Todos los caminos llevan a Filipinas
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Manena Munar. Todos los caminos llevan a Filipinas
Índice
Agradecimientos
Presentación
Prólogo
Introducción
Isabel Zendal
CAPÍTULO I
María Dolores Pita Lisaraque - Maruxa Pita
María Luna
Teresa Barroso
Noelie Yameogo
Claire Goudy Henderson
CAPITULO II
Anna Balcells
Anna Oposa
Cherrie Atilano
Melissa Villa
CAPÍTULO III
Marilou Dillinger
Astrid Hocking
Carolina Unzeta
Aitziber Barrueta
Nuria Díez
CAPÍTULO IV
Valeria Cavestany
Marisa González
Len Cabili Filip + Inna
Martha Atienza
Isabel Sandoval
EPÍLOGO
Отрывок из книги
TODOS LOS CAMINOS LLEVAN A FILIPINAS
20 impulsoras de un proyecto solidario en Filipinas
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Me propuso al cabo de unos días una cita en casa de su madre en María de Molina. Teníamos que vernos. Ella me había dejado un plazo más que prudente para leer la versión anterior a la definitiva de este libro. Quería saber si iba a escribir la introducción. Fue justo antes de que se proclamara el estado de alarma, a principios de marzo, aprovechando que estaría en su casa, porque iría a visitarla. Su madre hacía la siesta cuando yo llegué. No, no la vi. Pero había varias fotografías de una mujer joven con su padre enmarcadas, que Manena me enseñó para ponerme en antecedentes señalando su belleza. El único ruido era el del viento que golpeaba unas cuerdas o unos cables contra la fachada de la casa de al lado. Me quedé mirando las ramas de los árboles moviéndose con fuerza como si fueran a partirse, aunque no se podía predecir cómo acabaría la tarde. Las cortinas no transparentaban lo que sucedía detrás y el cielo gris y triste empapaba los cristales. Me dijo si quería tomar algo. Empezamos a hablar sobre amigos y conocidos de Filipinas, que creíamos conocer ambas. Ella fue por primera vez en 1987 acompañando a su marido y padre de su hijo, porque había sido destinado allí como técnico comercial del Estado. Yo lo hice un poco antes y todavía puedo sentir el olor de los manglares y el de la pobreza que se dejaba ver entonces en el centro histórico de Manila. Esa primera vez fui con Luis Camós, y considero un privilegio el haber podido conocer Filipinas con alguien como él, el mejor anfitrión y el más generoso que he conocido en la vida. Luis estuvo viviendo más de seis meses al año durante veinte años en Filipinas. Era muy amigo de nuestros amigos y le pregunté varias veces a Manena si lo había conocido. Se habrían visto, habrían cenado juntos en la misma casa y debían haber frecuentado las mismas fiestas. Empezamos nombrando casi a la vez varios lugares comunes, donde no nos habíamos encontrado ni entonces ni después, pero ahora lo hacíamos ante esas ausencias que nos unían en alguna parte de lo que somos.
El pasado nunca se evoca en orden, sino aleatoriamente, y los hilos que unen las personas y las cosas en el tiempo y en el espacio se anudan y se enredan e incluso pueden romperse fácilmente. Eso hizo que se nos fueran ocurriendo cosas que asociábamos libremente unas con otras sin más intención que la de ponerlas en común. Las dos dijimos a la vez el nombre de Valeria Cavestany, una mujer de libro de cuentos, filipina adoptiva, que nunca acabas de conocer y durante mucho tiempo viajera por el mundo con casa en Barcelona, pero atada a sus islas. Hice con ella un proyecto expositivo en 2009, en Casa Asia, que coincidimos en llamar Archipiélagos de la memoria. Trataba de la identidad filipina y su progresiva criollización en el transcurso de su historia colonial y postcolonial, siempre asediada por las diásporas y migraciones de diferente índole que se han sucedido en el tiempo. Es una gran amiga mía, me dijo de inmediato Manena, está en el libro, como puedes imaginar. Y yo seguí, contando con su aprobación rescatando los relatos que cada nombre sembraba. El siguiente fue Ramón Balaguer cuyo padre era primo de mi madre, y a continuación su mujer, Ditos Lobregat, que acabó siendo Cónsul honoraria de España en Zamboanga, y era espléndida en todos los sentidos. Luis Camós fue un gran amigo suyo. Ella le hacía confidencias; él la acompañaba en algunos de sus viajes por los pueblos más remotos del archipiélago en busca de artesanos que sabían hacer cosas que nadie sabía hacer en otro lugar. Ditos falleció no obstante de un cáncer que no consiguió vencer. De sus cuatro hijos, Nuki y Clara Balaguer, son las que más he tratado por motivos bien distintos, pero Nuki ha vuelto a Filipinas para quedarse, y Clara parece que se ha instalado en Holanda. Nuki heredó la estrecha amistad que mantenían Luis y su madre, y la relación entre ella, su padre y Luis continúa como si no existieran las distancias físicas.
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