El fantasma de Canterville
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Oscar Wilde. El fantasma de Canterville
Отрывок из книги
Oscar Wilde siempre ha sido considerado un personaje excéntrico, y hasta escandaloso. Tanto su manera de vestir como sus comentarios tremendamente ingeniosos, y a veces descarados, lo convertían en el centro de atención de cualquier reunión. Esa excentricidad que los demás percibían era una especie de estrategia para escapar de la monotonía mojigata de su época. El mismo Wilde decía que si un hombre simplón y tonto puede disimular su simplicidad con buenos modales y seriedad, su ropa llamativa bien podía ser el disfraz de un hombre sabio.
Wilde nació en Dublín el 16 de octubre de 1854, en una familia no muy común. Su padre, un reconocido médico, también había publicado libros sobre la historia y la topografía de Irlanda. Su madre, quien conocía bien la literatura irlandesa, a mediados del siglo XIX escribió poemas nacionalistas que despertaron y apoyaron la rebeldía irlandesa contra el dominio inglés. La casa de los Wilde era también excéntrica. Según su propia madre era una casa donde a nadie le importaba la hora, y a veces las cortinas permanecían cerradas durante todo el día. Dublín también era un lugar especial, porque allí lo cosmopolita se mezclaba con lo folclórico.
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Tal vez Wilde se asombró mucho con su visita a los Estados Unidos. En la patria del progresismo y la industrialización, encontró muchos entusiastas seguidores de su teoría esteticista. Conoció a Walt Whitman, otro defensor de la belleza y las cosas simples, y seguramente en ese viaje recopiló el material para construir a la familia Otis de El fantasma de Canterville.
En 1884 se casó con Constance Lloyd y tuvo dos hijos, Cyril, en 1885, y Vyvyan, en 1886. Se dice que su casa y familia eran tan absolutamente perfectas que parecían más una obra de arte que algo real. Es posible que con el nacimiento de sus hijos se hubiera interesado en escribir cuentos de hadas. La literatura infantil y juvenil en esa época deliberadamente moralista, tal vez le hizo pensar que ese público, no tan marcado por los valores imperantes, estaba abierto a la percepción de la belleza.
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