El libro del buen olvido
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Pablo Farrés. El libro del buen olvido
Primera parte. Martes 20 de Noviembre de 2018
Segunda parte. Miércoles 30 de Octubre de 2018
Tercera parte. Viernes 30 de Noviembre de 2018
Cuarta parte. 15 de Noviembre de 1988
Quinta parte. 22 de Diciembre de 2018
Sexta parte. Semana del 23 al 30 de Noviembre del año 1988
Séptima parte. Martes 24 de Enero del año 1989. o acaso el mismo día pero del año 2019
Octava parte. Martes 24 de Enero del año 1989
Novena parte. Martes 24 de Enero del año 2019
Décima parte. Martes 24 de Enero del año 1989
Décima primera parte. Miércoles 25 de Enero del año 2019
Décima segunda parte. De Marzo a Junio de 1992
Última parte. Quinta semana del décimo tercer mes del año cero, siendo las veinticinco horas, en el desierto de ninguna parte, al oeste de la nada
Del autor
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Отрывок из книги
Hace unos meses, después de separarme de mi mujer, sin otro lugar donde ir a parar, tuve que volver a la casa de mi madre. Desde entonces me la paso encerrado en el cuarto que fue el de mi infancia. La habitación da hacia el patio del frente. En otros tiempos, ese patio era un vergel de plantas y flores, sonajeros de caña de bambú, mandalas pintados sobre láminas de aluminio, campanitas colgantes, figuras de yeso —ángeles, enanos, sapos, diminutos jardineros con carretillas— y círculos trenzados con hilos de colores que atrapaban nuestros sueños —o eso se suponía— antes de que se dispersaran por otras regiones del mundo. Desde que mi madre perdió su pasión botánica, las plantas y las flores murieron, el tiempo embadurnó con una capa de verdín las macetas y las estatuas, los mandalas se despintaron y los sueños se fueron por ahí sin que nada ni nadie los pudiera atrapar. La persiana de la habitación permanece rota, no puedo subirla ni bajarla, ha quedado trabada en el tapa-rollo y no estoy dispuesto a perder el tiempo arreglándola. La habitación no es muy amplia pero me alcanza para satisfacer mis necesidades: dormir, leer, escribir. Del lado izquierdo de la ventana se encuentra la cama, del otro lado un escritorio y una pequeña biblioteca.
Lo cierto es que aquella vez había entrado a la habitación de mi infancia para buscar en los cajones del placar y el escritorio, algún certificado, algún papel, algo que acreditara mi existencia e identidad para tramitar mis documentos en el Registro de Personas del Ministerio del Interior. La separación con mi ex mujer había sido de todo menos pacífica. Mi certificado de nacimiento, el registro de conducir, las tarjetas de crédito, incluso mi DNI habían quedado en lo que había sido mi casa, por lo que entonces no solo era un indocumentado sino que no tenía forma de demostrarle al Estado que yo era el que decía ser. La situación conflictiva y la absoluta falta de comunicación con mi ex mujer me impedían reclamárselos, aun cuando me humillara a tocarle el timbre y comerme el orgullo y la poca dignidad que me quedaba en pos de hablar con esa mujer que me había robado todo lo que tenía —y cuando digo todo, digo absolutamente todo, digo la posibilidad de ver a mi hijo, digo mi casa, mi computadora, mis libros, mi ropa, mi auto, la plata que tenía ahorrada, y todos mis documentos—, aun cuando tuviera que dirigirle la palabra a esa ladrona y pedirle al menos mi DNI, sabía que se negaría a devolvérmelo solo para regodearse una vez más en el resentimiento hacia la vida en general y hacia mi persona en particular.
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—Señor, le estoy diciendo que Martín Maigua no se encuentra en las oficinas —escuché la voz acerada y distante de Laura.
—Está bien, entiendo, te pregunto a vos entonces, quería saber si los libros de la editorial estaban circulando por las librerías de Yeny.
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