Una ciudad para el fin del mundo
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Oswaldo Hernández Trujillo. Una ciudad para el fin del mundo
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Una ciudad para el fin del mundo
se terminó de editar en octubre de 2021, en las oficinas de la Editorial Universidad de Guadalajara, José Bonifacio Andrada 2679, Col. Lomas de Guevara, 44657, Zapopan, Jalisco
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El premio ha tenido seis ganadores en sus cinco ediciones anteriores (el primer año el jurado seleccionó dos ganadores ex aequo): 2016- Jorge Gutiérrez Reyna (El otro nombre de los árboles) y León Plascencia Ñol (Paisajes sin habitaciones blancas); 2017- Brenda Becette (La parte profunda); 2018- Santiago Acosta (El próximo desierto); 2019- Claudia Cabrera Espinoza (Posibilidad de los mundos) y en 2020- Marco Antonio Murillo (Tal vez el crecimiento de un jardín sea la única forma en que los muertos pueden hablarnos). De estos, cuatro han sido hombres y dos mujeres, de nacionalidades argentina, venezolana y mexicana. Cuatro de los seis ganadores tenían 35 o menos años de edad al ganar. En sus poemas y sus cuentos los autores establecieron una ficción, que, al igual que Julio Verne, se adelantaron a la realidad, pero mostrándonos un futuro distópico que en los últimos años se ha convertido en realidad.
Santiago Acosta nos dijo —“Muchos aseguran que no hay nada que temer, que los acontecimientos han sido exagerados por los noticieros y la ansiedad general” (p. 15); “El periodo de alerta, que comenzó siendo de solo un par de semanas, ya se había extendido por más de seis meses.” (p. 18); “Se necesitaban 100 terabytes de RAM para simular todos los posibles desenlaces de la crisis.” (p. 19); “El toque de queda establecido tras los últimos disturbios ha convertido la zona en un pueblo fantasma…” (p. 40). León Plascencia Ñol nos compartió - “Nunca me interesó escribir sobre la patria, … Es algo difuso, inerte. Prefiero el vuelo de los cormoranes o la imagen de un neblí sangrante, pero lo impide el grupo de militares en la carretera.” (p. 66). Brenda Becette escribió —“El fin … era… la creación de un superhombre… tanto resistente a la decadencia física como a la duda cartesiana… [que] debería ser inmune a la toxicidad de un planeta exprimido… sería el triunfo del cuerpo y del alma, por encima de la intelectualidad nociva que había sumido al mundo en la anarquía. Se habían tolerado demasiadas opiniones y demasiado diversas… (pp. 19-20). Marco Antonio Murillo nos dijo —“Avanza rápido como los arenales. Reubica el río y su puente. Cambia de dirección la estampida del viento y en cada ciudad habla de cómo este canto muere en la boca de los niños. Erosiona la tierra que calzas y pide prestado al atardecer sus guantes sepia hasta que vuelva la noche.” (p. 42). Jorge Gutiérrez Reyna nos describió —“…una lengua que hace poco/ sonaba como el agua/ y que ahora sólo sirve/ para nombrar la peste:/ Cocolitzin, cocolitzin, / … No hay remedio, su cuerpo de indio/ irá a sumarse a los miles/ de cuerpos de indios amontonados/ en el patio del hospital…” (p. 16); “En cambio, les puedo asegurar/ que seguirá temblando/ y habrá que acostumbrarse/ a convivir con los temblores …” (p. 36). Y Claudia Cabrera Espinosa vaticinaba —“Me escribieron del trabajo. Hoy cada quien se queda en casa. No se puede entrar a la oficina. —A mí también me mandaron un correo. Home office.” (p. 34); “Un cuarto de jamón, un kilo de jitomates, una cebolla, cinco pechugas de pollo, un kilo de pasta… ¿Qué? No, no es compra de pánico… Ok. Que no se pueden pedir tantas cosas.” (p. 37). Y todo esto nos lo dijeron antes de que iniciara la pandemia.
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