Consolar a los afligidos
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Paul Tautges. Consolar a los afligidos
PRÓLOGO
INTRODUCCIÓN
PARTE 2. PREDICACIÓN. QUE CONSUELA
AGRADECIMIENTOS
Notas
Отрывок из книги
Elogios para Consolar a los Afligidos
Pocos han intentado ofrecer consuelo a los afligidos, y muy pocos han tenido tanto éxito como el pastor Paul Tautges en este libro tan necesario. Este pequeño pero maravilloso volumen es una verdadera antología de ayudas prácticas para aquellos que están afligidos y para aquellos encargados de ministrar sus necesidades. Lo recomiendo como un libro para todos los diáconos, ancianos, pastores y laicos. Esta importante herramienta debe ser leída cuidadosamente si es que tenemos la intención de ministrar sabia y eficazmente a aquellos con los que tenemos comunión cercana y que tarde o temprano tendrán que enfrentar tiempos de aflicción.
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El salmista también nos recuerda que Dios es nuestro “pronto auxilio” cuando llega la aflicción y el temor. Dios no nos responde a distancia. Más bien, Él se acerca a nosotros. Su omnipresencia es personal y activa. Él actúa a favor de nosotros. Y está cerca de los que corren hacia Él, aquellos que lo buscan como su amparo y su fortaleza. Esto lleva al autor del Salmo 46 a garantizarnos que hay dos resultados que se derivan del hecho de refugiarse en Dios.
1. Debido a que Dios es nuestro amparo, nosotros somos libertados del temor (versículos 2-7). Cuando Dios es grande, nuestras circunstancias son pequeñas. Ya no tenemos que temer a nuestras circunstancias presentes ni preocuparnos por el futuro. Porque debido a que Dios es nuestro amparo “no temeremos”. Y en ese sentido, Proverbios 14:26 añade: “En el temor del Señor hay confianza segura, y a los hijos dará refugio” (LBLA). Si has experimentado el dolor de la aflicción y el sufrimiento, sabes que no tienes la fortaleza para enfrentar tus temores por tu propia cuenta. Pero no estás solo. Dios nos da la fortaleza cuando nos acercamos a Él. Cuando Dios es nuestro amparo, nosotros tenemos la fortaleza para enfrentar nuestros temores, incluso el temor de nuestra propia muerte o el de la muerte de un ser querido. Jesús nos exhorta en Mateo 10:28: “No temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; más bien temed a aquel que puede hacer perecer tanto el alma como el cuerpo en el infierno.” Cuando un ser amado muy cercano viene a nosotros después de una consulta con un especialista en cáncer y nos dice que no hay nada más que hacer, que “es cuestión de tiempo”, en ese momento nuestros corazones claman llenos de dolor y aflicción. El dolor es real, pero no debemos sucumbir ante el temor y la desesperación. Dios es nuestro amparo, especialmente en esos momentos, y “por tanto, no temeremos”. Confiar en Dios disipa todos los demás temores porque sólo Él es soberano sobre la muerte. Sabemos que la muerte no es definitiva, que Dios tiene el control, y que nos ha prometido la victoria final en Jesús. A medida que crezcamos en nuestro amor por Dios y en el entendimiento de Su amor por nosotros, este “perfecto amor [echará] fuera el temor” (1 Juan 4:18).
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