Описание книги
La imaginación en un cerco para uno mismo.
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Contenido
Fronteras de humo. 1
2
3
4
Música de ascensor. 1
2
3
4
5
El tatuaje de su voz
La guitarra de Portillo. 1
2
3
4
5
Vacíos de ella
En la galería
El bocetero
Flores en la pared
En la boca del cura
Vigilia junto al mar
Fronteras de humo
Música de ascensor
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Caminé como un sonámbulo, con un pito que me perseguía pegado a los oídos. De pronto vi que un hombre venía por el callejón y que sobre su hombro asomaba la silueta de un arma. Quise devolverme, pero calculé que me descubriría, así que retrocedí con la espalda pegada a la pared hasta que de pronto di con una puerta entreabierta por la que me deslicé. Tenía una falleba poco confiable. Me quedé quieto, aguantando la respiración. Los pasos se acercaban, lentos, sigilosos, pero me mantuve pegado a aquella puerta de madera desteñida y endeble. Los pasos estaban ahí, muy cerca, y se me antojaron alevosos y de alguna manera, ingenuos. Si fuera un combatiente armado me habría quedado fácil emboscarlo, pero era un reportero. Cuando el director del periódico me propuso esta misión no pensé que viviría semejante infierno. Aquí la pluma, la palabra, el arte de escribir, eran un riesgo peor que ser enemigo de cualquiera de los bandos. ¿Cómo narrar ese instante? ¿Qué título ponerle al reportaje en aquel callejón? Y Camila, ¿dónde estaría? La imaginé afuera, en mitad del callejón, sosteniendo un duelo con el hombre armado, él apuntando con su fusil y ella con la cámara. El más veloz sobreviviría y por supuesto sería Camila, quien dispararía primero, no una, sino varias veces. Al recibir el primer lamparazo el hombre quedaría aturdido esforzándose por mantenerse en pie, pero Camila hundiría el obturador de nuevo, sin darle respiro, hasta que él empezara a doblar las rodillas y no pudiera sostener el arma en la mira. Rápida y ágil, como un felino, Camila lo remataría con otra acción del obturador, lo alcanzaría y lo congelaría para siempre en su gesto de niño viejo, en blanco y negro, en sepia, a todo color, con flash y sin flash, con la digital y luego con la análoga, con imagen fija y en movimiento. Las dos cámaras en plena acción, una en cada mano, como los valientes de antaño. El hombre caería vencido, pero no muerto, porque lo que hacía Camila era eternizar la vida a pesar de estar cubriendo la muerte.
Ya no se oía el pito. No supe a qué horas pasó el hombre. Ya no escuché sus pasos al otro lado de la puerta. No supe si se devolvió. Cuando volví en mí, otro era el silencio y otro era el trote de mi respiración. De repente, me descubrí en una habitación donde se hallaba una anciana acostada en un lecho humilde. Quieta, dormida, o quizás muerta. La pude ver gracias a la luz que entraba por una claraboya en el techo. Y esa paz hizo que me quedara unos instantes sentado en el suelo, hundida la cabeza entre los brazos.
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