Apuntes de una época feroz
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Después de su exilio y tras once años sin ejercer el periodismo, Mónica González volvió a sentarse ante una máquina de escribir para publicar el reportaje «La mansión de Lo Curro». Su regreso fue una declaración de principios: a la urgencia de denunciar las violaciones a los derechos humanos se sumaba la audacia de mostrar la corrupción al interior de la familia Pinochet.
Este libro es el reflejo de una voluntad incansable por encontrar la verdad en un contexto en que hacer periodismo podía significar la cárcel, cuando no la muerte. La propia Mónica González recibió múltiples amenazas y su auto explotó después de publicar una investigación sobre los bienes de Pinochet.
Como en el coro de las tragedias griegas, aquí escuchamos las voces de Gladys Marín, Sola Sierra, Raúl Pellegrin, Carmen Gloria Quintana, Isabel Allende, Patricio Aylwin, Mónica Madariaga, Gustavo Leigh y Arturo Fontaine Aldunate, entre muchas otras. Además, está la entrevista al primer agente que confesó cómo se torturaba y hacía desaparecer en Chile; el relato de la Flaca Alejandra, que pasó del MIR a la DINA, entregando a muchos compañeros; la historia del impresionante enriquecimiento de Julio Ponce Lerou, el yerno de Pinochet y controlador de Soquimich.
Recorrer las páginas de este volumen es adentrarse en una época feroz. Mónica González transmite el miedo y la violencia que se respiraba en las calles, logra develar los niveles de descomponsición que alcanzaron nuestras instituciones y demuestra que el mejor periodismo no está supeditado a la actualidad. Muy por el contrario, adquiere categoría de documento histórico.
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Juan Cristóbal Peña
Cuando la conocí, hacia el invierno de 2007, Mónica González ya era quien es: una de las periodistas ineludibles en la historia de Chile, no sólo por su trabajo en dictadura. A diferencia de muchos profesionales de su generación que destacaron durante los años 80 en medios de la oposición, ella siguió haciendo periodismo en democracia. No comenzó a trabajar en el gobierno o para empresas. Tampoco jubiló de manera anticipada, que fue lo que ocurrió con varios periodistas que no encontraron espacio en el nuevo orden. Mónica González persistió, no siempre en las mejores condiciones. Sabía que con el retorno de la democracia venía lo más difícil para el periodismo chileno, más que lo que quedaba atrás. En el nuevo escenario, los límites entre política y negocios se volvían difusos. Y sabía también que, tal como había ocurrido en dictadura, ella no sería una figura cómoda ni funcional para quienes administraban una democracia reconstruida en la medida de lo posible.
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No sólo fueron palabras, por cierto. Cauce consignó seguimientos y amenazas contra sus periodistas. También hubo burdos actos de censura. En los días previos a la aparición del reportaje de la casa de El Melocotón, el gobierno suspendió la circulación de todas las revistas que no le eran favorables. Luego permitió que volvieran a circular, pero no pasó mucho tiempo para que aparecieran con fotos censuradas, en un espacio encuadrado en blanco, por orden del jefe de zona en Estado de Emergencia.
La tolerancia del régimen se colmó con la entrevista a Gustavo Leigh, defenestrado general golpista, quien criticó duramente a Pinochet y lo acusó de tener “una ambición ilimitada”, de “eliminar sistemáticamente” a personas a quienes “considera peligrosas” y de que “sólo se mantiene (en el poder) por la fuerza”. Publicada en junio de 1984, la entrevista provocó tal revuelo que su autora, Mónica González, fue detenida por orden de la jueza Marta Ossa, por negarse a entregar los audios.
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