Cartas a un joven investigador
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Manel Esteller. Cartas a un joven investigador
INTRODUCCIÓN
EPÍLOGO
Отрывок из книги
Hace más de treinta años que entré por primera vez en un laboratorio para investigar. Todavía estaba cursando la carrera de medicina y mi tarea como becario colaborador consistía en ayudar a los que estaban realizando su tesis doctoral. Aunque en mi casa ya había hecho mis pequeños experimentos, el hecho de ponerme la bata blanca y empezar a ver las proteínas fue como una revelación. De ahí pasé a realizar mi propio trabajo predoctoral y la investigación postdoctoral, fui jefe de laboratorio y director de departamento, y ahora soy director de un centro de investigación. Aventuras científicas desarrolladas en universidades, hospitales e institutos de investigación. De Barcelona a Escocia, de Baltimore a Madrid, de Hospitalet de Llobregat a Badalona, con pinceladas en San Diego, Boston y Nueva York. Estudiando principalmente el cáncer, pero pegando mordiscos también al Alzheimer y las enfermedades raras como el síndrome de Rett. Experiencias múltiples que han llevado hasta este libro.
Estas páginas responden a las numerosas preguntas y dudas que durante este tiempo me han planteado muchas personas, principalmente jóvenes que querían dedicarse a la investigación o ya habían iniciado ese apasionante camino. He intentado contestarlas con la máxima sinceridad y agrupándolas por temas. Quizá más de un lector se reconozca en una de ellas o diga: «¡Pero si esto también me ha pasado a mí!». Es difícil encontrar soluciones mágicas para problemas complejos, pero espero que en las líneas de esta obra encuentren algunas respuestas. Y, sobre todo, deseo que compartan a través de su lectura mi pasión por la ciencia.
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Seguro que tu ilusión es efervescente por tu juventud, pero debes basarla también en unos cimientos fuertes. Muchas veces se presentan espejismos que nos hacen creer que hemos llegado al agua del oasis y solo es la seca arena del desierto la que toca nuestros ansiosos labios. Es cierto que ciertos modelos de éxito o modas pueden haber sido el primer catalizador para tu vocación científica, pero no debes anclarte en ellos. A veces nuestros ídolos con pies de barro caen y las tendencias que son ahora de rabiosa actualidad dejan de serlo al día siguiente. Tus ganas de ser un buen investigador deben ir más allá de estos motivos o alicientes, pero si fueron el primer motivo para despertar el gusanillo de la ciencia, bienvenidos sean. En mi caso recuerdo varias influencias tempranas: una biografía del doctor Fleming, el descubridor de la penicilina, y el libro Introducción a la ciencia de Isaac Asimov, que me recomendó un buen amigo. Aquella edición aún la guardo con cariño en mi despacho. A veces, si la tarde parece poco productiva, el teléfono no deja de sonar o el correo electrónico solo trae distracciones, la contemplo con cariño y vuelvo al trabajo. También recuerdo la influencia de la televisión —un aparato que en una generación como la mía nos hacía de niñera muchas veces—, especialmente de una serie norteamericana en la que una familia acomodada le pregunta a su hijo qué quiere por su cumpleaños y, en la escena siguiente, el joven acaricia emocionado unas cajas con instrumentos nuevos de cirugía. Quizás eso, algo tan banal, fue decisivo para que deseara ser médico. En tiempos más recientes, series policiacas con las nuevas tecnologías del ADN (como CSI) provocaron un aluvión de alumnos hacia carreras de análisis forense y criminalístico; del mismo modo que series sobre las aventuras en hospitales (como Urgencias u Hospital St. Eligius) causaron un incremento de las vocaciones en carreras asociadas a la medicina. Sean cuales fueren esos fogonazos que despertaron tu pasión, sean bienvenidos, pero recuerda que la investigación es una prueba atlética de largo recorrido y que deberás mantener viva esa ilusión en el tiempo y el espacio.
Quiero comentarte una última cosa en esta carta, si me lo permites. Todos conocemos ejemplos de deportistas que fueron estrellas brillantísimas a edades muy precoces y luego nunca más se supo de ellos. Recuerdos de futbolistas que parecían ser el nuevo Pelé o Messi me vienen ahora a la mente, y sus nombres, que ocuparon portadas en la prensa de ese ramo, ahora están casi borrados de nuestra memoria. A veces es mejor no saber qué ha sido de ellos. La industria artística, ya sea en cantantes o actores, también ha originado estas figuras deslumbrantes en edades infantiles y juveniles, y luego se las ha tragado la tierra. Muchos han acabado como juguetes rotos, solo repescados por mal llamados periodistas del género carroñero. He visto a jóvenes científicos, que fueron rutilantes en su momento, afectados por trayectorias muy parecidas a las descritas, aunque con una repercusión mediática mucho menor. Incluso compañeros cercanos, mucho más inteligentes que el pobre destinatario de tu carta, han desaparecido en el olvido de un trabajo gris y sin recompensa. En un momento u otro perdieron su ilusión, vencidos por las circunstancias. Así que persigue tus sueños, pero tampoco pienses que el camino te resultará fácil gracias a las que tú crees buenas cualidades. Incluso si el éxito te llega muy pronto, sé consciente de que ese solo es el principio del camino. Una golondrina no hace verano, pero un calor constante y acogedor te puede seguir reconfortando el resto de tu vida.
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