Cuentos selectos
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Paul Bowles. Cuentos selectos
Índice
El cambiante cielo de los hombres. Guillermo Saavedra
Un episodio distante
Junto al agua
Escala en Corazón
El pastor Dowe en Tacaté
El señor Ong y el señor Ha
El valle circular
La delicada presa
A cuatro días de Santa Cruz
La historia de Lahcen e Idir
El tiempo de la amistad
El jardín
Olvidó sus cabezas de loto en el autobús
Cosas pasadas y cosas que aún están
Allal
Palabras ingratas. I
II
III
IV
V
VI
Отрывок из книги
Paul Bowles
CUENTOS SELECTOS
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Durante varios minutos permaneció sentado sin moverse, aguardando a recuperar el sentido de la realidad. Se tendió de espaldas en el suelo duro y frío y alzó los ojos a la luna. Era casi como mirar directamente al sol. Desviando un poco la vista a pequeños intervalos, podía ver en el cielo una hilera de lunas, más débiles. “Increíble”, dijo en voz baja. Luego se incorporó con rapidez y miró a su alrededor. En realidad no era seguro que el qaouaji hubiera vuelto al pueblo. Se puso de pie para mirar el fondo del precipicio; a la luz de la luna parecía que estaba a millas de distancia. Y no había nada que pudiera usar para darle proporción; un árbol, una casa, una persona… Estaba atento al sonido de la flauta, pero sólo oía el viento que pasaba rasándole las orejas. De pronto sintió un vivo deseo de correr de vuelta hacia el camino, y se volvió a mirar en la dirección por donde el qaouaji había desaparecido. Al mismo tiempo pasó los dedos suavemente por su billetera, que tenía en el bolsillo del pecho. Luego lanzó una escupida por el borde del acantilado. Después orinó en el mismo lugar mientras escuchaba con atención, como un niño. Esto le dio el ímpetu para emprender el descenso por el sendero hacia el abismo. Lo curioso era que no sentía vértigo. Pero tuvo la prudencia de no mirar a su derecha, donde estaba el borde. La bajada era constante y abrupta; su monotonía lo puso en un estado de ánimo parecido al que le había causado el viaje en autobús. De nuevo repetía en voz baja rítmicamente: “Hassan Ramani”. Se detuvo, furioso consigo mismo por las connotaciones siniestras que el nombre le sugería ahora. Concluyó que estaba exhausto por el viaje.
“Y por la caminata”, agregó.
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