En viaje (1881-1882)
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Miguel Cane. En viaje (1881-1882)
MIGUEL CANÉ
JUICIO CRÍTICO DE ERNESTO QUESADA
DOS PALABRAS
INTRODUCCIÓN
CAPITULO I. De Buenos Aires a Burdeos
CAPITULO II. En París
CAPITULO III. Quince días en Londres
CAPITULO IV. Las Antillas francesas
CAPITULO V. En Venezuela
CAPITULO VI. En el mar Caribe
CAPITULO VII. El río Magdalena
CAPITULO VIII. Cuadros de viaje
CAPITULO IX. Cuadros de un viaje (continuación)
CAPITULO X. La noche de Consuelo
CAPITULO XI. Las últimas jornadas
CAPITULO XII. Una ojeada sobre Colombia
CAPITULO XIII. Bogotá
CAPITULO XIV. La sociedad
CAPITULO XV. El Salto de Tequendama
CAPITULO XVI. La inteligencia
CAPITULO XVII. El regreso
CAPITULO XVIII. Aguas abajo. – Colón
CAPITULO XIX. El Canal de Panamá
CAPITULO XX. En Nueva York
CAPITULO XXI. En el Niágara
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Tarde parece para hablar del libro del Sr. Miguel Cané, resultado de su excursión a Colombia y Venezuela en el carácter de Ministro Residente de la República Argentina. Hoy el autor se encuentra en Viena, de Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario de nuestro país cerca del gobierno austro-húngaro. Habrá quizás extrañado que la Nueva Revista de Buenos Aires haya guardado silencio sobre su último libro, tanto más cuanto que – ¡rara casualidad! – a pesar de ser el señor Cané conocidísimo entre nosotros, jamás lo ha sido, puede decirse, sino de vista por el que esto escribe. Y eso que siempre ha tenido los mayores deseos de tratarle personalmente, por las simpatías ardientes que su carácter, sus prendas y – sobre todo – sus escritos me merecían. De ahí, pues, que estuviera obligado a hablar de este libro. Digo esto para demostrar que la demora en hacerlo ha sido del todo ajena a mis deseos. El señor Cané, periodista de raza, sabe, por experiencia, cuán absorbente es el periodismo, máxime cuando es preciso hacerlo todo personalmente, como sucede en empresas, del género de la Nueva Revista.
Había leído el espiritual artículo que sobre este mismo libro publicó en El Diario, tiempo ha, M. Groussac – otro escritor a quien todavía no me ha sido dado tratar. El sabor francés disfrazado de chispa castellana, me encantó en ese artículo, en el cual se decían al señor Cané verdades de a puño, terminando a la postre con un merecido elogio. Posteriormente, y en el mismo diario, publicose una carta del criticado autor, en la que se defendía con gracia infinita, y con finísimo desparpajo reproducía el bíblico precepto del «ojo por ojo, diente por diente».
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He asistido a sesiones agitadísimas, a la del incidente Cassagnac-Goblet, a la de la interpelación Brame, y a la de la interpelación Lockroy, que tanto conmovió a París en mayo del 79. Tiempo hace de esto, pero mis recuerdos son tan frescos que podrían describir aquellos debates como si recién los presenciara.
He oído, o más bien dicho: visto, oradores que no pudieron hacerse escuchar y que bajaron de la tribuna entre los silbidos de los contrarios y las protestas de los amigos; otros, como el bonapartista Brame, en su fogosa interpelación contra el Ministro del Interior, M. Lepère, dominaban el tumulto; M. Lepère en la tribuna, estuvo un cuarto de hora sin poder imponer silencio, en medio de una desordenada vociferación de la derecha, y de los aplausos y aprobación de la izquierda, hasta que, haciendo un esfuerzo poderoso, gritando como un energúmeno, acalló momentáneamente el tumulto, para apostrofar a la derecha, diciendo: «vociferad, gritad, puesto que las interpelaciones no son para vosotros sino pretexto de ruidos y exclamaciones. No bajaré de la tribuna hasta la que os calléis!..»
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