección
En busca del tiempo presente y Plegarias atendidas
Chismes y croquis
¿Sueños cumplidos?
Las heridas secretas
La inmortalidad de los dobles
De la luz a los nocturnos
“Una especie de bomba casera”: una obra inconclusa
La recepción póstuma
Epílogo en punto y coma
Cronología
Filmografía selecta. Truman Capote como autor y guionista
Truman Capote como actor
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Al final del verano, en cuanto Truman supo que se iría con su madre a Nueva York, se empeñó en celebrar su partida con una fiesta. Había ganado confianza en sí mismo y sugirió ideas que tenían el tono de la burguesía comerciante rural y establecida: decidió organizar un baile de disfraces. Interpretaría ya uno de sus mejores personajes: el de maestro de ceremonias y placeres. Quería que la fiesta fuera grandiosa y la preparó con varias semanas de anticipación para garantizar su éxito. Se realizó un viernes a la noche: había –novedad costosa– vasos de cartón para la limonada y los jugos de frutas. El joven anfitrión había ideado decenas de juegos para los niños, en los que había que hundir las manos en una caja para adivinar qué había en el interior: una tortuga, un plumero, frutas maduras aplastadas. En el patio, estaba el Ford Trimotor de Truman, un avión a pedales que se deslizaba por un plano inclinado a toda velocidad, causando una gran excitación en su tripulante de turno.
La cocinera negra, llamada tía Lizzie, había horneado una gran cantidad de pasteles y Sook preparó ponche en una jarra de cristal, porque Jennie había invitado a sus vecinos y sus mejores clientes, notables o propietarios de la ciudad y alrededores. Incluso había contratado a algunas personas para que se ocuparan de los juegos de los niños, entre ellos, un negro al que Truman hizo vestir de blanco y con un sombrero confeccionado por Jennie. Pero el sheriff se enteró de los preparativos de la fiesta y fue a alertarlos: el Ku Klux Klan, que se encontraba en su apogeo en ese comienzo de los años treinta, estaba vigilando, sus miembros habían hecho una reunión y organizaban para esa noche un desfile en la avenida de Alabama. Muy digna, Jennie lo tranquilizó: no habría ninguna mascarada en su casa. Luego fue a preparar sus mesas de juegos para los adultos y los discos para el gramófono a manivela. Sin embargo, había que tomar en serio la advertencia, porque el Klan, fundado por seis ex soldados de la Confederación el día de Navidad de 1865 en Pulaski, Tennessee, había resurgido con fuerza en esos años en el Sur, sobre todo en las pequeñas ciudades rurales. En 1920, contaba con 4.500.000 afiliados, que usaban largas túnicas blancas y altas capuchas que les ocultaban el rostro, y sembraban el terror entre los negros. El Klan actuaba de noche, practicaba un racismo virulento y usaba métodos brutales –linchamientos, secuestros, torturas– para restablecer la “supremacía blanca”. Jennie, una mujer juiciosa, sabía que todo el mundo temía las cruces encendidas, las horcas y las hogueras del Klan, que solía ejecutar a quienes se resistían a sus humillaciones.