El combate
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Norman Mailer. El combate
Índice
1. Indiferencia. carnal
2. ¡Qué bajón!
3. El millonario
4. Una pandilla. de campeones
5. Un muerto. en el suelo
6. Nuestro. Kissinger negro
7. La larga. travesía
8. Elmo. en el Zaire
9. El rey de. los lacayos
10. Los hechiceros
11. Un viaje. en autobús
12. El vestuario
13. Directos. de derecha
14. El hombre. en las jarcias
15. La canción. del verdugo
16. Llegaron las lluvias
17. Un nuevo. escenario
18. «Bagarre» en Dakar
19. El afortunado. perdedor por. partida triple
Notas
Sobre el autor
Отрывок из книги
Siempre se queda uno atónito al volverlo a ver. No en directo como en televisión, sino de pie ante uno y con su mejor aspecto. Porque el Más Grande Atleta del Mundo corre el peligro de ser nuestro hombre más guapo, razón por la cual no tiene más remedio que entrar en escena la hipérbole kitsch. Los suspiros de las mujeres son perceptibles. Los hombres bajan la mirada. Porque recuerdan de nuevo su poco valor. Aunque jamás abriera la boca con el fin de hacer temblar la jalea de la opinión pública, Alí seguiría inspirando amor y odio. Porque es el Príncipe del Cielo… Eso dice el silencio que se produce alrededor de su cuerpo cuando está iluminado.
Cuando está deprimido, en cambio, su pálida piel adquiere el color de un café con agua lechosa, sin crema. En el cenagoso aguachirle de su carne se observa el verde enfermizo de una mañana melancólica. En tal caso, no ofrece muy buen aspecto. Esta podría ser una descripción bastante ajustada del aspecto que ofrecía en su campo de entrenamiento de Deer Lake, Pennsylvania, una tarde de septiembre, siete semanas antes de su combate en Kinshasa contra George Foreman.
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El poema se prolongaba a lo largo de un considerable número de versos y al final terminaba con el verso «El alma de la verdad es Dios», sentimiento indiscutible tanto para un judío como para un cristiano o un musulmán; en realidad, indiscutible para cualquiera menos para un maniqueo como nuestro entrevistador. Pero es que el entrevistador ya se estaba adentrando por otra vereda estética. No era posible que el poema fuera original. Tal vez fuera la traducción de algún pío fragmento sufí que sus preceptores musulmanes le hubieran leído, tras lo cual Alí se hubiera limitado a modificar algunas de las palabras. Perduraba, sin embargo, un determinado verso: «En tu alma cosecharás los frutos.» ¿Lo había escuchado uno realmente? ¿Era posible que lo hubiera escrito él? En todos los doce años de proféticas coplas pugilísticas por parte de Alí —el poema tan pésimo como exacta la predicción: «Archie Moore / el suelo duro / besará seguro / cuando termine el cuarto», y cosas por el estilo—, aquel verso debía ser el primer ejemplo, en el voluminoso catálogo de Alí, de una idea no resueltamente antipoética. Que Alí fuera capaz de componer algunas palabras de verdadera poesía sería análogo al caso de un intelectual capaz de soltar un buen golpe. Era necesario efectuar averiguaciones. Alí, sin embargo, no lograba recordar el verso fuera de su contexto. Tenía que recordar el poema entero. Pero le estaba fallando la memoria. Ahora podía comprenderse el efecto de los golpes que había recibido aquella tarde. Verso a verso, su voz buscaba las olvidadas palabras. Tardó cinco minutos en conseguirlo. En aquellos momentos, todo ello se convirtió en otro tipo de esfuerzo, como si el acto de recordar pudiera restablecer la conexión de los circuitos del cerebro que se habían estropeado aquel día. Con todo el alborozo de un niño de ocho años que hace gala de su buena memoria en clase, Alí lo consiguió al final. Su paciencia fue recompensada.
—La ley de la verdad es sencilla. / Lo que siembres cosecharás.
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