Campo Cerrado
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Max Aub. Campo Cerrado
MAX AUB. OBRAS COMPLETAS
PALABRAS PRELIMINARES
ESTUDIO INTRODUCTORIO. Campo cerrado, por Ignacio Soldevila Durante. 1. Las circunstancias de producción de Campo cerrado y la génesis de El laberinto mágico
2. Temas y desarrollo narrativo de Campo cerrado
3. Campo cerrado, ¿novela histórica?
4. La cuestión de la objetividad
5. El papel social del escritor. Intelectuales, lectores y obreros
6. La técnica novelesca en Campo cerrado
7. El lenguaje en Campo cerrado
Nota a la edición
CAMPO CERRADO. A JOSÉ MARÍA QUIROGA PLA. TRES NOTASa. I
II
III
PRIMERA PARTE. 1. Viver de las Aguas55
2. Castellón de la Plana
3. Barcelona
SEGUNDA PARTE. 1. El Paralelo168
2. El «Oro del Rhin»
3. Prat de Llobregat
TERCERA PARTE
1. Vela y madrugada
2. Mañana y mediodía
3. Siesta y atardecer
1. Noche
2. Muerte
APARATO CRÍTICO
Prólogo
I, 1
I, 2
I, 3
II, 1
II, 2
II, 3
III, 1
III, 2
III, 3
COLMO
NOTAS
LISTADO DE PERSONAJES HISTÓRICOS. Campo cerrado / Campo abierto
Glosario de voces escogidas
BIBLIOGRAFÍA SELECTA
Otras ediciones
Traducciones
Отрывок из книги
Si cuando Max Aub salió por la frontera de Port Bou, aquel febrero de un trágico 1939, era el autor de un librito de poemas, dos novelas cortas y una no mucho más larga, un drama y no llegaba a una decena de piezas teatrales breves, cuando regresó a España en 1969 traía consigo cinco libros de poemas, el gran fresco narrativo de El laberinto mágico (seis novelas), tres novelas de gran relevancia específica (Las buenas intenciones, Jusep Torres Campalans y La calle de Valverde), la refundición de su primera novela (Luis Álvarez Petreña), una muy larga serie de relatos y cuentos, publicados en múltiples recopilaciones parciales, ocho dramas mayores y un buen puñado de obras breves, dos revistas unipersonales, media docena de ensayos, diversas antologías y obras de circunstancias y hasta un juego de cartas. No cuento la obra que todavía faltaba por publicar ni la que tenía inédita, de una importancia decisiva si nos referimos a sus Diarios.
Era una summa de la que ninguna literatura moderna podría permitirse prescindir, ni por su cantidad, ni por su calidad, ni por su diversidad. A la deuda de reconocimiento se añadía así la necesidad perentoria de su normalización entre nosotros. Afortunadamente las cosas cambiaron considerablemente en los últimos veinte y tantos años. Con la ayuda y la disponibilidad de la familia, y muy especialmente de Elena Aub, y de su hija Teresa, en Segorbe –y muy especialmente gracias al papel desempeñado por Miguel Ángel González– comenzó a trabajarse para reunir los papeles de Max, a lo que contribuyó decisivamente la Diputación de Valencia, gracias al empeño personal de su presidente, Manuel Tarancón, quien adquirió el archivo del escritor y lo puso a disposición de los investigadores. En diciembre de 1993 la Universidad de Valencia le otorgaba a título póstumo la medalla de oro y se celebraba en Valencia el primer Congreso Internacional «Max Aub y el laberinto español», que congregó por primera vez a un extenso elenco de estudiosos procedentes de muy diversas geografías y acotó para nuestro escritor una parcela del hispanismo internacional. Al año siguiente, Antonio Muñoz Molina convirtió su discurso de incorporación a la Real Academia de la Lengua Española en un homenaje a Max Aub, «Destierro y destiempo de Max Aub». En Salerno, en el 94, hubo una reunión de hispanistas –convocados por Rosa M.a Grillo– para tratar de las ficciones y supercherías literarias de Max; en el 97, en El Escorial, la universidad de verano de la Complutense le dedicó un curso dirigido por Ignacio Soldevila y Dolores Fernández y titulado «Max Aub: veinticinco años después»; también por estos años se celebraron sucesivamente, y en diversas ciudades, los congresos dedicados al exilio español, animados desde Barcelona por Manuel Aznar y el grupo Gexel, en los que abundaron las aportaciones sobre Max, su entorno y su obra. Se abrió entonces todo un espacio de reconocimiento a la obra de Max Aub en el hispanismo internacional, que vino a ocupar congresos como los del primer centenario, en 1903, en México, en París, en Valencia…
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En otros lugares hemos entrado en la discusión sobre la incompatibilidad entre novela –cuyo fundamento básico sería la ficcionalidad– e historiografía, que aspira a dar cuenta de la verdad histórica, a ser un correlato de «realidad objetiva verificable».27 Y llegábamos a la conclusión de que, al menos hasta el presente, todos los intentos de hacer Historia en forma de discurso narrativo, a la rigurosa luz de la epistemología, no resisten el examen de la supuesta cientificidad de su discurso. La distancia, pues, entre el discurso historiográfico, que no puede aspirar más que a presentar esbozos de explicación, y la novela histórica, cuya pretensión puede no pasar de lo estrictamente testimonial, aunque siempre apunten los intentos explicativos, se reduce a un mínimo que anula la supuesta incompatibilidad entre uno y otro discurso.28 Por la misma ocasión hemos intentado incluso una tipología de la novela histórica, partiendo de la teoría de los modelos de mundo, y proponiendo cuatro tipos de novela histórica. De los cuatro, la obra de Aub se acercaría más al segundo, es decir, un tipo de obra narrativa en el que la referencialidad apunta predominantemente a un modelo de mundo real y verificable, y, como apoyatura, a un modelo de mundo imaginario pero construido únicamente con efectos de realidad o, dicho más tradicionalmente, de manera que suscite en el lector una incondicionada impresión de verosimilitud, y que se produzca de tal manera que, en la lectura del texto, no se puedan apreciar las soldaduras entre los elementos –personas y hechos– que un historiador admitiría como de acuerdo con la verdad, y aquellos otros en que la imaginación del autor ha intervenido, y que solo el historiador profesional sería capaz de detectar como no histórico. La posibilidad de que la soldadura entre lo estrictamente verificable y lo parcialmente o enteramente imaginado fuese percibida por el lector se la planteó el propio Max Aub, como queda constancia en las llamadas páginas azules de Campo de los almendros. Y apostó, razonablemente, por que esas soldaduras, evidentes no solo para los historiadores sino para sus compañeros de generación y sus contemporáneos, se fueran difuminando con el tiempo, como ha venido sucediendo en las sucesivas generaciones de lectores de novelas históricas como La guerra y la paz de Tolstoi.
En suma, de que sea legítimo considerar Campo cerrado como novela histórica, no nos cabe la menor duda. Hasta el extremo –que hemos señalado en una de nuestras notas al texto– de que alguna secuencia de la obra ha sido utilizada por el propio Tuñón de Lara en una obra de carácter estrictamente histórico.29
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