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Nazario. Un pacto con el placer
Un pacto con el placer
Mi expulsión del paraíso
«Deprederastas»
Los hombres peludos y los tebeos
Los árboles genealógicos. Un padre sin familia
Una madre con dos abuelos, cuatro tías y un tío, para mí solo, durante más de cuatro años
Castilleja del Campo. El pueblo
Palacios, marquesas, vizcondes y cortijos
Los alrededores
La iglesia
Carrión de los Céspedes. La casa de mis abuelos
Los atractivos del pueblo vecino
Mi vida entre bordadoras de mantones de Manila y costureras
El nuevo hermanito
Mi casa y los vecinos. Mi casa
Mi madre, la cocina y las flores
La carpintería
Miguelito el Carpintero y las obras de teatro
Los otros vecinos
Don Felipe, un cura a la medida del pueblo
La playa y las enfermedades. Puntumbría
Los médicos de Sevilla
Vida cotidiana en el pueblo. Los mandados
Los trabajos del campo
Un niño enfermizo
Las historias espeluznantes que nos contaba nuestro padre
Empeñados en educarme para ser santo, o beato, no se daban cuenta de que, en realidad, lo que estaban haciendo de mí era un auténtico mártir
Tres personajes míticos. El abuelo Nazario (calavera y mujeriego)
La Trini (una discreta cortesana célebre en los salones madrileños de los años 20)
El tito Bernardino (asesinado por los falangistas)
La escuela y los estudios. La escuela
Mi hermano
Los estudios
El inevitable colegio de curas y mi amigo La Isi
Los curas y los santos
Confinado en el pueblo. De nuevo estudiante en el pueblo
Diversiones en el encierro
Los diarios
Liebelei o ¡una novia, por favor!
Las pajas, los arrepentimientos, las confesiones, las misiones y las pajas de nuevo
El billar y el menisco
Novelas y poesías y mariconeos
Primeras aventuras en la ciudad. Los comienzos
Los bailes canallas
La gran riada
Masturbaciones compartidas. El sexo en las butacas de los cines
Finales apoteósicos
Los adioses
Algunos nos pasamos toda la vida perdiendo la virginidad
Dos maricones santos y mártires: San Nazario y San Reprimonio
Veraneo en un campamento de la OJE
De nuevo en el pueblo ¡Por fin el Rocío!
Otra vez en el pueblo
Mi diario me confiesa que está harto de oír mis lamentaciones
Jugadores de cartas
Lecturas
Fotografías
Отрывок из книги
Un pacto con el placer
La airada reacción de mi madre acababa de dar a la frase, «hacer una paja», una dimensión nueva y desconocida que se unía a la turbación que me había provocado la misma frase cuando la había pronunciado el hijo de la Quiqui, mi vecina, cuando lo sorprendí con la polla en la mano.
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Una noche desaparecieron dos cabras que tenía mi abuelo atadas a un peral en el corral y, aunque sospecharon y casi tuvieron completa seguridad de quién podía haberlas robado y comido, no se atrevieron a denunciarlos por ser gente muy pobre, por la imposibilidad de recuperarlas y quizás por miedo a las represalias.
Mi tío trabajaba con mi abuelo, desde pequeño, llevando y trayendo el carro y faenando en las pequeñas parcelas de tierra que tenían esparcidas lejos del pueblo. Cuando el trabajo en el campo escaseaba, mi abuelo y mi tío se dedicaban, casi exclusivamente, a acarrear barro y ladrillos para el tejar de Carrión.
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