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NICOLAS LE ROUX
las guerras
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En el curso del decenio que siguió a 1550, las comunidades protestantes se desarrollaron de manera espectacular. Théodore de Bèze ha recogido su historia en su monumental Historia eclesiástica de las Iglesias reformadas (1580). El pastor describe el entusiasmo de los fieles que, a pesar de las dificultades, se reúnen para celebrar el culto y cantar los Salmos. Asegura que en enero de 1562 el reino albergaba 2.150 Iglesias reformadas. Es lo que el almirante Coligny, gran señor favorable a la causa calvinista, habría asegurado a Catalina de Médici para que midiese la amplitud de la comunidad protestante y le concediese la libertad de culto. Los historiadores no han identificado más que 648 Iglesias en 1561 y 816 en 1562, que agruparían quizá el 10% de la población del reino (1,5 millones de personas). Es pues una pequeña minoría la que se convirtió, contrariamente a lo que se produjo en el Sacro Imperio romano germánico. El sur, del Poitou al Dauphiné, pasando por la Guyenne y el Languedoc, lo que se llama el “creciente reformado”, vio multiplicarse las conversiones, lo mismo que Normandía. El macizo central y la Bretaña, apartados de los grandes ejes de circulación, estuvieron mucho menos implicados.
La Reforma no era una revolución social, sino un movimiento de emancipación espiritual procedente de deficiencias culturales. Al dirigirse el mensaje reformado a gentes alfabetizadas, las conversiones han tenido lugar al principio entre los eclesiásticos y en la población urbana. Los primeros protestantes eran artesanos y obreros, pero también comerciantes, gentes de leyes y oficiales reales. En Lyon, ciudad donde no había parlamento ni universidad para velar de cerca por la ortodoxia religiosa, y donde los talleres de imprenta eran particularmente numerosos, el calvinismo sedujo quizá a un tercio de una población estimada en 60.000 personas. Los convertidos eran bastante numerosos entre los artesanos que vivían en la península, mientras que el barrio de los notables (eclesiásticos y grandes comerciantes), en la margen derecha del Saôna, estaba mucho menos implicado. En Nîmes, el movimiento era más bien popular, y las elites no se unieron a él hasta que tuvo una amplitud considerable. En Montpellier, el núcleo duro protestante estaba constituido por artesanos del textil, del cuero y del hierro, a los que se sumaban gentes de leyes y clérigos. Por el contrario, los labradores, viticultores y obreros agrícolas no fueron apenas atraídos por el movimiento. Esta aversión del mundo de la viña por la Reforma es particularmente visible en Dijon, ciudad donde hubo pocas conversiones.
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