Meditaciones
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Marco Aurelio. Meditaciones
INTRODUCCIÓN
I
II
III
IV
BIBLIOGRAFÍA. A) Ediciones del texto
B) Traducciones españolas
C) Biografías de Marco Aurelio
D) Obras de consulta sobre el pensamiento estoico
Отрывок из книги
BIBLIOTECA CLÁSICA GREDOS, 5
Este libro no es un manual de sabiduría en píldoras. Es, más bien, una serie de notas, más un breviario que un diario, puesto que no hay fechas en esas páginas; unas notas para avivar recuerdos —como los del libro primero— y, una y otra vez, para recordarse a sí mismo las normas para vivir con dignidad y de acuerdo con la austera doctrina ética y los principios filosóficos del estoicismo. Esa mezcla de evocaciones de seres queridos, de exhortaciones a una vida sin tacha, ese juego de agudos aforismos y de observaciones puntuales propias hace de las prosas de Marco Aurelio un texto sin paralelo en la literatura clásica. Apuntes escritos en griego, la lengua de los grandes filósofos, no en el latín cotidiano de la corte imperial y del campamento militar, lo que supone una cierta reflexión previa al utilizar ese léxico griego, cargado de sugerencias y referencias a otros textos. También con citas intercaladas muy a propósito. Más allá de la púrpura imperial el viejo emperador gustaba de evocar a Platón o incluso a Epicuro. Tal vez pensar, como ha escrito algún poeta moderno, que «los clásicos nos sirven de consuelo, aunque no del todo».
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El tono de los apuntes filosóficos es severo y un tanto adusto, acorde con los temas tratados, con esas consignas de resignación ante los reveses del azar y las injusticias humanas, y la meditación frecuente de la muerte irremediable. Sobre ese trasfondo gris destacan los símiles, de una plástica vivacidad. Alguna vez, tras ellos, se adivina la referencia personal. Tal es el caso cuando (en X 10) compara al vencedor de los sármatas a la araña que captura moscas. (El Emperador había recibido el título de Sarmaticus en 175, como homenaje a la victoria tras una larga campaña.) Otras veces son símiles más generales: el hombre que se resiste a su destino es como el cochinillo que da chillidos mientras le llevan al sacrificio (X 28), el sabio es la roca que resiste incólume los embates de las olas (IV 49), la piedra preciosa a la que nadie puede impedir serlo (IV 20), la virtud es llama que brilla hasta extinguirse (XII 15), la muerte debe ser acogida con agradecimiento, como la madurez de la aceituna que cae gozosa de la rama (IV 48). Todas estas imágenes intentan conciliar el pesar de la existencia humana al reintegrarlo en una imagen de la naturaleza, regida por un ritmo eterno. Son hermosas y apaciguadoras, como los símiles del viejo Homero, al intercalarse como pausas entre pasajes que recuerdan la lucha y el desánimo. Intentan desvanecer el aspecto irrepetible que la vida individual presenta. El hombre no muere de modo tan sencillo como las aceitunas, porque no se repite como ellas; y el combate del sabio contra los infortunios es más sensible y doliente que el del peñasco contra las tempestades. Marco Aurelio intenta combatir con esos pensamientos consoladores a su enemigo: el tiempo, tenaz aliado de la muerte, y a la historia.
Las Meditaciones no son un diario, ni siquiera la dramática «historia de un alma» (M. Dolç), en el sentido de que en ellas no hay referencias al momento en que fueron escritas. (A no ser de modo indirecto, por ejemplo, las localizaciones de los libros II y III, o la referencia a la guerra contra los sármatas en el pasaje aludido hace poco.) No hay en ellas ni fechas ni paisaje. Nos habría gustado a los modernos saber a qué se refieren este o aquel párrafo de disgusto o de admiración, y en qué momento de la noche o ante qué frío paraje danubiano se había escrito tal o cual meditación. Pero, en su desprecio por lo corporal y mundano, Marco Aurelio sólo anota lo esencial: el razonamiento desnudo de lo accesorio y la incitación moral.
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