Nunca nunca nunca quisiera volver a casa
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Martín Villagarcía. Nunca nunca nunca quisiera volver a casa
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Отрывок из книги
Nunca nunca nunca quisiera volver a casa
Martín Villagarcía
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Por la tarde quedo en encontrarme con un ruso con el que vengo hablando desde que llegué. Tiene mi edad. En las fotos parece lindo, aunque la mayoría son del culo y no se le ve bien la cara. Se distingue que es rubio y grandote. Tomo el metro y llego en unos pocos minutos. Vive en pleno Chueca. En persona no me resulta muy atractivo. Hay algo en la cara que no me gusta, pero ya estoy ahí. Me invita a pasar y nos sentamos en su sillón a charlar mientras escuchamos Fangoria y La Prohibida. En el living no hay la más mínima decoración. Solo una mesa con la computadora. No puedo evitarlo y le pregunto por la situación de la población LGBT en Rusia, teniendo en cuenta que las noticias siempre son terribles. Para mi sorpresa, se molesta conmigo. Ahí me doy cuenta de que lo que no me gusta de su cara es la expresión de disgusto permanente. Dice que ya abandonó Rusia hace mucho tiempo, que es parte de su pasado y afirma que él ya se siente español. Me resulta curioso el tema de las nacionalidades y las pertenencias a un colectivo. Me cuesta sentirme parte de algo porque siempre me sentí rechazado. Para evitar que se siga enojando, le mando mano adentro del pantalón y le empiezo a acariciar el culo. Funciona. Se tranquiliza y le cambia la cara. En silencio, acerca su boca a la mía para besarnos. Me encantan sus besos siberianos. Le bajo el pantalón y descubro que tiene puesto un suspensor azul eléctrico. Alto contraste con su piel de porcelana. Es totalmente lampiño. Me encanta acariciarlo. Despacio se va acomodando sobre el sillón y se pone en cuatro. Un culo así de lindo es una invitación a chuparlo imposible de rechazar. Tras unos lengüetazos, ya tiene el ojete bien húmedo y dilatado. Ayudado por mi propia saliva, le voy metiendo los dedos de a uno hasta comprobar que está listo. Su culo no ofrece ninguna resistencia. Mientras tanto, me voy sacando la ropa y reemplazo la lengua por mi pija. Sin hacer esfuerzo, se desliza directamente hacia dentro. La sensación es hermosa. Gime en voz baja y balbucea unas palabras en ruso para las que no me hace falta traducción. Voy acelerando el movimiento, cada vez más duro, más fuerte y más adentro hasta que acaba. La contracción de su culo en la pija me hace acabar a mí también. Nos limpiamos y antes de irme me explica cómo descargar el mapa de Madrid al Google Maps para poder usarlo en la calle sin conexión. Camino de regreso y paseo por Chueca. Me encantan las calles, los bares, la gente. Me encanta viajar. Me encanta estar en otro lado. Quiero que este momento sea para siempre.
A la noche, después de la cena, me escribe otro chico que anda por el barrio y me invita a dar una vuelta y fumar porro. Cuando lo encuentro me da un beso en la boca de una. Apesta a tabaco. Por el acento descubro enseguida que no es español. Es argentino, de Río Gallegos. Tiene veinte años, es alto y delgado, sin vello facial, y dice que estudió Psicología en Córdoba. No tengo ganas de estar con argentinos. No me gusta la boina que tiene puesta ni tampoco sus pantalones oxford de corderoy. Nos sentamos un rato en la plaza del Museo Reina Sofía y empiezo a pensar en excusas para irme. Es pasada la medianoche y ya no anda mucha gente por la calle. No tengo nada de sueño. Nos paramos y me lleva a un recoveco cerca del ascensor que sube por afuera del museo y me chupa la pija. Lo mejor que puedo hacer para irme es acabar rápido, así que uso mi imaginación para estimularme y le lleno la boca de leche.
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