Populismo jesuita
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Loris Zanatta. Populismo jesuita
Índice
Introducción
1. La edad de lo sagrado. El populismo, nostalgia de unanimidad
La cristiandad hispánica
Las misiones jesuitas
La gran encrucijada
Notas
2. La edad secular. La independencia
La oscilación del péndulo
La edad liberal
La revancha
Dios, patria, pueblo
Populismos jesuitas: la antesala
Notas
3. Perón (y Eva) El retorno de Dios
El régimen
La tercera posición
Evitismo
Santa pobreza
Notas
4. Castro. Cubanidad
Un Estado cristiano
Cruz y espada
La nueva Roma
Pobre comunismo
Notas
5. Chávez (y la teología de la liberación) La Meca
El momento apocalíptico
Violencia por Dios
Reinos socialistas
Un provinciano en el cuartel
Dictadura del pueblo
El cuerpo místico
El Evangelio según Chávez
Los últimos no serán los primeros
Notas
6. Bergoglio. Aguas arriba
El pueblo
Apocalipsis y redención
La geopolítica del papa
Viva la pobreza
Notas
Conclusiones
Índice onomástico
Отрывок из книги
LORIS ZANATTA
EL POPULISMO JESUITA
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¿Y el enemigo? ¿El demonio tentador? ¿El dinero, el vicio? Para salvar almas y cuerpos, para extirpar la hierba mala del egoísmo y nivelar las condiciones de cada uno, los misioneros prohibieron la propiedad privada, madre de todo pecado: abolida la concupiscencia, borrada la competencia para destacarse, las almas puras de los guaraníes podían volar ligeras al Reino de los cielos. Moneda y comercio privado fueron limitados, trabajo y vivienda comunitarias incentivados: comunismo evangélico.
Cualquiera sea el juicio sobre las misiones, son obvias progenitoras de los “populismos jesuitas”. No sólo anticiparon sus trazos, sino también los efectos. Aquello que los jesuitas más apreciaban en los guaraníes era “el espíritu de imitación”. Disciplina y obediencia eran las virtudes más cultivadas; independencia e innovación las más desalentadas; “el árbol del conocimiento no podía crecer en el paraíso jesuítico”.6 Faltó así el estímulo para producir, crear, mejorar; tales pulsiones eran pecados de egoísmo que ensuciaban las almas a los ojos de los religiosos y de Dios. Fagocitado por la comunidad, a la que se le demandaba su sustento, el individuo no tenía ningún estímulo para el trabajo. Al conocer las misiones, los españoles se persuadieron que los guaraníes fueran “tan serenos frente a la muerte porque la vida nunca les había ofrecido ningún cambio”; la “perfección” del Reino no contemplaba el progreso. ¿La pobreza preservaba la virtud? ¿Salvaba a las almas del vicio? Viva la santa pobreza, advertían los jesuitas.7
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