Mientras el cielo esté vacío
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Marta Cecilia Vélez Saldarriaga. Mientras el cielo esté vacío
Presentación
Nota de la editora
OBERTURA
CAPÍTULO 1. SOBRE LAS HUELLAS DEL ODIO
CAPÍTULO 2. EN NINGUNA PARTE EN LA TIERRA
CAPÍTULO 3. EN LOS LÍMITES
CAPÍTULO 4. EL PESO CON EL QUE CAE UN HOMBRE
CAPÍTULO 5. CASI EL OLVIDO
CAPÍTULO 6. LA PARED DE LA INFAMIA
CAPÍTULO 7. LA CIUDAD
CAPÍTULO 8. EN EL CORAZÓN DE LOS EXCLUIDOS
CAPÍTULO 9. LOS DESAPARECIDOS ESTÁN MUERTOS
CAPÍTULO 9A. DEL CUADERNO DE ELENA
CAPÍTULO 10. EL LLANTO QUE ARRASTRA EL RÍO
CAPÍTULO 11. LA MEMORIA FEBRIL
CAPÍTULO 11A. DEL CUADERNO DE ELENA
CAPÍTULO 12. TODO DESECHO, TODO DESTRUIDO
CAPÍTULO 12A. DEL CUADERNO DE ELENA
CAPÍTULO 13. SI NADA CONMUEVE A LOS DIOSES
CAPÍTULO 13A. DEL CUADERNO DE ELENA
Contenido
Отрывок из книги
Mientras el cielo esté vacío es la senda que construyó Marta Vélez caminando sobre las huellas de los trashumantes, por los posibles lugares de una geografía interminable, intercambiable, compuesta de pasos, errancias, pérdidas, caminos, barcos y barqueros, búsquedas y empatía. Recorre distancias, el camino, el movimiento impetuoso, un flujo eternamente cambiante y transformador que constituye una de las características esenciales de la existencia, y de la vida de Marta en particular. Indaga en las señas, en los rostros, en las huellas, en los rastros, en los contornos, en los matices, en las actitudes, en busca, no de la verdad, sino de la comprensión del propio sentido de nuestro estar en el mundo y de tener consciencia del otro, saber y reconocer su presencia.
Repite y reitera los pasos sobre los pasos, pues en la repetición hay siempre algo incomprendido, algo no resuelto, algo que presiona para recobrar el sentido en una búsqueda eterna en este territorio en donde se quebraron los sueños. En donde se ha convertido a los seres humanos en cosas, en objetos prescindibles, fácilmente sustituibles y reemplazables.
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Recogieron sus cosas y se subieron a los camiones. Nadie estaba seguro de que el alcalde hubiera concertado la cita. Apeñuscados, arriados como animales, tratados como indeseables, salieron del pueblo. Tenían miedo, sabían que posiblemente iban hacia una trampa ineludible: si no los asesinaban los militares que los conducían, podrían ser víctimas de sus cómplices, los paramilitares, y si estos los dejaban vivir, entonces serían atacados por la guerrilla, acusados de ser colaboradores. La situación era tan paradójica que posiblemente los mismos que los escoltaban, habían participado en las masacres de los pueblos de Los Montes de María.
Mientras el paisaje trasmitía una armonía extraña, casi mágica, ellos llevaban el duelo y la congoja en su corazón, cobijados por la sospecha en aquel convoy que los conducía. Sorpresivamente, en medio de la carretera desierta, los camiones se detuvieron y los militares los obligaron a bajarse en medio de insultos y malos tratos.
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