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Luis Andrade Ciudad es Profesor Asociado de Lingüística del Departamento de Humanidades de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Es autor de Aguas turbias, aguas cristalitas: El mundo de los sueños en los Andes surcentrales (Lima, 2005) y Las lenguas del Perú (con J. I. Pérez, Lima, 2009).
Dirigida por Marco Curatola Petrocchi
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Para defender el estatuto del aimara como lengua oficial de los incas hasta el gobierno de Pachacútec, Cerrón-Palomino analiza, en primer lugar, la toponimia de los Andes sureños, y se detiene sobre todo en la denominación de la propia ciudad del Cuzco y en el nombre de Ollantaitambo, uno de los principales sitios incaicos, ubicado en el Valle Sagrado, en la actual provincia de Urubamba. Para , luego de recoger una narración reportada por el cronista Pedro Sarmiento de Gamboa sobre la fundación mítica de la Ciudad Imperial y contrastarla tanto con evidencia dialectal actual sobre variedades aimaras y quechuas periféricas como con la iconografía mítico-religiosa incaica, el autor propone el significado de ‘variedad de halcón’. Para , luego de separar el núcleo quechua ‘mesón’ o ‘granero’ del modificador , Cerrón-Palomino logra identificar los componentes aimaras de este último, aislando ulla– ‘mirar’, el sufijo direccional –nta– ‘hacia adentro’ y el localizador –wi (Ulla-nta-wi). Así, se deduce el significado de ‘mirador’ o ‘atalaya’ para un topónimo enteramente aimara, glosa que se aviene bien con la ubicación geográfica de la escarpada ciudadela incaica, cuyos restos arqueológicos, marcados por impresionantes andenes de piedra, se pueden recorrer hasta hoy. El componente Ollantay se relaciona con otros topónimos cuzqueños de importancia ritual, como los nombres de los nevados sagrados Lasuntay y Salcantay, que ahora se pueden interpretar, de manera muy directa, como palabras estructuradas desde la morfología aimara, pero con raíces quechuas: respectivamente, rasu– ‘nevado’ y sallqa– ‘puna’, con lo que tenemos las glosas ‘[lugar de] acceso a la puna’ y ‘[lugar de] acceso a las nieves’ (Cerrón-Palomino, 2013, pp. 207-211).
A la toponimia como evidencia de la cobertura aimara preincaica del territorio cuzqueño se suman las fuentes documentales, que incluyen las «Relaciones geográficas» del siglo XVI; la Doctrina Christiana, preparada por el Tercer Concilio Limense; y la Nueva Coronica, de Guaman Poma, fuentes que corroboran la presencia del aimara como antigua «lengua general» desde el antiguo «Guamanga» (hoy Ayacucho) hasta Chile y Tucumán, pero ya en competencia con el quechua chinchaisuyo diseminado desde la costa central del Perú (Cerrón-Palomino, 2013, pp. 211-213). Más ilustrativo que estas evidencias resulta el análisis de una canción triunfal de guerra que mandó componer el propio inca Pachacútec con el objetivo de celebrar su triunfo sobre los soras, un antiguo grupo étnico asentado en parte del actual territorio ayacuchano. El hecho de que la Suma y narración de los incas, de Juan de Betanzos (1987 [1551]), incluya el texto completo del cantar, le permite a Cerrón-Palomino emprender un análisis propiamente lingüístico, que evidencia impronta aimara tanto en el léxico como en la gramática de este himno oficial incaico7. Así, el cantar es considerado por el autor como «la prueba decisiva del carácter oficial de que disfrutaba el aimara» antes de la selección del quechua como «lengua general» en las postrimerías del Imperio incaico (Cerrón-Palomino, 2013, p. 214). La particular integración de datos onomásticos, documentales, léxicos y gramaticales que ha permitido solucionar este problema sociohistórico es una buena muestra de los recursos de que dispone la lingüística andina pese al exiguo corpus de documentos históricos escritos en quechua y aimara con que cuenta.
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