Esther, una mujer chilena
Реклама. ООО «ЛитРес», ИНН: 7719571260.
Оглавление
Michel Bonnefoy. Esther, una mujer chilena
Índice
Отрывок из книги
Fuera de ese episodio desagradable, el almuerzo fue muy lindo, muy emotivo. Hubo abrazos, por supuesto: con la mayoría no nos veíamos hace décadas; hubo brindis, discursos, lágrimas, los comentarios de rigor sobre el paso de los años y las marcas «imperceptibles» en cada uno, no has cambiado nada, eres la misma muchacha alegre de antes y tú el mismo mateo impertinente, hubo miradas contemplativas, nostálgicas, llenas de recuerdos; hubo homenajes a los ausentes. Fue un reencuentro memorable y necesario. No se cumplen todos los días sesenta años de graduados. Justo sesenta años, porque somos la promoción del 50. No conozco la cifra exacta, pero fuimos cerca del centenar los médicos que nos graduamos ese año en la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile. ¡Con qué orgullo lo digo!
Por ese motivo fue tan importante para mí, y supongo que para todos, ese almuerzo de ayer en el «Chez Henry» de la Plaza de Armas, donde más de uno bailó en esos años cuarenta. Quería sentarme con todos, hablar con todos, mostrarles a todos las fotos de mis nietos, preguntarle a cada uno sobre sus vidas. Había siete mesas y el desorden era total. Parecíamos niños cambiando de puestos para estar cerca de los más amigos, los que nos observábamos de lejos con lágrimas de emoción. Fue como zambullirse en una piscina de cariño, mucho cariño. Tantas anécdotas para rememorar, tantas experiencias en el recorrido profesional de cada uno de nosotros; unos más clínicos, otros en salud pública, revalidación del título en el exilio, cárcel durante la dictadura para algunos. Pero si tuviera que resumir en tres palabras la sensación que predominó la tarde de ayer, diría que ese almuerzo estuvo imbuido por un sentimiento de satisfacción por el camino recorrido.
.....
Así eran mis dos amigas del liceo. Todavía no eran tiempos de feminismo, así que no enfrentábamos a los hombres desde una posición política, exigiendo igualdad de género o la abolición de las leyes y comportamientos discriminatorios, pero no nos dejábamos pisotear. En los años cuarenta no se podía denunciar a un profesor por acoso sexual, pero se le podía exigir respeto. Había pocos hombres que no consideraban a las mujeres como seres inferiores, pero los había, y había suficientes para que encontrásemos de quién enamorarnos… porque aún más difícil era enamorarse de otra mujer.
Una estudió Leyes y la otra Pedagogía en Ciencias Naturales. Ambas viven aún, setenta años después del inicio de esa amistad. Las tres somos abuelas y seguimos considerando que sin la emancipación de la mujer, Chile nunca dejará de ser un pueblo feudal. Hoy nos cuesta reunirnos porque necesitamos que un hijo o un nieto nos traslade, pero hablamos por celular. Ni a Alicia ni a María Eugenia les gustaba mi amistad con Kugler. «Se cree alemán», decía Alicia. «Pero si es alemán», lo defendía yo. «Peor aún», sentenciaba María Eugenia, y las tres nos reíamos como las tres colegialas que habíamos sido.
.....