Historia de la leche
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Mónica Ojeda. Historia de la leche
Mónica Ojeda
Índice
PRÓLOGO. LA REALIZACIÓN DE UN DESEO ES LA MUERTE
HISTORIA DE LA LECHE
I. ESTUDIO INICIAL DE LA SANGRE +
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II. MATÉ A MI HERMANA MABEL
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III. EL LIBRO DE LOS ABISMOS
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IV. MAMÁ CÓLERA
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P e r s e c u c i ó n
V. BOTÁNICA DE QUINCEY
E p i t a f i o sa l u c i n a d o s +
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VI. EPÍLOGO. T e o r í ad el al e c h e. 1
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Отрывок из книги
Mónica Ojeda (Guayaquil, Ecuador, 1988). Máster en Creación Literaria y en Teoría y Crítica de la Cultura, dio clases de Literatura en la Universidad Católica de Santiago de Guayaquil. Actualmente vive en Madrid donde cursa un Doctorado en Humanidades sobre literatura pornoerótica.
Ha publicado las novelas Nefando (Candaya, 2016) que tuvo una espectacular recepción crítica y La desfiguración Silva (Premio Alba Narrativa 2014). En 2017 publicó el relato Caninos y otros de sus cuentos fue antalogado en Emergencias. Doce cuentos iberoamericanos (Candaya, 2013). Con El ciclo de las piedras, su primer libro de poemas, obtuvo el Premio Nacional de Poesia Desembarco 2015.
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Lo que está puesto en juego es el deseo y, por tanto, la pérdida. El padre aparece fugazmente, en el poema más poderoso del volumen, rompiendo la impenetrable maraña femenina con su atroz dibujo de la herida: “Papá, tú querías un hijo y / en cambio / te nació esta cabeza”. Habilita y propicia el vacío fundamental, como el Dios del Antiguo Testamento, espetando a su hija el ser lo que él quisiera que no fuera: impugnando lo involuntario de un cuerpo, la ausencia que boquea desde el lugar inaudito del sexo. Así de inocente era Caín de su pecado de no ser Abel. Ser una cabeza y no un hijo desencadena el crimen pero la asesina se rehúsa al destierro, invalida la expulsión, persiste, olvidando al padre, en el mono-diálogo consigo misma, con la hermana muerta y con la madre devenida presencia absoluta: “Madre, me has abandonado, / pero hiciste bien: / yo maté a tu bebé”.
Se perfila así una ambigua geografía del deseo cuando este se deja ver como desprendido de un oscuro fondo primigenio. El deseo también mata, igual que el amor y, sobre todo, nos dice la voz de Historia de la leche, no tiene nada que ver con el sujeto: como involuntario es el sexo con el que nacemos lo es el misterio del deseo, el nuestro y el ajeno. Así, no se puede tampoco culpar al padre por haber querido un hijo, ni a Dios por haber preferido a Abel ni, finalmente, a la asesina por haber dado muerte a su hermana solo para alojarla en los propios huesos, solo para responder a lo que, en ella, no es ella, no responde a voluntad ni moral, no responde a nada que no sea esa tierna, intolerable imagen de la muerte que desea ver realizada: “Arrastro tu muerte del pelo y le doy de comer la culpa que me pesa / Arrastro tu muerte con la orfandad que me dejó el fratricidio, / pero, Mabel / yo tenía que morirte para conocer el sentido de la justicia”.
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